Nuestro peor error político
La UE, con su desastrosa política de aprovisionamiento de vacunas, ha cometido un gran fallo: ha dado a la población un motivo racional para oponerse a la integración europea
Parece que me anticipé un poco cuando predije que la austeridad sería recordada como el peor error político cometido por la Unión Europea durante mi existencia. En un sentido, es probable que esta predicción, hecha en la época de la crisis de la zona euro, acabe siendo correcta. La austeridad fue el detonante de una divergencia económica que será difícil revertir.
Sin embargo, la política de la Unión con la vacuna va a ser un duro competidor al título. El 22 de enero, la UE había vacunado solamente al 1,89% de su población, mientras que el Reino Unido había inmunizado al 9,32%. Es más, la tasa diaria de incremento en este país es superior. En el Reino Unido, la vacunación no solo empezó antes, sino que la distancia con la Unión sigue aumentando.
No se puede culpar de ello a los errores logísticos. Lo que ha pasado es que la Unión Europea no se ha asegurado suficientes vacunas. Eso, a su vez, ha ralentizado la distribución. Las cifras estrella de la Unión no corresponden a entregas. En noviembre, el director de Moderna ya advirtió de que la UE estaba alargando las negociaciones. AstraZeneca, distribuidora de la vacuna de Oxford, ha declarado que las entregas del preparado a la Unión Europea van a tardar más de lo previsto inicialmente. Pfizer, que distribuye la vacuna de la alemana BioNTech, ha avisado a la Unión Europea de que habrá dificultades de suministro debido a problemas en un centro de producción de Bélgica.
Lo que ha sucedido es que la UE ha cerrado un acuerdo comercial estilo Brexit con la industria farmacéutica, intentando asegurar lo que se percibía como una ventaja a corto plazo en el precio a expensas de todo lo demás. En vez de priorizar la velocidad y la seguridad del abastecimiento costara lo que costara, la Unión ha dado prioridad al precio. Por ejemplo, ha pagado un 24% menos que Estados Unidos por la vacuna de Pfizer. En el caso de la de Oxford/AstraZeneca, la diferencia es del 45%. Casi con total seguridad, el Reino Unido ha pagado mucho más. No es sorprendente que los fabricantes den prioridad a los pedidos por orden de llegada y en función de qué países pagan la totalidad del precio. Desde el punto de vista macroeconómico, la diferencia de precio es irrelevante, pero si la escasez de vacunas lleva a confinamientos más largos, el efecto indirecto de esta política corta de vista será enorme.
En algún momento, el coste de este error político también se podrá medir en vidas humanas. Ahora no es posible porque desconocemos la propagación del virus en el futuro. Sabemos que la mutación del Reino Unido ha llegado al continente, pero todavía no ha desplegado toda su fuerza pandémica. En el escenario más benigno, el confinamiento actual debería prevenir las consecuencias más graves. En el más nefasto, el retraso con la vacunación sería una calamidad que podría costar decenas de miles de vidas.
Entonces, ¿por qué los Gobiernos europeos traspasaron la responsabilidad de la adquisición de vacunas a la Unión Europea? Angela Merkel llegó a la conclusión de que si Alemania se hubiese procurado un suministro privilegiado de la vacuna de BioNTech, la cohesión de la Unión habría sufrido. Lo que no tuvo en cuenta es que la UE está mal equipada para esta tarea. A día de hoy, el ADN de la Unión es el de un cartel de productores. Su prioridad no es garantizar el suministro, sino reducir los costes y lograr un cierto equilibrio entre los intereses franceses y alemanes. Bruselas se gana la vida con la triangulación. El “cueste lo que cueste” no es algo que forme parte de su cultura.
Desde una perspectiva más amplia, el desastre de la vacuna es la culminación de una tendencia que empezó con el Tratado de Maastricht. Hasta entonces, la Unión Europea solo hizo bien algunas cosas: la unión aduanera, la zona Schengen de libre circulación de personas y, en menor medida, el mercado único. Desde entonces, las competencias de la UE se han ido ampliando progresivamente, pero los resultados son, en su mayoría, decepcionantes. A principios de la década de 2000, la Unión se obsesionó con la Agenda de Lisboa de reformas estructurales, un plan que reportó pocos beneficios concretos. Lo mismo ocurrió con el programa de inversiones de Juncker una década después. El desastre de la vacunación solo se diferencia de ambos en un sentido: cargará con la responsabilidad de la pérdida de vidas humanas.
No cabe duda de que se pedirán dimisiones, pero, en mi opinión, lo más importante es qué conclusiones van a sacar de ello los ciudadanos de la UE. Para empezar, la Unión acaba de dar a toro pasado un argumento a favor del Brexit. El Reino Unido no habría llevado a cabo la vacunación tan rápidamente si se hubiese sometido a la misma estrategia. Lo último que quiere la Unión Europea es dar a la gente un motivo racional y no ideológico para el escepticismo.
Es lo que acaba de hacer.
Wolfgang Münchau es director de eurointelligence.com
Traducción de News Clips.
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