Bajo la mirada de Roosevelt
Biden ha colocado bien alto el listón de los principios frente a los crímenes de Estado, los genocidios y las vulneraciones de derechos humanos
El retrato se halla justo enfrente del escritorio presidencial. Joe Biden trabaja bajo su mirada. También bajo su inspiración. Las dimensiones de la crisis, la emergencia social, la crisis de la democracia, el destartalado estado del mundo, y luego las respuestas de la Casa Blanca con el plan de estímulos, las inversiones en infraestructuras y la rápida reacción ante la pandemia, todo coincide. Incluso los 100 días, coronados con un discurso ante las dos cámaras del Congreso, costumbre implantada en 1933 por Franklin Delano Roosevelt para acotar el tiempo de la acción, definir su presidencia y devolver la esperanza a los ciudadanos.
Estados Unidos no era entonces la primera superpotencia militar ni tenía todavía capacidad para echar los cimientos del orden internacional. Aquel primer Roosevelt, el de los 100 días, apenas atendió a la política exterior. Concentrado en salir de la crisis, iba en dirección contraria al resto del mundo, especialmente Europa, cabalgada por los extremismos y de derecho hacia la guerra total. El mundo no funcionaba de forma sinérgica. Ahora no hay política interior que no sea también exterior.
Todos los mensajes y planes domésticos de estos 100 días tienen su repercusión internacional. El doble y colosal paquete, los 1,8 billones de dólares para la salida de la recesión y los dos billones de inversiones en infraestructuras, tendrán un efecto de arrastre y emulación sobre la economía global. El gasto público y el gobierno, dos piezas desgastadas en el discurso político desde Ronald Reagan, recuperan su prestigio. Lo recuperan, incluso, los sindicatos, el salario mínimo, el impuesto de sociedades y la renta básica.
Roosevelt todavía no pensaba en el mundo: Hitler no había invadido Francia ni los japoneses atacado Pearl Harbour. Con sus 100 días, Biden ha regresado ya al mundo después del destrozo trumpista. Pero no basta el regreso a las instituciones, los pactos y el multilateralismo para que regrese la confianza. La democracia estadounidense tiene pendiente una cuenta exterior que es estrictamente interior: asegurarse de que no habrá otro Trump que sitúe el sistema político al borde de la destrucción y devolver así la fiabilidad y la previsibilidad a la Casa Blanca.
No se construye una nueva política exterior ni se recupera súbitamente la confianza de los socios en 100 días. Y menos cuando hay novedades absolutas en el naciente mapa geopolítico para las que de nada sirven las viejas recetas. La construcción de un nuevo sistema de relaciones con las potencias autoritarias, China y Rusia especialmente, en el que las democracias no queden coartadas como rehenes de los intereses económicos globales, requerirá algo más de tiempo, mucha inteligencia y también tanteos, es decir, fracasos y éxitos.
De momento, bajo la mirada de Roosevelt y solo en 100 días, Biden ha colocado bien alto el listón de los principios frente a los crímenes de Estado, los genocidios y las vulneraciones de derechos humanos. Es también una exigencia de doble cara, que obliga ante todo a quien la formula.
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