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Columna
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Colau y los molinos de viento

La propuesta de la alcaldesa de Barcelona para la sierra de Collserola resulta atrevida. Más, al venir de la cultura comunero-ecologista

Ada Colau molinos viento
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, en una imagen de archivo.Efe
Xavier Vidal-Folch

La sierra de Collserola es el pulmón periférico que permite a los barceloneses respirar. Lo hiende esa excepción religioso-lúdico-comercial del Tibidabo. Pese a ello, el inmenso parque natural, frecuentado por caminantes, ciclistas, viejas, niños, ejecutivos veganos y gordos amables, es un milagro inmune a la especulación. El clavo ardiente al que agarrarse para creer que uno no vive en Calcuta, sino en un sobrenatural y naturalísimo Et in Arcadia ego.

Por eso, la propuesta de Ada Colau de instalar molinos de viento (para la generación eléctrica) en esa reserva de especial protección (lo que de inicio prohíbe instalar ahí turbinas), resulta atrevida. Más, al venir de la cultura comunero-ecologista.

La formula por “corresponsabilidad” con los habitantes de zonas saturadas con instalaciones antipáticas. Los vertederos, incineradoras, nucleares, depuradoras, cruces viarios, químicas, papeleras y cementeras a la antigua y demás armatostes indispensables pero insalubres, atienden a ubicaciones urbanísticas de clase. Acompañan o disrumpen el sueño de los barrios obreros de la Gran Barcelona (Badalona, Santa Coloma, Sant Adrià...), o de las poblaciones industriales de Tarragona.

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No hay instalaciones así, ¿azar?, cabalgando el hilo conductor geográfico del bienestar dorado. Ese que conecta Pedralbes y Sarrià con algunas masías restauradas del Empordà, ciertos apartamentos de nieve en la Cerdanya y las renovadas capitales del viejo carlismo, tipo Olot. Sin olvidar la volátil y ensoberbecida Girona, ayer dos veces inmortal por ser cuña españolista y hoy capital uzbeca de la república fantasma.

Una sola turbina junto al Tibidabo desacraliza ese templo de lo cursi. Ecualiza los costes del desarrollo. Y destruye las coartadas paisajísticas que descartan los parques eólicos frente a las mansiones marca nou ric de consellers plutócratas, en la Costa Brava, y convierten a Cataluña en colonia energética de Aragón.

Iniciativas sorprendentes así son las que compensan (en parte) o redimen (del todo) —elijan—, los vaivenes rectificativos de Colau, de negar el Mobile o el circuito de Montmeló a darles apoyo ferviente; o sus fallos pedagógicos sobre el nuevo urbanismo táctico/peatonal; o su unilateralismo antieconómico contra la ampliación del aeropuerto. Todo eso que fermenta un aguerrido frente “biempensante” antialcaldesa. Tan excitado como algunos de sus adoradores. Y de momento, sin propuestas mejores.

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