Toma, Moreno
El productor de televisión es un compendio entre Monchito, Macario y Rockefeller y un alma atormentada en una España tan feroz con el diferente como dicen que fue él con sus colaboradores


De siempre me han dado grima los ventrílocuos. Igual que me acojonan las marionetas, los gigantes y cabezudos y los santos de iglesia, me da un repelús de morirme ver a un señor haciendo como que habla desde las tripas con un muñeco al que tiene agarrado por donde yo te diga. No soy la primera ni la última. Lo mío tiene un nombre. Pupafobia, dice Wikipedia: miedo irracional a los títeres. Vale, seré pupafóbica, pero, de joven, José Luis Moreno me sacaba de quicio por otros motivos. Sus personajes, a los que daba voz y carácter, representaban todo lo que detesto. Macario era un cateto pobretón y salido de cuya ignorancia se mofaba a gusto sin matices. Monchito, un niñato que camuflaba su pluma con una procacidad de putero imberbe. Y el peor, Rockefeller, un cuervo vestido de frac, supuesto ricachón explotador de currantes, que terminaba cada machada que le hacía decir su amo con un “toma, Moreno” acompañado de unas convulsiones como de cópula que me provocaban eccema súbito. Un humor vulgar, soez, profundamente machista, clasista y homófobo muy del gusto de España hace no tanto, tampoco nos flipemos con el Orgullo LGTBI+ de este año. Con el tiempo, Monchito, Macario y Rockefeller perdieron cuota y Moreno fue arrinconándolos, pero nunca abandonó del todo su querencia a exhibir tías buenas, machos ibéricos y mariquitas graciosos, sí, pero siempre que no ofendieran a los biempensantes.
José Luis Moreno, el hombre que susurraba a sus muñecos antes de ser el todopoderoso productor televisivo, ha sido detenido como presunto capo de una banda de estafadores. Interesándome esa trama, me interesa menos que el laberinto de la mente de un hombre capaz de fabularse a sí mismo un pasado de neurocirujano, divo de la ópera y picaflor con varias esposas e hijos repartidos por el globo cuando me da, más bien, que es un compendio entre Monchito, Macario y Rockefeller y un alma atormentada en una España tan feroz con el diferente como dicen que fue él con sus colaboradores. Sí, ya sé que es avaro y riquísimo. Pero hay armarios como mansiones. Y yo ahí, sin ser incompatibles, veo más carne de diván que de presidio. No, no lo disculpo, pero tampoco añadiré más leña a la pira. Torres más altas han caído y habitan jaulas de oro en Abu Dabi.
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