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BRASIL
Columna
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El negacionista “sincero” puede llevarnos a la extinción

No basta con admitir la obviedad de la emergencia climática, hay que vivir de acuerdo con la emergencia climática

Eliane Brum
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, durante un discurso en el Palacio de Planalto, este jueves.UESLEI MARCELINO (Reuters)

El negacionismo, una palabra que hasta hace unos años era ajena a la mayoría de la población, se ha vuelto íntima. Circula por la boca de la gente como un chicle, ya nadie tropieza al pronunciarla. Es obra de Jair Bolsonaro en Brasil, de Donald Trump en Estados Unidos, cuyos seguidores son capaces de negar hasta la forma de la Tierra, conocida desde la Antigüedad Clásica. El negacionismo es precisamente el hecho de negar una realidad verificable y comprobada porque es inconveniente o incómoda. En el siglo XX, el gran ejemplo fue la negación del Holocausto judío. Hoy en día, el terraplanismo, el movimiento antivacunas y, sobre todo, la negación de la emergencia climática son los principales ejemplos de negacionismo. El problema es que el negacionista es siempre el otro. Y esto es un gran problema, sobre todo en lo que respecta al colapso climático, porque nos impide reaccionar con la rapidez necesaria ante el mayor reto de la trayectoria de nuestra especie en la única casa que tenemos.

El negacionismo promovido por el fenómeno de los dictadores elegidos en el cambio de la segunda a la tercera década del siglo, como Trump o Bolsonaro, es un negacionismo estratégico, planificado. Estos mandatarios representan a las grandes empresas que causaron y siguen causando el sobrecalentamiento global, como las empresas de combustibles fósiles, que tienen unos años más para seguir lucrándose. También representan, en el caso de Bolsonaro, el interés de la agroindustria predatoria, que también tiene algunos años más para derribar las barreras que aún les impiden transferir tierras públicas protegidas (actualmente concentradas en territorios indígenas y unidades de conservación) al stock de tierras comercializables, accesibles a manos privadas y a la explotación predatoria.

El cerco a la deforestación y la destrucción de enclaves naturales como la Amazonia se está estrechando. Brasil y otros países destructivos tendrán que hacer frente a una resistencia cada vez mayor en el mercado internacional hacia sus productos originados por la deforestación. Esta es la principal razón por la que Bolsonaro no ha sufrido un impeachment, a pesar de que se ha demostrado su responsabilidad en las más de 600.000 muertes por covid-19, a pesar de los más de 20 millones de personas que pasan hambre, a pesar de los más de 14 millones de brasileños desempleados, a pesar de la corrosión de la imagen y posición de Brasil en el escenario mundial. Bolsonaro aún no ha terminado el trabajo que hace para ese ente llamado “Mercado”, al que pertenece un grupo de multimillonarios, además de los ejecutivos y cabilderos de sus corporaciones y de los políticos que les sirven, gente como tú y yo —de la misma especie, al menos—, pero que multiplicaron sus ganancias en la pandemia, mientras la mayoría de la población se empobrecía o moría.

El negacionismo de estos gobernantes al servicio de las grandes corporaciones es, por tanto, un truco. Cuando les acusamos de negacionismo, solo aumentamos su valor y su capacidad de recibir apoyo y financiación para sus campañas. Cada dos por tres, una parte del Mercado finge escandalizarse por la pirotecnia perversa de Bolsonaro y otros, o incluso por sus frecuentes crímenes, y finge que reacciona, como en el guion de un espectáculo. La oposición simulada es una de las principales marcas de los Gobiernos de este fenómeno que en Brasil lleva el nombre de bolsonarismo y en otros países tiene el nombre de sus exponentes nacionales, pero es un fenómeno que precede e irá mucho más allá de las figuras que lo encarnan y le dan nombre.

Lo que tenemos que percibir con la urgencia que exige la gravedad del momento es el negacionismo que habita en nosotros. Llamar al otro negacionista y pensar que somos personas ilustradas porque reconocemos la obviedad de la crisis climática (y la obviedad de la eficacia de las vacunas, la obviedad de que la Tierra es redonda, la obviedad de que los nazis exterminaron a 6 millones de judíos, así como a gitanos, homosexuales y personas con discapacidad) no es suficiente. Esta es la parte fácil. Cualquiera que no se empeñe en crear una realidad paralela a la que considerar propia lo sabe. La cuestión es vivir de acuerdo con lo que se sabe. La cuestión, en el caso de la emergencia climática, es vivir según la urgencia del momento, la cuestión es luchar según la urgencia del momento. Esta es la parte difícil. Y es aquí donde la mayoría de la gente falla.

Si la mayoría está segura de no ser negacionista, los hechos indican que la mayoría se comporta como tal. Es lo que podemos llamar “negacionismo sincero”. El negacionista sincero es aquel que no sabe que lo es. No es un negacionista por truco o por cálculo, en aras de sus propios intereses inmediatos, como el grupo de Bolsonaro, sino porque no es consciente de que se está comportando como un negacionista. Algunos podrían ser más duros y llamarlo negacionista perezoso o negacionista en la inopia, pero me parece que la mayoría de la gente está paralizada por el miedo y utiliza la negación como una forma de protección. No los justifico, ya que es la peor forma de protección, la que desprotege y agrava el problema. No los justifico, pero al menos los explico. Seré menos dura que los adolescentes que gritan: “Quiero que entréis en pánico, porque la casa está en llamas”.

La mayoría de la población —y esto es generalizado, incluso entre los científicos, incluso entre los periodistas— vive como si no estuviéramos en una emergencia climática, como si no estuviéramos presenciando la sexta extinción masiva de especies. Si tu casa está en llamas, ¿no te levantas, te mueves y haces todo lo posible para apagar el fuego? ¿No encontrarías también la manera de hacer lo imposible? Si la casa está en llamas, ¿no deberían estar todos los científicos dedicados a esta cuestión, independientemente de su campo? Si la casa está en llamas, ¿no debería estar toda la prensa cubriendo la Amazonia y otros enclaves de la naturaleza con la misma intensidad o más con la que cubren la política? El negacionismo está incrustado en todos los ámbitos, incluso donde menos se espera.

Tanto la emergencia climática como la sexta extinción masiva de especies las están causando la acción humana. Aunque no la de todos los seres humanos, hay que subrayarlo. Y sí la de una minoría dominante que nos ha llevado al abismo del colapso climático y que hoy levanta muros para impedir la entrada de los refugiados climáticos, aquellos que con cada vez más frecuencia migran por el planeta porque sus regiones han sido devastadas por el sobrecalentamiento global, y con la devastación ha llegado el hambre, la enfermedad y la violencia.

Además de muros, esta minoría también se dedica a construir búnkeres de lujo en Nueva Zelanda para protegerse de los efectos del colapso climático y se arriesga a pasearse por el espacio para ver si encuentra otro planeta que destruir. Los proyectos para poblar Marte ya están en marcha, como informó EL PAÍS, porque una minoría de seres humanos cree que basta con tener tecnología para apropiarse de otros planetas, igual que se apropió de las tierras de los pueblos originarios en la época de las llamadas “grandes navegaciones”. El planeta gira, a pesar de lo que digan los terraplanistas, pero la mentalidad colonizadora sigue siendo la misma, sigue produciendo y reproduciendo crímenes allí donde puede.

Un reciente estudio de la organización no gubernamental Oxfam ha demostrado que el 1% más rico del mundo, una población menor que la de Alemania, se comporta como si tuviera derecho a destruir el planeta. Si este 1% más rico sigue actuando como hasta ahora, liberando 70 toneladas de CO2 por persona al año, superará 30 veces el límite de emisiones de carbono necesario para evitar un aumento de la temperatura global de 1,5 grados centígrados en 2030. A la vez, el 50% más pobre del mundo mantendrá sus emisiones muy por debajo del límite, liberando una media de 1 tonelada de carbono al año. Por lo tanto, una diferencia de 70 a 1. Aunque el tema del carbono todavía no está muy claro para los que están leyendo esto, es fácil darse cuenta de que 70 a 1 es una diferencia enorme, garantizada por la desigualdad que estructura el sistema capitalista. Esta diferencia sella el destino de la mayoría de los seres humanos del planeta, precisamente la mayoría que menos ha contribuido al colapso climático.

La minoría que ha llevado el planeta al colapso climático y a la sexta extinción masiva de especies sigue comportándose como si fuera dueña del mundo, de todos los mundos, incluso de los mundos de las personas no humanas, y está amenazando a su propia especie con la extinción. Porque, como nos demuestra la experiencia, no se consideran de la misma especie. Siempre han considerado que están los que pueden morir, los que la plusvalía del capitalismo les drena la vida, los que pueden permanecer en las calles contaminadas de covid-19 para abastecer a una minoría de mercancías, como la pandemia ha demostrado.

Así que hay que dejar muy claro lo que es obvio: no es esta minoría la que buscará una solución ni afrontará la emergencia climática. Esta minoría está convencida de que salvará su pellejo, aunque sea en mansiones bajo tierra o en otro planeta. Se engaña, porque no escapará. Solo podrá escapar durante más tiempo. La destrucción llegará para todos si no nos movemos. Esta minoría, sin embargo, solo se dará cuenta demasiado tarde, porque no tiene la experiencia de sentirse amenazada y es incapaz de descodificar las señales. De momento, tendremos que cuidar de nosotros mismos, como siempre han sabido las periferias. Estamos en peligro de extinción. Aunque no se extinga por completo lo que llamamos especie humana, estamos en peligro, cada vez más probable, de vivir en un planeta mucho más hostil para nuestra especie. En un planeta peor que en el que ya vivimos. Imagino que, aparte de los sospechosos habituales, nadie dudará de esta obviedad.

Estamos en peligro de extinción y la gente no vive como si estuviera en peligro de extinción, de ahí la desesperación de los jóvenes, muy jóvenes activistas, liderados por Greta Thunberg. Por eso la adolescente se sentó sola frente al Parlamento sueco en 2018 y anunció una huelga escolar por el clima, porque no tenía sentido ir a la escuela si no hay futuro para su generación. Ella, que lideró el mayor movimiento climático de la historia, denunció la inversión: frente a los adultos negacionistas, a menudo sus propios padres, los niños han tenido que hacerse cargo del mundo. Y lo hacen, a pesar de las inmensas barreras que encuentran. Greta, por ejemplo, acaba de denunciar el blablá de la Cumbre del Clima de Glasgow, que se encamina a muchas promesas y poca acción inmediata. Los brasileños sabemos bien qué hace Bolsonaro con las promesas que no quiere cumplir.

La realidad de la Amazonia muestra récords de incendios y de deforestación, unos órganos de inspección debilitados y militarizados, mineros ilegales, madereros y ladrones de tierras públicas siendo estimulados a invadir tierras indígenas y áreas protegidas, y un amplio ataque mediante proyectos de ley en el Congreso, de autoría tanto del Ejecutivo, de Bolsonaro o de la bancada ruralista, que representa a la agroindustria más predatoria. El crimen se está legalizando en el Congreso. Aunque en la práctica, sobre el terreno, ya se ha legalizado. Cuando los defensores de la selva necesitan refugiarse para que no les maten, significa eso. Son ellos los que tienen que huir, a menudo de las propias fuerzas de seguridad del Estado, que se están convirtiendo rápidamente en milicias. Los delincuentes no necesitan huir, al contrario. Reciben el apoyo del Gobierno. La inversión ya se ha producido en el suelo de la selva amazónica, al igual que en otros biomas, como el Cerrado.

Si el negacionismo sincero sigue dictando el comportamiento de la mayoría de la población, la Amazonia no se convertirá en una sabana, como se ha anunciado. Por cierto, la riquísima sabana brasileña, el Cerrado, cuna de las aguas, también está siendo destruida a un ritmo devastador. Y parte de esta destrucción se está justificando con la mentira de que el Cerrado es un bioma pobre y que, por tanto, toda devastación sería aceptable. En lo que sí se convertirá la Amazonia es en una gigantesca hacienda de ganado, en una gigantesca plantación de soja, en gigantescas minas a cielo abierto como la que la empresa canadiense Belo Sun quiere construir en estos momentos en la Vuelta Grande del Xingú, en gigantescas fuentes de desvío de dinero como fue la hidroeléctrica de Belo Monte y como posiblemente será el ferrocarril Ferrogrão si no se le pone freno. La Amazonia se convertirá en ruinas, al igual que nuestra vida en este planeta-casa.

Esta es la dinámica de la guerra que vivimos, una guerra entre una minoría dominante y una mayoría expoliada. Y, como sabemos, estamos perdiendo esta guerra. Esta guerra ni siquiera es una guerra, por la desproporción de fuerzas entre ambos bandos. Es una masacre. Y, en el suelo de la selva, esta masacre es sangrienta.

La imagen real y terrible que literaliza lo que vivimos en la Amazonia es la imagen de la draga de la explotación minera ilegal, una de las dragas de los aproximadamente 20.000 mineros ilegales que han invadido la tierra indígena yanomami. La imagen de la draga de la explotación minera ilegal tragándose a dos niños y escupiéndolos después. La máquina del capitalismo más predatorio escupiendo cuerpos de niños indígenas. Y, como el Gobierno brasileño es perverso y está comandado por un hombre perverso, este crimen ocurrió el 12 de octubre, fecha en la que en Brasil se celebra el Día del Niño. Como ha quedado claro, la conmemoración se limita a los niños blancos.

Una máquina escupiendo niños muertos es la imagen de la Amazonia en Brasil. Lo era antes de Bolsonaro, aumentó el ritmo y la proporción con él y posiblemente seguirá sin él.

Esa es la importancia de dar nombre y conceptualizar el negacionismo sincero. Porque el negacionismo sincero hace que la gente deje de reaccionar por instinto, que deje de actuar por el más elemental sentido común. Nuestra casa está en llamas, como dice Greta Thunberg. Y el hecho de que los niños y adolescentes sean las personas más responsables del planeta en este momento dice mucho de las generaciones de adultos que están en activo hoy en día. Pues eso. Nuestra casa está en llamas. ¿Qué haces cuando tu casa está en llamas? ¿Te sientas a esperar que el fuego te queme a ti y a tu casa? ¿Comentas con el familiar o amigo de al lado que Bolsonaro es un negacionista mientras intentas identificar si el olor a quemado proviene de la tostadora del vecino? ¿Esperas a que te motive la esperanza o algún otro sentimiento noble para levantarte del sillón y actuar? ¿Quién hace eso?

Nosotros lo estamos haciendo. Los negacionistas sinceros lo están haciendo. La mayoría de la población, en todos los ámbitos, lo está haciendo. Y así la casa-planeta sigue ardiendo. Los más débiles morirán primero, ya está ocurriendo, pero los impactos llegarán a todos. Puede que cada uno de los que estáis aquí, leyendo este texto, no seáis capaces de ponerle nombre todavía, pero la corrosión que sentís en vuestra vida, el suelo que desaparece bajo vuestros pies, el malestar que se infiltra en vuestro insomnio, todo esto tiene un nombre. No hay ninguna píldora para deshacerse de él, la única posibilidad es actuar. Al fin y al cabo, ¿qué haces cuando tu casa está en llamas? Y, créeme, tu casa está en llamas. La pandemia, resultado en gran medida de la destrucción sistemática de la naturaleza, es una muestra del desafío al que nos enfrentamos.

A estas alturas, el planeta ya se ha calentado 1,1 grados centígrados, a nivel global, desde la Revolución Industrial. Ya no hace falta leer informes científicos para notar los efectos. Basta con mirar por la ventana o leer los titulares de los periódicos sobre temperaturas récord, incendios e inundaciones. En China, la nueva gran potencia mundial, algunos pasajeros se ahogaron en el metro. Impedir que el planeta se caliente 1,5 grados centígrados ha sido el objetivo de todas las Cumbres del Clima. También lo es ahora, en Glasgow. Pero, sin negar la inmensa importancia de las COP, los hechos demuestran que se avanza poco, más allá de promesas y más promesas. Pronto conoceremos los resultados concretos de la actual.

Si el sobrecalentamiento alcanza los 2 grados, los modelos científicos hechos por ordenador muestran que 420 millones de personas más estarían expuestas a olas de calor extremas y el número de muertes relacionadas con el calor se duplicaría. Medio grado más significa menos agua, más hambre y más pobreza. Con 2 grados, el 18% de las especies de insectos, el 16% de las plantas y el 8% de los vertebrados perderán sus hábitats, lo que supondrá una mayor presión sobre la producción de alimentos, la polinización y la calidad del agua. La Amazonia y otras selvas tropicales tendrían menos probabilidades de sobrevivir. Los océanos se volverían más ácidos, se agotaría el oxígeno y habría más zonas muertas, lo que aumentaría la presión sobre la pesca y llevaría a los corales a la extinción. También habría diez veces más posibilidades de que en verano no hubiera hielo en el ártico y podrían fundirse 2,5 millones de kilómetros cuadrados de permafrost. A finales de siglo, el nivel del mar subiría al menos diez centímetros más de lo que lo hará si el calentamiento se detiene en 1,5 grados, y dejaría a más de 10 millones de personas expuestas a inundaciones.

Terrible, ¿no? Sí. Y fingir que no está ocurriendo lo hará todo mucho más terrible, porque lo cierto es que, con los actuales gobernantes, al servicio de las grandes corporaciones, con los actuales gobernantes al servicio de la minoría dominante global y de la minoría dominante de cada país, será muy difícil que el sobrecalentamiento se detenga en los 2 grados. A menos que los negacionistas sinceros dejen de serlo y empiecen a luchar en todos los frentes.

La ONU ya ha calculado que, en este momento, el planeta va por el camino de sobrecalentarse 2,7 grados. Con ese nivel de calentamiento, la duración media de las sequías pasaría de dos meses, tiempo que durarían si se detuviera en 1,5 grados, a diez meses. El número de días de calor se duplicaría y las temperaturas máximas se mantendrán en los 40 grados. Otro medio grado de calentamiento global y no habrá más veranos con hielo en el Ártico. El riesgo de que haya olas de calor marinas, que pueden devastar poblaciones de peces y crustáceos, será 41 veces mayor que en la fase preindustrial. Con cada grado más de calentamiento, nuestro planeta se irá volviendo más irreconocible y nuestra vida en él cada vez más hostil. Hay modelos que predicen lo que ocurrirá hasta los 6 grados de calentamiento, pero me detendré aquí.

De nuevo. Si tu casa se está quemando, ¿qué haces, ni que sea por tus hijos y nietos, que ya han nacido en un planeta peor y serán adultos en un planeta mucho peor? Actúas. No solo, porque nadie hace nada solo. Solos sólo contamos como uno, y uno no cuenta. Esto es exactamente en lo que nos ha convertido el capitalismo al exaltar al individuo en detrimento del colectivo. Es el momento de crear comunidad con los que están cerca, de buscar otros aliados, de descubrir qué puedes hacer desde tu oficio, de hablar con todos los que puedas, de llamarlos a la acción. ¿Y a quién debemos escuchar, además de a los científicos realmente comprometidos?

Sigue tus instintos. Nos permitieron sobrevivir como especie cuando era muy difícil sobrevivir. Si tu casa está en llamas, ¿a quién pedirás que te guíe, con quién lucharás codo con codo para apagar el fuego? ¿Llamarás a los pirómanos, a los que han incendiado la casa? Desde luego que no. Pero ellos son quienes los negacionistas sinceros esperan que actúen, por increíble que parezca. Esperar una solución de los que incendian la casa-planeta significa negar los instintos de supervivencia más básicos. Cómo llega a hacerlo la mayoría es algo que tendremos que entender mucho mejor. Tú, por supuesto, escucharás, buscarás orientación y te aliarás con los que construyeron parte de la casa y han vivido en esta casa-planeta durante milenios sin destruirla. En Brasil, son los pueblos originarios, los llamados indígenas, y las comunidades tradicionales de la Amazonia, el Cerrado, el Pantanal y otros biomas.

No nos enfrentaremos a la amenaza de autoextinción sin habitar otro lenguaje. La solución no vendrá de los que tratan los ríos, las selvas, las montañas como recursos, sino de los que tratan el río como su abuelo, los árboles como sus hermanos, la montaña como su madre. No porque sean ingenuos o “primitivos”, sino porque saben que la vida en el planeta es un intercambio constante y no jerárquico entre seres humanos y no humanos, visibles e invisibles.

Sin embargo, hay otro problema inmediato. Las personas que viven con la naturaleza sin destruirla, porque también son naturaleza, son las que están siendo asesinadas en primera línea. Su exterminio fue decretado precisamente porque son la barrera física, corporal, para el avance de la destrucción en el suelo de la selva y de otros biomas por parte de los ruralistas y la base de Bolsonaro: ladrones de tierras públicas, madereros, dueños de explotaciones mineras ilegales, empresas mineras transnacionales, contratistas de grandes obras. En este mismo momento están siendo asesinados u obligados, junto a su familia, a buscar refugio. Necesitan todo nuestro apoyo.

El impeachment de Bolsonaro, por una serie de razones ya analizadas en artículos anteriores, está cada vez más lejos. La minoría que nos controla, en diferentes ámbitos, cree que aún puede sacar provecho de Bolsonaro. Y, como ha quedado más que demostrado, también piensan que los otros —nosotros— pueden morir. Nuestras vidas valen poco para esta gente. La vida de los blancos de clase media un poco más; la de los negros e indígenas, nada. Tampoco basta con derrotar a Bolsonaro en 2022, algo que puede ocurrir pero que está lejos de ser una certeza. Ruralistas y otros depredadores estaban en el Gobierno antes de Bolsonaro y, después de él, seguirán estando en el menú de opciones electorales. Ricardo Salles, el antiministro del Medio Ambiente, fue sustituido por otro que ejecuta la misma política, aunque con menos pirotecnia, para satisfacer las necesidades del momento. Todo es un truco. Tereza Cristina, la musa del veneno, sigue firme en el Ministerio de Agricultura haciendo una política ruralista, la política de las grandes corporaciones, que es la política de base. Vendrán otras Terezas Cristinas, tenlo por seguro, independientemente de quién asuma la presidencia de Brasil en 2023.

Debemos abandonar el negacionismo sincero ahora. Porque, en gran medida, estamos solos ante la amenaza de extinción. No hay tiempo. La lucha por la supervivencia es ahora. Ailton Krenak, uno de los principales intelectuales indígenas de nuestro tiempo, habla de posponer el fin del mundo. No sé si hay tiempo para posponer el fin del mundo. Lo que sí sé es que no podemos esperar a saberlo para empezar a luchar. Tenemos que luchar ahora, incluso sin esperanza, incluso sin garantías. Es el momento de luchar por la vida. Si esperamos a los que nos controlan, más que nos gobiernan, la casa entera se convertirá en cenizas. Tenemos que luchar ahora, al menos para no vernos obligados a agachar la cabeza ante las generaciones futuras, a quienes legaremos un planeta en ruinas.

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