La UE ante China y EE UU: doble ritmo
Europa va más lenta que los dos gigantes globales, pero hay motivos para el optimismo
La recuperación de la economía mundial es tan explícita como desigual. Los indicadores de las dos economías más importantes, EE UU y China, son inequívocamente expresivos de una de las fases expansivas más intensas de los últimos tiempos. Las razones no por conocidas son menos destacables. Por un lado, el éxito en la lucha contra la pandemia —mediante vacunaciones en EE UU y una buena contención de los contagios en China—; por el otro, la adopción en Washington de políticas económicas tan excepcionales y agresivas como lo son las amenazas derivadas de la paralización impuesta por la propagación del virus. Frente al boyante crecimiento de los dos gigantes mundiales, la zona euro registró una contracción del 0,6% en el primer trimestre.
La Administración estadounidense ha vuelto a ofrecer una lección de pragmatismo y agilidad mediante la adopción de políticas fiscales más contundentes que las adoptadas por el presidente Obama como reacción a la crisis financiera de 2008. Esas decisiones se han unido a la eficacia en la administración de las vacunas. Los datos de empleo y un crecimiento interanual superior al 6% del PIB en el primer trimestre resultan reveladores.
El contraste con Europa es pues acusado, en gran medida reflejo de la mayor celeridad en la ejecución de las decisiones que aquella estructura política permite, pero también del alcance cuantitativo de los estímulos presupuestarios comprometidos. Con todo, a diferencia de lo ocurrido en la anterior crisis, las instituciones europeas han reaccionado desde el principio en la dirección adecuada. Tanto el BCE como el Consejo y la Comisión. El paso dado con la definición de mecanismos de financiación comunes y su canalización hacia inversiones modernizadoras de las economías es de gran significación política, pero también económica. Permitirá a lo largo de los próximos años no solo asentar la recuperación, sino hacerlo sobre bases más firmes, aumentando la productividad y el crecimiento potencial.
Esto es de especial relevancia para la economía española, la más castigada por la pandemia, como puso de manifiesto la pronunciada contracción de la economía el pasado ejercicio, cercana al 11%. La esperada recaída en el primer trimestre de este año, una reducción del PIB del 0,5% trimestral, es tributaria del impacto de la tercera ola de contagios y del extraordinario temporal de enero. El comportamiento igualmente recesivo de los principales destinos de las exportaciones de bienes y servicios completa las razones de ese comportamiento.
El contraste es doloroso. Pero tanto España como la UE tienen motivo para un moderado optimismo. El proceso de vacunación avanza ahora a buen ritmo; el Tribunal Constitucional alemán ha dado luz verde al plan de recuperación europeo; el propio empuje de otras potencias tendrá un efecto positivo. Urge ahora que todos los países miembros ratifiquen el plan; que la Comisión mantenga una actitud ágil en los primeros compases; que se concreten iniciativas —como el pasaporte para vacunados— que faciliten la movilidad; y que los Estados no titubeen en activar las medidas a su alcance. España, por ejemplo, debe desembolsar con celeridad los 7.000 millones de ayudas ya previstos. Por supuesto, en paralelo corresponde perfilar reformas para que el nuevo crecimiento sea sostenible. La UE, en parte por su naturaleza, está yendo más lenta. Pero hay razones para el optimismo.
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