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Columna
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Virginia Woolf en Tokio

En estos Juegos Olímpicos se están tratando asuntos que antes se escondían o no se denunciaban. Un síntoma de progreso, el saludable cambio del ‘zeitgeist’

Máriam Martínez-Bascuñán
Juegos Olimpicos Tokio
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“Está construida de tal manera que jamás tenía una opinión o un deseo propios”, dice Virginia Woolf en Profesiones para la mujer. No existe un texto mejor para explicar la extraña disociación entre haber internalizado una voz que te dice que a veces pensar en una misma sería egoísta y tomar conciencia de que esa voz interfiere en lo que realmente quieres o deseas. La escritora se refiere a ella como un “ángel del hogar” al que intenta matar, aquel que “si hay una corriente de aire, se sienta en medio de ella”. Es la voz de la mujer que actúa y habla siempre pensando en los otros, con miedo a molestar, y que elige por ello la abnegación ante el temor al desamparo o el castigo. Mientras lo leía, el mundo se asombraba ante el sonoro “No” de Simone Biles. No sé si es adecuado hacer aquí una lectura de género, pero mientras escuchábamos los motivos por los que la deportista decidía parar (una mujer que sufrió abusos sexuales junto a su equipo sin que nadie las protegiese) pensé que estábamos ante alguien que se elegía a sí misma y su cuidado frente a todo lo demás, aunque siempre existirán quienes, habiendo lloriqueado como niños rompiendo sus raquetas en la pista, sean incapaces de reconocer la valentía de su gesto.

Quizá no haya por qué ver nada político en una elección así, o tal vez sí, a la luz de la historia de abnegación de las mujeres del clásico de Virginia Woolf. La política depende del contexto. Fíjense en el mensaje del saltador británico Tom Daley: “Soy gay y soy campeón olímpico”. La afirmación sería irrelevante si no existiera la homofobia, lo que inevitablemente la dota de carácter político, como ocurre con la protesta de Ona Carbonell, a quien han impedido llevar a su bebé a Tokio: no sería política si no existiera un contexto que niega sistemáticamente esa conciliación. Y, por supuesto, tampoco habría ningún significado en el traje de cuerpo completo con el que las gimnastas alemanas denunciaron la sexualización de su deporte. Su gesto recuerda al de su compatriota Sarah Voss eligiendo la forma de hacer deporte más cómoda para ella, frente a la opción de vestirse “más femenina” ante la mirada de los demás. Aparecer con un traje que desafía una norma estética crea un espacio para negar lo que se espera de ti y abre la posibilidad de mostrarse como verdaderamente se desea, señalando el camino para otras, más aún cuando esa senda está marcada por una existencia incompleta que solo alcanza su plenitud en relación al otro masculino. Miren a la nadadora Ariarne Titmus, ahora solo “la admiradora de Nadal”, o a la tenista Paula Badosa, reducida a ser “la ex de Broncano”. En fin, la lista es larga. La buena noticia es que todo esto se ha colado en los Juegos Olímpicos y forma parte del debate público cuando antes se escondía o no se denunciaba, o simplemente pasaba desapercibido. Sin duda, es un síntoma de progreso. El saludable cambio del zeitgeist.

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