Para qué sirve tu ira
Hubo un tiempo menos agresivo en el que incluso se podían cultivar amistades en el campo contrario. ¿O estoy alterando los recuerdos porque desearía que así fuera?
Sin padecer heridas de guerra ni estar en el fragor de una batalla histórica ni sufrir a la intemperie a veces miramos al cielo, tal cual hiciera el príncipe Bolkonski de Guerra y Paz en ese momento cardinal de la novela que es uno de los más bellos de la literatura, y nos preguntamos para qué todo esto. El descanso de cualquier actividad laboral debiera servir para preguntarse por el papel que cada uno interpreta en esta comedia de la vida pública. Los lectores son fundamentales; los periodistas, esenciales para que la verdad no nos pudra, pero ¿qué ha aportado, en cambio, el exceso de opinión que ha invadido los medios a la relación entre quién escribe y quien lee, escucha o ve? Teme una convertirse en personaje, que el nombre propio se convierta en una marca, verse obligada a responder a los deseos de quienes buscan en ti su opinión pulcramente expresada. Cuántas veces se recurre ahora a aquella noble frase, “todo es política”, cuando lo que verdaderamente ocurre es que todo es politiqueo. Politiqueo cutre que nos lleva al batallón, a no conceder ni ésta al adversario, a la mofa y al escarnio. En realidad, ese es el triunfo de una clase política de vuelo gallináceo que ha encontrado en los titulares chocantes, los juicios demagógicos y las gracietas baratas una fuente de inspiración. Todo está tan contagiado de politiqueo que hasta causas que deberían ser de transversales, como la defensa del medio ambiente, parecen cuestiones de exclusividad partidista que solo sirven para tirarnos los peces muertos a la cabeza.
Tal vez me engañe la memoria, pero creo estar segura de que hubo un tiempo menos agresivo en el que incluso se podían cultivar amistades en el campo contrario. ¿O estoy alterando los recuerdos porque desearía que así fuera? Tengo edad para haber visto sentarse a una mesa a personas que expresaban opiniones de muy diferente signo, ¿qué ha ocurrido para que eso sea cada vez más difícil? La burla es, sin duda, la excrecencia más desafortunada del humor español, está claro que cuando uno recurre a ella es porque le fallan otros argumentos más inteligentes. Pero lo que dejamos atrás hace un mes, al concluir el curso, fue la mezcla de dos ingredientes peligrosos: la burla unida a la ira, una ira que trata de eliminar al adversario por el viejo método de dejarlo en ridículo. Hay muchas voces dedicadas a eso, tantas, que casi se está convirtiendo en exótica aquella noble voluntad de caminar y contar lo que nuestros ojos ven, certificar lo que ocurre. Porque la ira y la burla no precisan de una mirada abierta al mundo, son reacciones caseras, sedentarias, se cuecen en el sillón donde se empolla ese huevo de la furia retestinada.
Para qué sirve la ira sino para fomentar la idea de que solo revolcándonos en el fango lograremos atraer la atención de un público cada vez más necesitado de emociones fuertes. Nos quejamos de las fake news cuando el caldo de cultivo que más las favorece es la descalificación: ataca a alguien machaconamente durante un tiempo, vierte sobre una persona la sospecha de que es indigna y habrá un día en que esa acusación velada se dará por cierta. Es lo que ha venido ocurriendo, por ejemplo, con los trabajadores del cine: tanto se ha repetido que viven de las subvenciones que entras en los comentarios que provoca cualquier estreno y hay un tanto por ciento de lectores que lo da por probado.
Descansar de una misma, de su figura pública, sentirse aliviada durante un mes por el silencio, preguntarse, de qué sirve esta guerra, porque en tiempos de paz las guerras son verbales, pero también se cobran víctimas y enturbian el ambiente. Hay quien se pone caliente con esa lucha y hay quien no. Habría que advertir al lector para que no pierda el tiempo: si lo que busca es pelea, amigo, se equivocó de columnista.
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