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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vargas Llosa en la Académie

La elección del escritor hispanoperuano como miembro de la institución consagra tras el Premio Nobel el alcance universal de su obra literaria

Mario Vargas Llosa, durante una entrevista con EL PAÍS.
Mario Vargas Llosa, durante una entrevista con EL PAÍS.SANTI BURGOS
El País

De la inmortalidad de Mario Vargas Llosa cabe albergar alguna duda razonable pero no es posible hacerlo sobre su obra narrativa y ensayística. La Académie française, la casa de los inmortales, ha decidido de forma excepcional incorporar al escritor hispanoperuano a la institución más importante de las letras francesas, a pesar de no haber escrito nunca en esa lengua e incumplir algunas de sus normas de ingreso. El premio Nobel de 2010 debe algunas de sus mejores virtudes a una intensiva frecuentación de esa poderosa cultura. Sin su inmersión formativa en la obra de Jean-Paul Sartre sus primeras novelas carecerían de la ambición intelectual y el compromiso moral que marcan obras maestras sin disputa como La ciudad y los perros (en París terminó de escribirla) o, todavía con más razón, una de las grandes novelas políticas del siglo XX en cualquier lengua, Conversación en La Catedral.

Los años y los desencantos con la Revolución Cubana de Fidel Castro en 1970 fueron alejando al escritor y miembro de la Real Academia Española desde 1994 de los dictados del compromiso de Sartre y sus posiciones políticas. Pero nada habría de alejarlo de otros ámbitos de aquella cultura como munición intelectual y alma nodriza. Su devoción por Gustave Flaubert y Madame Bovary dio lugar a uno de los grandes ensayos contemporáneos de crítica literaria en español, La orgía perpetua, con título maliciosamente ambiguo y exaltado manifiesto de amor al oficio de la literatura.

Todavía Francia había de dar más carburante a la imaginación literaria de este escritor radicado hoy en España y único autor vivo, junto a Milan Kundera, con obra propia en la colección de clásicos La Pléiade, de su editor Gallimard. En 2003 persiguió en El paraíso en la otra esquina al pintor Paul Gauguin de Bretaña a Tahití pero también a su abuela Flora Tristán en su lucha por los derechos de las mujeres y los trabajadores franceses. Su lectura en 2004 de Los miserables de Victor Hugo atrajo innumerables lectores a un clásico del siglo XIX actualizado por el cine y la lectura, visto desde la misma mirada suspicaz a La tentación de lo imposible, que era su título. Aunque buena parte de sus devociones actuales lo tengan absorbido en la obra completa de Pérez Galdós, quizá el resultado acabe siendo un ensayo sobre las virtudes de algo parecido a un Balzac español. Lo que vuelve a ser seguro es que este novelista ha logrado promover en el último medio siglo, a través de sus novelas y ensayos, los valores progresistas de la tradición ilustrada, sin rendirse a las utopías tóxicas de la razón: un clásico universal.

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