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Tribuna
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Cataluña y Madrid, dos motores averiados

Los dos tradicionales impulsores políticos, económicos y culturales de España están dinamitando todo espacio de mediación

Paola Lo Cascio

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Hemiciclo del Parlament de Cataluña.
Hemiciclo del Parlament de Cataluña.Albert Garcia

Hace más de dos meses que se celebraron las elecciones en Cataluña y de momento no se entrevé que se pueda formar un Gobierno rápidamente. Y, en todo caso, si es que finalmente ―como todo parece apuntar―, en el último momento se configurara un Gabinete, será más de lo mismo: una mayoría independentista sin proyecto político para el conjunto de la sociedad, mucho más pendiente de sus riñas internas que de la ciudadanía. Lo poco que se ha podido saber de las negociaciones que se han llevado a cabo hasta ahora parece confirmarlo: lo que se ha indicado como obstáculo para la formación del Gobierno ha tenido que ver por un lado con el fantasmagórico Consell de la República, por otra parte, con qué departamento se queda con la gestión de los fondos europeos y, finalmente, con la acción en el Congreso.

En el primer caso, y a pesar de estar delante de la evolución gagá del simbolismo hueco de los últimos años, no se tiene que subestimar la cuestión. El Consell de la República es un organismo privado, que ni hace ni puede hacer mucha cosa. No habrá ninguna estrategia independentista, y por lo tanto carece de sentido el debate en torno a si el organismo de Waterloo tiene que ser el encargado de dibujarla o no. Sin embargo, es el único instrumento que queda en manos de Puigdemont después de que Junts haya quedado por detrás de ERC, y se está utilizando para intentar “reequilibrar” un resultado electoral ―concepto de más que dudosa naturaleza democrática―, que puede dejar a los postconvergentes debilitados y a Carles Puigdemont orbitando en Bélgica.

En el segundo caso, si bien el objeto de la contienda es decididamente más real, los términos del debate son los que son: en ningún momento republicanos y posconvergentes han sacado a relucir diferencias en torno al cómo se utilizarían los fondos europeos, sino que el forcejeo está siendo únicamente en torno a cuál de las dos fuerzas políticas se podrá apuntar el tanto del gasto delante de la opinión pública.

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En el tercero, Junts quiere restar el margen de maniobra a los republicanos en el Congreso. Así quieren resucitar (a pesar de la pérdida de representación) la hegemonía que en ese contexto habían tenido los diputados de CiU en su día.

En otras palabras, la política en Cataluña está secuestrada. El debate se resuelve en una inoperante, mustia, y, en definitiva cutre ―no hay otra palabra para definirla―, carrera entre dos colectividades humanas organizadas en forma de partido para ver quién se hace con más resortes del poder autonómico. Todo aderezado por un halo trumpista: a ver si unos son mejores o peores catalanes que otros. No hay nada más, no se molesten en buscar.

Por otra parte, en breve se celebrarán las elecciones anticipadas en Madrid, en las que se testará la capacidad de la evolución del aznarismo-aguirrismo 2.0 de imponerse no sólo en la Comunidad Autónoma más rica de España, sino de marcar rumbo para el futuro al Partido Popular. Los términos de la contienda ―entre una socialdemocracia especialmente baja de tono y una izquierda que está por ver que sea capaz de movilizar― son más explícitos: el proyecto de Ayuso es desacomplejadamente neoliberal e insolidario, tanto con respecto a las clases populares de Madrid, como con respecto a los otros territorios. Carece de los florentinismos, especialmente lingüísticos, que a veces ha gastado el procés catalán, aunque en la sustancia en muchas cosas coincidieran. La contraposición con las izquierdas es total, y lo que quiere tumbar la presidenta madrileña, bajo el mantra de una polisémica “libertad”, no es la oposición regional, sino el Gobierno de coalición progresista.

Así las cosas, ahora mismo tanto Cataluña como Madrid, los dos tradicionales motores políticos, económicos y culturales de España, parecen estar seriamente averiados. El catalán perdido en su propio laberinto y yendo cuesta abajo hacia una decadencia que será difícil de evitar. El madrileño, víctima de su hiperactivismo y de la convicción de ser el centro de todo, puede colapsar en el medio de una contraposición tan a cara de perro que matará cualquier espacio de mediación. Ahora, cuando toca vacunar y reconstruir, quizás valga la pena repensar del todo el mapa de las hegemonías que han caracterizado España en las últimas décadas, para dar espacio a todos aquellos territorios, que son la inmensa mayoría, que, incluso con diferencias significativas entre fuerzas políticas, errores y aciertos, a lo largo de estos meses han trabado acuerdos, formulado propuestas, gestionado razonablemente bien una situación muy difícil. No los vemos porque hacen menos ruidos, pero ahí están. Y por todos ellos pasa la solución.

Paola Lo Cascio en historiadora y politóloga.



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