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Columna
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La vacuna y el Leviatán

¿Qué gran verdad ha revelado la crisis del coronavirus?

Víctor Lapuente
Banderas europeas en la sede de la Comisión Europea en Bruselas.
Banderas europeas en la sede de la Comisión Europea en Bruselas.EFE

¿Qué gran verdad ha revelado la crisis del coronavirus? Todos estaremos de acuerdo en que la pandemia ha puesto en valor lo público. Sanidad, servicios sociales, fuerzas de seguridad… Parece claro que, para afrontar un reto colectivo mayúsculo, precisamos de un Estado fuerte, el Leviatán al que se refería el filósofo Thomas Hobbes: un gigantesco monstruo tan terrorífico como imprescindible. Y he aquí el reverso de la gran verdad expuesta por la crisis, un aspecto clave en el que pocos reparan: el Leviatán es necesario (¡bien!), pero siempre está hambriento (¡cuidado!).

Frente a la covid, el Estado ha sacado a relucir su mejor faceta —protegiendo a sus ciudadanos, lo que tenemos que alabar— pero también sus colmillos —buscando expandir sus poderes más allá de lo razonable, lo que debemos criticar—. Entender esa dualidad inherente al Leviatán es fundamental para tener un buen Gobierno y, sin embargo, es casi imposible cuando el debate está monopolizado por amantes incondicionales y odiadores acérrimos de lo público.

El problema es especialmente agudo en el plano europeo, porque los Leviatanes más jóvenes, como la UE, son los más ávidos. Es lo que ha ocurrido con la compra de vacunas, donde el ansioso Leviatán de Bruselas ha engullido más competencias de las que podía digerir.

Inicialmente, muchos creímos en la europeización de la compra de vacunas. Ahorraría dinero al ser compras masivas; evitaría el mercado persa de la primera ola cuando los países europeos se dieron codazos para hacerse con material de protección, y posibilitaría una armónica vuelta a la normalidad en todo el continente, sin distinguir entre europeos de primera (inmunizados ya) y de segunda (inmunizados cuando sus gobiernos pudieran permitírselo). Una Europa de una sola velocidad parecía, sobre el papel, lo más prudente y justo.

Pero lo relevante no es que una política sea bella, sino factible. Y, gracias a diversas voces expertas, ahora sabemos que la Comisión carecía de recursos para negociar con éxito los megacontratos con las farmacéuticas. Las autoridades comunitarias debían conocer sus límites, pero tiraron adelante. Von der Leyen vio una oportunidad para engordar los poderes de la Comisión más allá de las capacidades objetivas que su Administración tenía. El resultado es que el Leviatán se ha atragantado y nuestra confianza en él también. @VictorLapuente

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