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COLUMNA
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Gestionar la volatilidad acelerada

Al Gobierno le toca administrar las inmensas expectativas creadas por la nueva situación. Haría bien en ser cauto con expresiones de excesivo triunfalismo

Fernando Vallespín
Mario Draghi y Pedro Sánchez esta semana en el palacete Albéniz de Barcelona.
Mario Draghi y Pedro Sánchez esta semana en el palacete Albéniz de Barcelona.BORJA PUIG DE LA BELLACASA (AFP)
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Los humores políticos son como una montaña rusa, suben y caen a una velocidad alarmante. Se pasa de la euforia a la postración más absoluta en cuestión de pocas semanas; o viceversa. Si no que se lo digan a Casado, que tan feliz se las veía después de las elecciones de Madrid y del revuelo montado con los indultos. Las encuestas también contribuyeron a darle un chute de autoestima. Por fin veía viable el sorpasso al bloque de izquierdas. La fortuna, sin embargo, en uno de esos giros a los que debería estar acostumbrado cualquier político, le ha colocado ahora en la situación contraria. Casado baja, Sánchez sube. El escenario se da la vuelta como un calcetín.

Las causas del brusco cambio de tornas es conocida. Llegaron casi en trompa: la carta de Junqueras renunciando a la unilateralidad, el espaldarazo de Von der Leyen a los proyectos de ejecución de los fondos europeos, el entusiasmo mostrado por los grandes empresarios españoles ante la nueva situación económica, el acuerdo para la reunión de la OTAN en España en 2022, la foto con Draghi… Pero, sobre todo, el anuncio de que pronto podremos quitarnos la mascarilla en público. Puede que este sea el hito fundamental por el simbolismo que atesora, por su capacidad para representar el comienzo del fin de la tortura pandémica. Sánchez cabalga ahora, ufano, sobre la desescalada. Y no hace falta ser psicólogo para saber que esta sensación de brusco cambio de ciclo se resistirá a escuchar voces agoreras. Nadie desea que le amarguen la fiesta. Sí, también está el ridículo paseíllo del presidente con Biden, la resaca de la crisis de Ceuta o la foto de Aragonés con Puigdemont en Waterloo, que muestra de nuevo que lo de Cataluña no va a ser sencillo. A pesar de los indultos.

Pero la gente ahora quiere mirar a la luz, no permanecer en las sombras. A Casado se le ha puesto difícil hacer oposición y haría bien en detenerse a pensar en otra estrategia, no seguir con el piloto automático. Esa idea de que cuanto peor nos vaya tanto mejor para las expectativas de la alternancia no encaja ya en este momento de cambio de ciclo. Si a partir de ahora quiere tener éxito tendrá que jugar en positivo, tratar de sumarse al nuevo estado de ánimo. No hay nada más torpe que dejarse llevar por las inercias cuando todo se da la vuelta. También, porque sus presuntos aliados naturales, los empresarios y un importante sector de los autónomos, lo que quieren es afianzar el despegue económico, y saben que en estas circunstancias el optimismo es el mejor lubricante para la economía.

Esto no quiere decir que no haya también peligros para el Gobierno. A él le toca gestionar las inmensas expectativas creadas por la nueva situación. Haría bien en ser cauto con expresiones de excesivo triunfalismo. La herida provocada por la pandemia ha sido profunda y no tendrá cura fácil. La rueda de la fortuna ahora le ha colocado en lo alto, pero puede seguir girando. Subir o bajar, esta es la cuestión. En todo caso, un trabajo inmenso y difícil para los asesores de comunicación de los partidos. Quien aplique la terapia errónea puede despeñar a sus señoritos. Bajo estas condiciones de aceleración patológica de todo, saber leer los tempos se ha convertido en la pericia fundamental. Maquiavelo dixit.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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