Colón irritable
Me pregunto si habrá que hacer dentro de unos años un lavado a conciencia de la plaza madrileña
Me pregunto si habrá que hacer dentro de unos años un lavado a conciencia de la madrileña plaza de Colón; eso si para entonces se llama así y sigue oteando el horizonte el descubridor; sabemos que estas figuras de alcurnia se ven sometidas a un cribado constante, y el que un día se levanta prócer al siguiente yace en el barro. Nunca he sido un admirador de la plaza en sí, aunque la recuerdo más noble cuando la antigua Casa de la Moneda ocupaba lo que hoy son sus jardines alzados, tan ad hoc para arengas de cualquier tipo. Las moles pétreas resultan feas, la bandera española un poco exagerada de mástil, y da frescor en verano su catarata, que hace ruido y no deja oír bien el manifiesto. Ha habido allí ocasiones que llamaremos, para que no se nos acuse de fraccionalistas, igualitarias: en junio de 2017 se celebró en Madrid el World Pride, y donde el pasado domingo el amo de la voz fue Vox, aquel junio los congregados de diverso género se dejaron oír. Lleva un tiempo okupada por las derechas, que van allí a mostrar con periodicidad su mal humor, que deseamos que sea, a la larga, benigno. De momento se trata de acciones preventivas sobre males no producidos, y lo peor es que los que tanto diagnostican son de poco fiar en cuestiones de salud pública. Con ellos no me haría yo ni una resonancia magnética. Por no hablar de colonoscopias, en las que te duermen las zonas sensibles. Pero no todo en Colón irrita. El discurso rupestre y la horrenda rana gigante en un lateral no deben ocultar lo mejor del lugar, los grupos escultóricos que son las más bellas estatuas de la capital. Una representa a Valle-Inclán erecto y avanzando. La otra homenajea a Don Juan Valera a través de su personaje de Pepita Jiménez, una belleza lánguida cuyos labios de mármol los jóvenes cultos de una generación anterior a la mía besaban, en sus noches de farra, cuando no se podían hacer muchas más cosas.
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