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tribuna
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La bilateralidad de la Generalitat

A pesar de la gesticulación independentista, la relación entre el Govern y La Moncloa la pilotan hoy dos pragmáticos que permiten que la estrategia de pájaro en mano de Jordi Pujol tenga recorrido

La bilateralidad de la Generalitat / Joan Esculies
Enrique Flores

En la última semana, la Generalitat de Cataluña ha dejado claro que no tiene intención de mantener con el Gobierno de España otra relación que no sea de tú a tú. Este lunes se celebró la comisión bilateral para tratar una cincuentena de traspasos estatutarios pendientes y otras transferencias que el Gobierno catalán está dispuesto a asumir. El viernes, Pere Aragonès declinó acudir a la Conferencia de Presidentes autonómicos en Salamanca. Con el patio trasero del independentismo desorientado y focalizado en los múltiples frentes judiciales, el president no quiso fotografiarse como uno más y, todavía menos, junto al Rey.

El miércoles pasado, en cambio, el consejero de Economía y Hacienda sí participó en la reunión del Consejo de Política Fiscal y Financiera para informarse en persona del objetivo de déficit para las comunidades y aclarar dudas sobre los presupuestos de la Generalitat para el 2022. La asistencia de Jaume Giró se insinuó como una excepción al bilateralismo porque hace años que los titulares del ramo no acuden a los encuentros y designan representantes de segundo nivel como crítica al nulo margen de decisión de las comunidades en este foro.

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Giró dirige su departamento a propuesta de Junts, pero tiene una buena relación con distintos dirigentes de ERC. Su participación en la reunión no es ninguna enmienda al bilateralismo. Como señaló Patrícia Plaja, la portavoz del Ejecutivo, “el consejero no asistirá, se conectará, es un encuentro virtual”. En este caso lo relevante era que no hubiese fotografía de grupo. Lo mismo ocurría cuando el presidente Torra participaba en las reuniones virtuales junto a los demás presidentes autonómicos en pandemia. De haber imagen, su figura frente a una pantalla no diluía visualmente la representación de Cataluña.

Dos ejes explican el actual bilateralismo del Gobierno Aragonès. El primero es que, en su cosmogonía, el grueso del catalanismo tiene asumido desde principios de siglo XX que el presidente del Gobierno de Cataluña no es tan solo el jefe de un Ejecutivo, sino un cuasi jefe de Estado. Francesc Macià mantuvo esta ficción por la inexistencia de otras autonomías en los primeros años treinta. Las circunstancias especiales de la Guerra Civil también se lo permitieron a Lluís Companys.

Josep Tarradellas, debido a la excepcionalidad de su retorno, y por convicción enviaba a sus consejeros a los foros con las entidades preautonómicas o excusaba la asistencia por quehaceres inaplazables. En un cambio de rasante, Jordi Pujol combinó el bilateralismo con el multilateralismo porque sus holgados resultados electorales le permitían marcar tempo y circunstancias. Aragonès bebe de esta tradición y está ligado a ella. No es que ante una cita concreta no pueda considerar la conveniencia de acudir, sino que su ideología le frena.

El segundo eje es la necesidad de ERC de marcar perfil para distanciarse del autonomismo. Esquerra fue durante tres décadas el adalid de la crítica a la estrategia de peix al cove (pájaro en mano) pujolista. Lo que trata de conseguir ahora mediante la comisión bilateral es lo mismo que hacia el presidente Pujol antaño por otros cauces. Para esquivar la crítica de Junts, Esquerra ha puesto en circulación el lema de la “Generalitat republicana” reforzado por el bilateralismo. Con ello pretender significar que mientras Pujol construía una autonomía —y, por tanto, la práctica se podía denostar—, hoy ERC construye un Estado. En realidad, la relación entre gobiernos catalán y español siempre acaba en el peix al cove porque el actual sistema autonómico no permite otra cosa.

Durante la semana se ha criticado a Aragonès por no acudir a la Conferencia de Presidentes, aunque fuere a cambio de alguna prebenda siguiendo la praxis del lehendakari Iñigo Urkullu. Sin embargo, la situación es distinta. Mientras que el Concierto Económico y el menor peso relativo de Euskadi en España permite al PNV actuar sin pausa, pero sin prisa, la pertenencia de Cataluña al régimen común y su dimensión, lo dificulta.

Los jeltzales, por otra parte, han asumido tres preceptos que diferencian hoy ambos territorios. En primer lugar, que con la configuración actual de la Unión Europea y las fuertes corrientes de la economía mundial una Euskadi independiente quedaría con facilidad a la intemperie y a merced de centros de poder más alejados que Madrid. Por tanto, ser un cuasi Estado en España puede incluso ser más beneficioso que uno pequeño al margen.

En segundo lugar, que cuando se resquebraja la cohesión interna de una sociedad más allá de un marco convivencial donde la discrepancia debe de ser lo habitual, hallar la cola milagrosa para volverla a unir es muy difícil. De ahí la precaución con la reforma del Estatuto de Gernika. Y, en tercer lugar, que la escisión interna de un partido —como la que vivió el PNV y de la que resultó Eusko Alkartasuna— es muy traumática porque son las relaciones personales, más que las disputas teóricas, aquello que cuesta de recomponer.

El independentismo catalán, por el contrario, todavía da vueltas a estos tres preceptos: confía en que Cataluña será acogida por la Unión con los brazos abiertos; acepta tensiones, pero niega un desgaste convivencial en el seno de la sociedad catalana; y asume el riesgo de las escisiones internas porque hasta el momento el daño electoral sufrido por este motivo ha sido relativamente bajo.

Así las cosas, en el próximo año y medio —hasta las municipales y la moción de confianza de la CUP a Aragonès—, la estrategia del peix al cove remasterizado podría tener cierto recorrido. Se ha publicado que en el Consejo de Ministros en que se aprobaron los indultos a los presos del procés, el presidente del Gobierno de España argumentó la medida apoyándose en la conllevancia de José Ortega y Gasset, más que en la esperanza de Manuel Azaña de una resolución duradera de la cuestión catalana en el conocido debate sobre el Estatuto de 1932. La conllevancia de Pedro Sánchez no implica en lo inmediato grandes teorizaciones políticas sino, en esencia, soltar carrete competencial dentro del marco estatutario.

En este esquema a la vez pujolista y orteguiano, Jaume Giró puede tener su papel y ser más apoyo de Aragonès que opositor interno como pudiesen esperar los sectores más estridentes de Junts. Tiene contactos en esferas que el presidente desconoce y experiencia para saber hasta dónde pueden llegar sus interlocutores. Por otra parte, puede dedicarse a su negociado sin tener que marcar perfil de partido porque no milita. Incluso la valoración positiva que hizo del resultado del Consejo de Política Fiscal y Financiera sorprendió a más de uno, puesto que para los representantes de Junts el Gobierno PSOE-Podemos todo lo hace mal.

El domingo, el consejero Giró declaró al diario Ara que estaría “en todas las mesas donde pueda intentar recuperar una parte del dinero que nos corresponde”. Habrá que ver en qué medida las presiones se lo permitirán en foros que no sean virtuales. A la vuelta de las vacaciones Cataluña vivirá de nuevo una semana de jubileo nostálgico con las acciones de recuerdo del 1-O que se preparan para el 11 de setiembre para festejar lo que pudo haber sido y no fue. Después, la reanudación de la mesa de diálogo para afrontar el problema político de fondo entre gobiernos dará pistas para saber qué podrá dar de sí la bilateralidad de la Generalitat que hoy pilotan dos figuras de orden.

Joan Esculies es historiador y periodista.

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