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Columna
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La vuelta al Leviatán

No luchamos solo contra un virus. Atentos a la batalla entre órdenes políticos y a su reorganización interna. El juego acaba de empezar

Máriam Martínez-Bascuñán
DIEGO MIR

Circula estos días un tuit de la Embajada de China con una fotografía donde vemos al doctor Jiang Wen Yang tumbado, “exhausto y aliviado”, en una cama. “Mañana este último hospital improvisado estará cerrado para siempre”, leemos. La imagen no es casual, sino una carga medida en la línea de flotación de un debate que oímos hace tiempo como un rumor de fondo, y que emerge ahora como un corcho durante esta pandemia. Volvemos la mirada a la geopolítica condicionados por la cruda competición entre EE UU y China, que enfrentan sus modelos antagónicos de organización social y política. Quien gane la batalla definirá el estado de la autoestima de Occidente y nuestro rol en el mundo, con una Europa que, en su papel de débil escudero, se ve sometida de nuevo a una difícil prueba de estrés después de años vanagloriándose de haber hecho sus deberes tras la crisis del 2008. Ahora lo veremos.

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El titánico dilema se enuncia así: ¿es preferible un régimen autoritario y eficaz como el chino, capaz de contener con firmeza una pandemia o, por el contrario, confiaremos en que EE UU y nuestras democracias puedan hacerlo sin tratar a la ciudadanía como un simple rebaño? Formulado así es un debate engañoso. En realidad, Trump es un cisne negro, una aberración democrática, y China no es solo autoritarismo, sino la encarnación del superestado. La pandemia pone, de hecho, sobre la mesa, la tensión clásica entre democracia y Estado: nuestra capacidad de volver al Leviatán, al poder duro y articulado del Estado. No se trata solo del número de camas que la sanidad ponga a disposición de los enfermos: hablamos del aparato de seguridad, de la capacidad de proteger a la ciudadanía.

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Mantener un Estado eficiente, dice Fukuyama, es difícil cuando “los políticos solo piensan en sus carreras, lo que hace que el Estado no funcione del todo bien en su obligación de ofrecer servicios y bienes sociales”. Es ahí, precisamente, donde radica nuestro drama frente a una China que “no creó la democracia, pero inventó el Estado moderno”, añade el pensador de origen japonés. La verdadera enmienda al Occidente de los últimos 30 años es esa: minusvalorar el Estado y dejar que la lógica económica de su minimización impregnase todas las capas de la sociedad. Ahora, cuando un gigantesco game changer en forma de virus cambia las reglas del juego, veremos si la descarnada vuelta al Leviatán puede aprovecharse por el progresismo para explicar la necesidad de un Estado fuerte, capaz de articularse a nivel transnacional y crear una auténtica soberanía europea, o en su lugar abriremos la puerta al refuerzo de las tesis autoritarias, a la lógica del poder duro del tecnoautoritarismo chino. Porque no luchamos solo contra un virus. Atentos a la batalla entre órdenes políticos y a su reorganización interna. El juego acaba de empezar.

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