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Pasados los 50: ‘Let it be!’

Se nos echa encima un sistema burocratizado en el que solo las estadísticas cuentan, pero la solidaridad intergeneracional no estriba solo en la compensación del índice de las pensiones

Tribuna Luisa Castro 06/11/21
ENRIQUE FLORES

Las primeras hornadas de los babyboomers empiezan a jubilarse. Por este nombre se conoce a la nutrida generación que protagonizó la explosión demográfica de finales de los cincuenta a los últimos años setenta en España, y que dio buena cuenta de una etapa larga de desarrollismo que comienza con la tímida reconstrucción de un país en plena era franquista y llega hasta los últimos estertores del dictador, en los inicios de la democracia. Los que nos encontramos en la mitad de esa franja —nacidos a mediados de los sesenta— teníamos a unos primos, amigos o hermanos mayores bien curiosos. Éramos niños cuando muchos de ellos estrenaban su adolescencia en la concienciación cívica y política y, sobre todo, en las aulas. Fueron los primeros hijos de la clase trabajadora que tuvieron acceso a la educación superior, que se generalizó plenamente entre los nacidos en los sesenta. Íbamos a sus casas y allí oíamos por primera vez hablar de “una carrera”. Allí veíamos a estos jóvenes sonrientes y confiados y allí se oía el rumor del futuro. Los primeros estribillos en inglés, y un himno por encima de todos: Let it be. Ambas cosas, la educación universitaria y la cultura musical popular unían por primera vez a jóvenes de clases y orígenes muy diferentes en España.

Esa canción, Let it be, que yo oí por primera vez en el piso de mis primos de Burela, es un hermoso himno que cuenta la historia de una madre muerta que visita a su hijo en sueños y pronuncia las palabras sabias: Let it be. Todo está bien. Déjalo. Déjalo estar. La música de la canción transmite como pocas ese sentimiento de paradójica alegría nostálgica, de desprendimiento y poder, de seguridad y confianza aún en la pérdida, y quizás más en la pérdida.

Mis primos de Burela eran hijos de madre viuda, como mi amigo Ramón Eiras, nacido el mismo año que su padre perdía la vida en el mar. No era nada raro que esas madres y abuelas que habían criado solas a sus hijos, con una pensión exigua y en circunstancias difíciles, levantaran a sus vástagos como príncipes, con un destino de príncipes. Es lo que fueron y lo que son nuestros primos hermanos y nuestros inmediatos referentes, mujeres y hombres jóvenes empujados por ese sueño de libertad que se encaminaba a la igualdad plena de derechos. Comenzaba con ellos la auténtica revolución cívica y cultural de nuestro país.

Me remito a aquellos primeros chicos que nos gustaban y pienso en Ramón Eiras porque se parecía mucho a Paul McCartney. Todavía se parece, más de lo que Paul McCartney a él mismo. No han pasado por Ramón los años como para Paul. No le ha hecho falta ningún lifting para conservar su belleza original desde aquellos dieciocho o veinte hasta los actuales ¡sesenta y tres! Me da la noticia su mujer y mi amiga Montse. ¡No puede ser! Pero si nosotros tenemos cincuenta y cinco, las cuentas salen... Let it be.

Me acuerdo de Ramón Eiras y de McCartney porque sé que me entenderán los miles de boomers que dejan ahora el listón muy alto para el relevo generacional de educadores que se avecina. Cuarenta años dando la batalla en las aulas como profesor de ESO en el Martínez Otero, un colegio de curas al que Ramón Eiras, como muchos de sus compañeros de generación, aportó juventud, vitalidad, talento, energía y ansias de superación a las sucesivas generaciones de chavales que han pasado por sus clases de Historia, por sus entrenamientos de baloncesto. Gente que ha dejado la piel en los colegios, que ha creído en un proyecto educativo, que ha creído y cree que la educación nos hace libres. Y probablemente cueste seguir creyendo. Let it be. Como cualquiera que se entrega a una vocación en cuerpo y alma, a los de verdad les basta con ejercerla y poner en ella su corazón para saber que así será, las cosas no pueden ser de otro modo, cuando se planta una semilla esa semilla crece, germina.

El mar sigue moviéndose, no se le puede pedir que esté quieto. A veces pega un buen zarpazo y hunde el barco, pero al día siguiente amanece maino y no hay puertos en toda Galicia para abastecer de pesca. Ramón es un buen ejemplo de esa multiplicación de peces. Montones de alumnos a los que ha empujado a flote, a los que ha descubierto un sueño, una vocación. La herencia que deja en sus redes, que son las redes de la enseñanza y del rigor, de la empatía y del esfuerzo son las redes que reciben como un tesoro los que llegan ahora.

Los hijos de los babyboomers empiezan a acceder a un puesto en la educación después de años de oposiciones congeladas. Hemos taponado con nuestra contribución a la demografía y a la cultura del país a varias generaciones a la espera de una oportunidad. Jóvenes recién licenciados adquieren su primer puesto de trabajo en la educación secundaria. Tomarán ese relevo con la misma ilusión que lo hizo mi amigo Ramón Eiras, y si no se equivocarán. No se puede culminar una trayectoria profesional sin vocación y sin ilusión hasta el último día, con los ojos puestos en las mentes de 12, 14, 15 años. Porque un profesor nunca se jubila. Un profesor permanece en la memoria de sus alumnos y se hace más grande en ella. La ilusión de esos 40 años de pelea es el verdadero homenaje, y va por Ramón Eiras, por Emilio Legazpi, por todos los que han sabido transmitir su ilusión, su fe en los jóvenes y sus palabras sabias.

Las cosas quizás no estén bien, se nos echa encima un sistema burocratizado en el que solo las estadísticas cuentan, pero la solidaridad intergeneracional no estriba solo en la compensación del índice de las pensiones, también en la integración de los descendientes de los inmigrantes, en la fe en ese nuevo contingente de sueños por cumplir y de savia nueva. Tal vez la educación y la cultura no nos aseguran ser millonarios. Nuestros Ramón Eiras no se han dedicado a la cultura del pelotazo ni a la formación de espíritus gregarios y conformistas. Han plantado otra clase de raíces. Raíces que son muy profundas cuarenta años después, que vienen de lejos y que Zuckerberg se las verá y se las deseará para replicar en su metaverso.


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