Echo de menos a Christopher Hitchens
La suya es una lección de insumisión intelectual: una independencia que muchos reivindican y muy pocos practican
El 15 de diciembre se cumplen 10 años de la muerte de Christopher Hitchens. Janan Ganesh ha escrito que el autor anglo estadounidense —combativo, desafiante— habría encajado mejor en nuestro tiempo que en el suyo, más apacible. Señalaba que alguien del coraje físico de Hitchens —que acogió en su casa a Salman Rushdie en los peores años de la fetua— no se habría dejado intimidar por una turba de veinteañeros armados sobre todo con jerga. Durante mucho tiempo fue un autor menos conocido que amigos como Julian Barnes o Martin Amis, que escribe sobre él en Desde dentro; tuvo una popularidad polémica y tardía. Fue un ensayista extraordinario, un prosista electrizante, un orador irrepetible. Formado en la extrema izquierda, era hijo de un comandante de la Marina Real: hundir un barco nazi como había hecho su padre, decía, era un mejor día de trabajo que ninguno que hubiera tenido él mismo. Descubrió en la mediana edad que su madre (que se había suicidado años atrás) era judía. Algunos de sus textos más hermosos son ensayos literarios: sobre G. K. Chesterton, Rudyard Kipling, P. G. Wodehouse, Saul Bellow. Algunas de sus piezas más disfrutables son sus ataques a personajes insalubres: la madre Teresa, los Clinton, Henry Kissinger, Dios (por fin, dijo alguien, un adversario a su altura). El Vaticano lo llamó para que testificara en el proceso de beatificación de la madre Teresa: fue abogado del diablo. James Fenton dijo de él, cuando era un joven radical: “Acabará tory”. Pero su psicología era la del hereje, no la del converso. Se equivocó mucho —del trotskismo juvenil a su apoyo a la guerra de Irak en la madurez— y acertó en cosas esenciales. Dejó libros estupendos —Por qué es importante Orwell; Amor, pobreza y guerra, Hitch-22— y unas cuantas observaciones inolvidables. Señalaba que George Orwell acertó al distinguir tres enemigos esenciales: el fascismo, el comunismo y el imperialismo. Afirmaba que cuando defiendes la libertad de expresión la defiendes al margen del valor de lo que se expresa. Fue un escritor apasionado que atacó con inteligencia y humor a los totalitarios y los literales; celebró la amistad y la literatura. Decía que lo que se afirma sin pruebas se puede descartar sin pruebas. Lo importante, sostenía, no es lo que piensas, sino cómo piensas. No te refugies en la falsa seguridad del consenso, decía, en la sensación de que tienes razón porque estás en la mayoría moral. La suya es una lección de insumisión intelectual: una independencia que muchos reivindican y muy pocos practican. Por eso lo echo de menos. @gascondaniel
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.