La calamidad de perder las complicidades
Hace un año murió Jesús Mota, un periodista que dominaba los recursos de este oficio
Por mucho que cambien las cosas, y están cambiando mucho, cuando se trata de periodismo hay unas cuantas exigencias que seguirán siempre ahí. Tercas y obstinadas, indican que de nada sirve estar en esto si no se tiene curiosidad por el mundo e interés por la suerte de sus gentes, afán de preguntar para entender lo que sucede y habilidad para situar cada hecho concreto en su contexto y establecer relaciones y derivadas que permitan reconstruir sus recovecos. En tiempos que ensalzan el heroísmo gusta mucho servirse de la imagen del diminuto que de una pedrada derriba a la criatura monstruosa que representa el poder. Pero la verdad, que es al fin y al cabo lo que persiguen los que se embarcan en la tarea de informar, está llena de aristas, así que nunca está de más la humildad: se hace lo que se puede.
Las nuevas tecnologías, que tanto ayudan hoy, tienen el peligro de transmitir una falsa sensación de dominio. Con tantos recursos a la mano, es posible terminar creyéndose que se pueden hacer las cosas al margen de los demás, y se olvida así que este oficio tiene mucho de artesanal y que, como el de los alfareros, no hay más remedio que meter las manos en el barro. Hace un año murió Jesús Mota. Llevaba mucho tiempo siendo el responsable de preparar los borradores de los editoriales de Economía en esta sección. Fue algo fulminante, y dejó —como otros antes que él— un agujero enorme. Por eso la referencia a la artesanía: la Redacción de un periódico es como un taller donde se aprende el oficio.
Mota era un tipo enorme en todos los sentidos, hosco y huraño, con un envidiable sentido del humor: rápido, ingenioso, preciso. La tarea de hacer borradores obliga al periodista a ejercitarse en una suerte de segunda lectura sobre las cosas que ocurren. Hace falta ir a las noticias, pero también a las interpretaciones y al ruido que producen, e ir encontrando la posición, la mirada, los argumentos que hay que cocinar para que la dirección dé por bueno cada borrador. Meter las manos en el barro, ir armando la pieza. Mota era un lector compulsivo, llenaba cuadernos y cuadernos de notas, levantaba el teléfono cuantas veces fuera necesario para engrasar las ideas, contrastar la información, afinar. Y era un maestro a la hora de escribir.
“Hay que atribuir como causa principal del abarrotamiento oficinesco a lo que podríamos denominar como Estrategia del vaivén”, escribió en un acento en estas páginas. “No ha mucho, unos diez años atrás, la banca exhibía una voluntad eufórica de aproximar el negocio al cliente, de considerar a este como uno más de la familia a través de la infalible (así se vendió) técnica del trato personal. El pequeño comerciante, el jubilado, el depositante (aunque fuera modesto) iba a encontrar en su banco un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo —inmortal declaración de José Luis López Vázquez a Katia Loritz en Atraco a las tres—. Pero hoy la perspectiva bancaria ha mutado”. Y así continuaba para terminar apuntando que los clientes al final se habían quedado sin ese “trato personal” antes tan alabado. Es posible que haya calamidades domésticas con las que se puede convivir. Pero hay otras que son intolerables. La pérdida de Jesús Mota ha sido una de ellas. La otra podría ser que un oficio de artesanos como el periodismo pierda las complicidades que genera una Redacción.
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