Vargas Llosa: “Conversación en La Catedral’ es la novela que me hizo escritor”
El autor hispanoperuano rememora la gestación del libro que le llevó "más trabajo", que cumple 50 años
Mientras trabajaba en su novela La casa verde, Mario Vargas Llosa descubrió "algo". "Una posibilidad nueva", una técnica "capaz de entrar en la realidad por muchos niveles". Se lo cuenta a Wolfgang Luchting, su traductor al alemán, por carta el 26 de enero de 1966. Al escritor peruano se la había iluminado la bombilla con la que sabía cómo dar forma a una de sus novelas más importantes, Conversación en La Catedral, que cumple 50 años de su publicación. El experimento, "por perfeccionar mucho aún", consistía en entreverar conversaciones de distintos personajes, realizadas en diversos momentos y, a la vez, mezclarlas con los pensamientos de ellos. Un encaje de bolillos literario que exigía un esfuerzo del lector. Todo para contar el Perú de la dictadura de Manuel Odriá (1948-1956).
Sus ilusiones, pensamientos, las dificultades están en el apéndice que se ha añadido a una edición, publicada por Alfaguara, que celebra medio siglo del libro que incluía en su comienzo una de las frases más célebres de la literatura en español: "¿En qué momento se había jodido el Perú?". De todo ello ha hablado este jueves el premio Nobel con el periodista de EL PAÍS Juan Cruz en un atestado patio de la Fundación Cajasol, en Sevilla, con motivo del XVI Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española.
"En aquel Perú, la corrupción de la dictadura llega a ámbitos lejanos de la política", empezó Vargas Llosa. Interrogado por Cruz, explicó que "la conversación principal" del libro llevó a "otras que entrarían y saldrían". Cuando tuvo claro eso, "todo fue más fácil".
Entre las notas se apunta, como es sabido, que Vargas Llosa llamaba a aquel embrión de libro "la novela del guardaespaldas" y que su idea inicial era que rondara las 300 páginas, pero al final le pudo la pasión y llegó a casi 800. Quizás porque, como escribe al crítico Abelardo Oquendo, quiere "luchar sin cuartel por escribir una obra cuantitativamente balzaciana y cualitativamente flaubertiana". Casi le ocurre como a los personajes que está creando, Zavalita, Ambrosio, porque en sus misivas entrecruza el metódico proceso de creación ("por fin vuelvo a pasarme seis, siete horas ante la maquina") y sus pensamientos íntimos ("solo, desamparado y sin amor yo escribiré terriblemente estos dos meses", dice ante la ausencia de su esposa, Patricia).
A Oquendo le da cuenta de sus sacrificios: "He tenido que suprimir teatros y cines y encerrarme a piedra y lodo". En mayo de 1968, tanto esfuerzo ha merecido la pena, como escribe a su traductor alemán: "Tengo la certeza de haber conseguido algo realmente importante. Mi exaltación no tiene límites". Solo unos meses después le confiesa que ha escrito demasiado, que el libro adolece de "elefantiasis" y que tendrá que dejar los cuatro tomos en dos. "Comenzó una labor de eliminar, sobre todo, adjetivos y adverbios", comentó en la conversación con Cruz. En una nota introductoria a esta edición, el autor confiesa que este es el libro que más le costó escribir. Un pensamiento que recogió este jueves: "Es la novela que me hizo escritor".
Para sus lectores y los estudiosos llamará la atención la correspondencia con sus amigos, grandes escritores latinoamericanos como Donoso, García Márquez, Fuentes, quien proclama, tras la lectura del libro, que es "la única novela política de América Latina", mientras que Álvaro Mutis le transmite su "deslumbramiento". Son "cartas de alegría a los amigos", recordó Vargas Llosa.
Además, hay espacio para su editor, Carlos Barral, el hombre que le había impulsado desde Barcelona con La ciudad y los perros y que tras recibir las pruebas le dice que "es una de las grandes novelas del siglo". Es la España de la dictadura de Franco, por lo que las páginas tienen que pasar la tortura de un censor. La edición especial reproduce el informe de la censura, de 4 de diciembre de 1969, que advierte de que es una obra en la que se habla de política y de que hay expresiones "extremadamente crudas", pero acaba optando por inhibirse.
Y sobre las ediciones que tuvo el libro, se detalla que hasta la cuarta el título era Conversación en la Catedral, con la ele de la en minúscula. Después se hizo mayúscula para denominar a la infecta casa de comidas en la que el olor a pies se mezclaba con el de la cebolla, poblada por unos personajes envilecidos, que se dejaban ir en una sociedad que se había jodido irremediablemente.
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