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Columna
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El contenido material de la “concordia”

La rescató Pedro Sánchez ante el Círculo de Economía. En modo escueto: “La concordia es también un valor económico. Y la discordia, partidista o territorial, es un lastre económico”

Xavier Vidal-Folch
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la clausura de la tercera sesión de la XXXVI reunión del Círculo de Economía, el pasado 18 de junio, en Barcelona.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la clausura de la tercera sesión de la XXXVI reunión del Círculo de Economía, el pasado 18 de junio, en Barcelona.David Zorrakino (Europa Press)

La idea más útil para la cuestión catalana es “concordia”, propósito vinculado al de “reencuentro”. La rescató Pedro Sánchez ante el Círculo de Economía. En modo escueto: “La concordia es también un valor económico. Y la discordia, partidista o territorial, es un lastre económico”.

El paralelismo entre conciliación política y progreso económico no es un invento. Hace casi nada, la defensa del mercado interior frente a la fragmentación unificó a los 27 en su pulso político con los intentos de Londres de repetir su tradicional divide y vencerás en la negociación sobre el tratado bilateral.

En la literatura económica, hizo fortuna la defensa del círculo virtuoso de la institucionalización paralela formulada por Daron Acemoglu y James Robinson: “Las instituciones políticas inclusivas tienden a apoyar las instituciones económicas inclusivas” (Por qué fracasan las naciones, Deusto, 2012).

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Y hace un siglo largo, en 1919, lord Keynes anticipó cómo el Tratado de Versalles, que imponía a la perdedora Alemania la destrucción sistemática de sus pilares económicos (comercio exterior, carbón y acero), y unas reparaciones abusivas, acarrearía otro conflicto y la bancarrota europea: “Iniquidad” a la que él contribuyó... y de la que se desdijo. Lo hizo en su genial y polémico Las consecuencias económicas de la paz (RBA, 2012).

Hasta ahora el foco se dirigía a la discordia. Los años del procés se caracterizaron por el menosprecio a la economía —baluarte tradicional de Cataluña— por sus dirigentes. Ignoraron la estabilidad política como su requisito imprescindible. Prestaron oídos sordos a los bancos y empresas que les anticiparon su exilio. Organizaron tres huelgas generales (3/10 y 8/11 de 2017 y 21/2 de 2019). Amenazaron con “parar la economía catalana durante una semana”. Y facilitaron el sorpasso a la madrileña.

Lo peor de la discordia es su efecto multiplicador. En sentido inverso —y simétrico—, Pablo Casado acusa a empresarios, obispos y “sociedad civil” de “cómplices” del reencuentro: siembra cizaña entre españoles. Los adjetivos “infamia”, “traición” y “golpe” devienen así sustantivos generadores de inestabilidad.

“La estabilidad política tiene un valor económico en sí misma”, replica uno de esos cómplices, el presidente del Círculo, Javier Faus (LV, 20/6). Pero, precisemos, su ausencia no solo perjudica a los empresarios catalanes. Sino a todos: mella la locomotora económica Barcelona/Madrid, tan esencial para los españoles como lo es la entente París/Berlín para los europeos.


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