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punto de observación
Columna
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Tanta exageración

La oposición de la actual dirección del PP es agotadora por todos los caminos que cierra y por todo lo que deja de hacer

Isabel Díaz Ayuso, en un acto el pasado viernes.
Isabel Díaz Ayuso, en un acto el pasado viernes.Jesus Briones (GTRES)
Soledad Gallego-Díaz

Una escritora tan original y sarcástica como la británica Ivy Compton-Burnett, que analizó como nadie el poder (y la familia) en sus novelas victorianas, aseguraba que la exageración es siempre el mejor camino para no reformar nada. Exagerar, decir o hacer algo traspasando los límites de lo verdadero, natural, justo y conveniente, es un gran peligro en manos de los políticos y, desde luego, el punto flaco donde se rompe desde hace ya tiempo la derecha política y muy especialmente la española. Es ese deslizamiento por la exageración lo que debilita al Partido Popular (la extremosidad es pura debilidad, decía el primer ministro británico Disraeli) y lo que está llevando a la derecha conservadora en casi toda Europa por el camino del populismo, mucho más que a la izquierda clásica.

Preocupados muchos analistas por el destino de la izquierda y la socialdemocracia, no se da la debida importancia a la autodestrucción de la derecha. En el caso español, el Partido Popular es un buen ejemplo de ese proceso. No es tanto que se encuentre presionado por Vox o que los seguidores de Abascal le sometan a un gran desgaste (aunque cabría preguntarse por qué Isabel Díaz Ayuso representa al PP y no es dirigente de Vox) como que ha perdido su propia identidad y su capacidad de argumentación política. Tanta exageración resulta sospechosa de ocultación. La hipérbole no puede ser la única realidad. ¿Hay algo más? ¿Alguna propuesta?

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La oposición de la actual dirección del PP es agotadora, no ya por los ataques personales que implica, sino por todos los caminos que cierra y por todo lo que deja de hacer. Hace años que el PP no contribuye en nada a la construcción de un espacio democrático común. Incluso en el espacio constitucional, al que tanto se refieren algunos de sus dirigentes, no existe la menor aportación intelectual propia desde hace décadas. Lo que hace el presidente del PP, Pablo Casado, es adueñarse de la Constitución, como si fuera suya o de su partido, algo así como sentarse encima de ella o colocarle la rodilla en el cuello para impedir que respire. Y, sin embargo, la Constitución del 78 puede ser definida de muchas maneras, menos como obra del Partido Popular. En todo caso, tuvo más que ver con el pensamiento de Manuel Fraga que con el de José María Aznar y su refundado PP.

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La primera consecuencia de esa apropiación de la Constitución es que el PP parece atribuirse el derecho a reconocer qué grupos políticos son legítimos, hayan alcanzado o no representación parlamentaria. Hasta que algunos dirigentes populares no se decidan a acabar con esa estrategia de origen “divino” estaremos todos, votantes de derecha, izquierda y centro, en un serio problema. El debate político no puede partir de semejante posición: ni el PP puede negar la legitimidad de los parlamentarios independentistas, por ejemplo, ni los diputados independentistas pueden negar la de los populares o aludir a otra legalidad que la que existe y les reconoce, incluso para reformarla.

Es posible que el bloqueo político que padece el PP tenga su raíz en el mayúsculo escándalo en el que continúa implicado. La financiación ilegal y la utilización de mecanismos del Estado en beneficio propio y de forma delictiva es una acusación grave que, quieran o no, terminará siendo dilucidada en los tribunales de justicia. Cuanto antes reconozca el PP su responsabilidad política, cuanto antes admita explícitamente que la moción de censura que echó al presidente popular Mariano Rajoy del Gobierno fue el pago político razonable para semejantes tropelías, antes podrá la derecha española enseñar que tiene algo detrás de la simple, pura y lamentable exageración.

Si existe, la democracia posmoderna seguirá dependiendo, según decía Norberto Bobbio, de dónde y cómo nos situemos en relación con los parámetros críticos de izquierda o derecha; es decir, en “si nos colocamos nosotros mismos y nuestros votos en términos de conveniencia política y social, viabilidad o responsabilidad moral”. Para ello sería imprescindible que la derecha recuperara cuanto antes un lenguaje mitigado y renunciara a esa especie de magnificación de todo, que todo lo anula. Puede empezar el próximo día 30, en el Congreso, manteniendo una posición calmada y un lenguaje sensato en el debate sobre los justificados indultos concedidos por el Gobierno.

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