Sobrecarga de operadores
El cometido de un banco central es estabilizar los precios. Si también intenta salvar el planeta, fracasará en ambas tareas
Los programadores informáticos conocen bien el concepto. Sobrecarga significa programar una función de manera que realice diferentes tareas dependiendo de lo que se haya introducido. Por ejemplo, si se introduce un número, la función puede arrojar los factores primos. En cambio, si lo que se introduce es una palabra, proporciona la raíz, el prefijo y el sufijo.
La sobrecarga no funciona bien en el terreno de la política. En ese mundo debería utilizarse un instrumento para alcanzar un objetivo, como la política monetaria para controlar la inflación, la política fiscal para suavizar las fluctuaciones del ciclo económico, y las políticas estructurales para aumentar la productividad. En realidad, y especialmente en nuestra realidad, esto no es tan sencillo. Desde la crisis financiera, los bancos centrales han aprendido que necesitan más de un instrumento para estabilizar las expectativas de inflación. El Banco Central Europeo utiliza una combinación de tipos de interés, políticas de liquidez, adquisición de activos y anticipación de la política solo para lograr ese objetivo. Salir indemnes de la pandemia ya es una tarea ingente. Añadir otra es sobrecarga.
El cambio climático es, ciertamente, el reto previsible más importante para el mundo en este siglo. El BCE también se lo está tomando en serio. Y así debe ser. Pero el temor es que su plan de acción climática tienda a la hiperactividad, eso que acaba distrayéndolo a uno de su cometido principal.
El plan contiene dos categorías, una perfectamente legítima, y otra que yo calificaría de sobrecarga. La legítima tiene que ver con los riesgos del cambio climático para el mandato fundamental del BCE. La alteración del clima podría tener efectos complejos para el nivel de los precios y la estabilidad financiera. Si un banco se ve expuesto a los riesgos derivados del cambio climático, los bancos centrales tendrían que adoptar una perspectiva. Esta es la clase de cosas que entran en el mandato primordial del BCE. No hace falta enumerarlo como una categoría aparte. Existen muchos factores estructurales que suponen un riesgo en este momento: las pandemias, los cambios en las cadenas de suministro, las criptomonedas, y también el cambio climático.
Pero el plan de acción del Banco Central Europeo va más allá: ofrecer incentivos a empresas e inversores para que abandonen las emisiones que comportan altas emisiones de carbono; controlar la huella de carbono de los bancos; y fomentar la innovación en finanzas sostenibles. Todo ello es deseable, pero se trata de tareas de naturaleza política.
Los gobernadores de los bancos centrales olvidan a menudo que son independientes solo porque la sociedad ha llegado al consenso de que el objetivo de la política monetaria tiene que ser la estabilidad de los precios. Cuando se los sobrecarga con objetivos políticos, por muy sensatos que uno crea que son, se está haciendo política. Llegado ese momento, no hay que sorprenderse de que la gente empiece a poner en duda la independencia del banco.
Este año, Christine Lagarde ha pronunciado siete discursos además de sus apariciones habituales programadas. De ellos, tres estuvieron dedicados al cambio climático. Claramente, el BCE y su presidenta han iniciado un recorrido.
Las objeciones en contra de ello no son de orden legal. Lagarde es abogada de formación. Sabe lo que hace. Invoca el mandato secundario del banco en defensa de su propio plan de acción contra el cambio climático. Esto significa que el BCE debe apoyar las políticas de la UE siempre que no entre en conflicto con el mandato de la estabilidad de los precios.
No estoy cuestionando la legalidad de la apropiación del mandato del BCE, sino su buen juicio. Pongamos la adquisición de activos como ejemplo de qué podría salir mal en una estrategia con un doble objetivo. La justificación de la relajación cuantitativa ha sido reducir los tipos de interés a largo plazo a través de la compra de valores a más largo plazo. La relajación cuantitativa es un instrumento de política monetaria perfectamente válido. Pero, igual que con cualquier instrumento, también se puede abusar de él. Por ejemplo, se podría comprar activos para monetizar la deuda de los gobiernos nacionales. También se podría utilizar para dar a los emisores un incentivo para que se vuelvan respetuosos con el medio ambiente. He sido partidario de la relajación cuantitativa y las compras en pandemia por motivos estrictos de política monetaria, pero rechazo la idea de los programas de adquisición de activos cuyo objetivo fundamental ya no sea ese.
Mis objeciones no son legales ni morales, sino prácticas. La sobrecarga de operadores es proclive a cometer errores. Y hay una gran diferencia con la programación informática: cuando se sobrecarga un banco central, la tarea de eliminar fallos será mucho más difícil.
Wolfgang Münchau es director de www.eurointelligence.com.
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