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COLUMNA
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La primera crisis de Biden es en español

Kamala Harris está en un cruce de tensiones. El presidente la expuso a uno de los desafíos más delicados de su gestión, el migratorio

Carlos Pagni
El presidente Joe Biden da una conferencia de prensa el 7 de abril, en la Casa Blanca.
El presidente Joe Biden da una conferencia de prensa el 7 de abril, en la Casa Blanca.KEVIN LAMARQUE (Reuters)
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Joe Biden’s first crisis is in Spanish

Joe Biden está cursando su primera crisis. Y es en español. Está relacionada con América Latina. Con esa dimensión de América Latina que, como ninguna otra, integra la agenda doméstica de los norteamericanos. Las migraciones. Roberta Jacobson, la coordinadora en el Consejo de Seguridad Nacional del vínculo con el llamado Triángulo del Norte, que integran Guatemala, Honduras y El Salvador, abandona el Gobierno. Lo hace en un contexto turbulento. El ingreso de inmigrantes desde la frontera con México alcanzó un récord. Y el modo en que la Administración ha encarado ese problema motivó las primeras disidencias entre los demócratas.

Se entiende que la Casa Blanca haya querido minimizar el impacto de la salida de Jacobson, diciendo que estaba previsto para cuando se cumplieran 100 días de la llegada de Biden al poder. Jacobson ha desarrollado una gran carrera diplomática. Con Barack Obama estuvo a cargo de la Subsecretaría de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado. Fue embajadora en México. Y se encargó nada menos que del proceso de restablecimiento de relaciones con Cuba. Una vez que el actual presidente ganó las elecciones, fue la encargada de organizar el área latinoamericana de la nueva Administración. Le atribuyen haber promovido a Julie Chung a la actual posición de subsecretaria para América Latina, a las órdenes del secretario de Estado Antony Blinken. Jacobson ha ejercido desde hace años un liderazgo personal sobre sus colegas especializados en asuntos latinoamericanos.

Las estadísticas migratorias pronostican que antes de septiembre habrán llegado a Estados Unidos un millón de adultos solteros, 820.000 familias y más de 200.000 menores no acompañados. Estos niños encarnan el drama principal. En marzo cruzaron la frontera más de 18.000. Esa cifra casi duplica la del mes anterior, cuando 9.400 menores fueron detenidos por las autoridades.

Una de las medidas derivadas de esta ola fue la apertura de otro centro de refugiados para albergar a 500 personas en Carrizo Springs, una localidad ubicada a 180 kilómetros de San Antonio, en Texas. La instalación de este albergue desató varias reacciones negativas. Sobre todo una. La representante demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, una de las más ácidas fiscales de la gestión migratoria de Donald Trump, emitió un tuit diciendo: “Esto no está bien, nunca ha estado bien, nunca estará bien, no importa la Administración o el partido”.

Es un misterio si Ocasio-Cortez se expresaba solo a sí misma. O si estaba poniéndole voz a otros dirigentes de su partido embanderados con la idea de un cambio en la política de fronteras. El interrogante se vuelve más sensible en el caso de la vicepresidenta, Kamala Harris, a quien dos semanas atrás Biden encomendó la estrategia migratoria en la frontera sur. Harris inició enseguida conversaciones con México. El miércoles pasado mantuvo una charla con el presidente Andrés Manuel López Obrador, a quien Biden había acusado de negarse al regreso de los inmigrantes ilegales. Jacobson no participó. Por eso se sospecha que su alejamiento fue impulsado por la vicepresidenta.

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Joe Biden encarga a Kamala Harris la gestión de la crisis migratoria en la frontera con México

Harris está en un cruce de tensiones. Biden la expuso a uno de los desafíos más delicados de su gestión, aquel que está sometido a la vigilancia más estricta de la izquierda demócrata. Una cuestión clave, además, para la disputa electoral. Los republicanos piden al nuevo Gobierno que ponga orden en una materia que es determinante para el abismo que les separa de los demócratas. El gobernador de Texas, Greg Abbott, republicano, dirigió una carta a Harris exigiéndole que resuelva la crisis humanitaria que se desató en el límite con México, donde operan mafias que cometen todo tipo de tropelías. A su vez, los migrantes acuden a la vicepresidenta en busca de una solución. El viernes pasado, 50 familias se instalaron en el frente de su casa con carteles que llevaban la leyenda “Kamala, escucha, estamos en la lucha”.

El flujo migratorio es estimulado por varios vectores. Uno de ellos es la retracción de la economía. Según los datos del Fondo Monetario Internacional, la mexicana cayó 8,5% en 2020 y este año solo recuperará cinco puntos. Además, Guatemala y Honduras fueron devastados por huracanes el último noviembre. Se calcula que el 50% de los hondureños fue afectado.

La pandemia de la covid-19 agrega pesadillas. Sobre todo porque las campañas de vacunación son muy deficientes. Hasta este domingo, México había inmunizado al 7% de su población. Menos que Brasil (9,1%), que la Argentina (9%) y, por supuesto, que Chile (37,4%). En Guatemala, solo el 0,7% de la población recibió una dosis de la vacuna. En Honduras, el 0,5%. Y en El Salvador, el 2,5%.

El éxodo ocasiona conflictos también entre los países expulsores. El Gobierno de Alejandro Giammattei, en Guatemala, mira la frontera con Honduras y El Salvador como los norteamericanos miran la que los separa de México. Giammattei firmó el 29 de marzo un polémico decreto para militarizar el área, redoblando el control sobre la zona de Chimicula, hacia donde convergen rutas que procedentes de los países vecinos.

México, Guatemala, Honduras y El Salvador son para Biden la zona adelantada de una región con varios focos de inestabilidad. Jair Bolsonaro pilotea una tormenta militar a pesar de —o por— haber removido la cúpula de unas Fuerzas Armadas reticentes a que se les politice. No contento con ese problema, abrió un entredicho con el Superior Tribunal Federal.

Nicolás Maduro recurrió a Naciones Unidas para que pacifique la frontera con Colombia. Los colombianos son acusados de una insólita estrategia de minar el área con fuerzas terroristas. Las elecciones que se celebraron el domingo en Perú pusieron en evidencia a una clase política pulverizada, que desalienta la esperanza de que el país resuelva una crisis que ya se tragó varios gobiernos. El candidato más votado, Pedro Castillo, no consiguió más que el 15,8% de las adhesiones. Sebastián Piñera, en Chile, gestionó la pandemia con bastante eficacia, más allá del relajamiento que elevó el número de muertos. Antes de que se desate ese problema, tambaleaba sobre una rebelión callejera sin banderas claras ni personería definida. Bolivia está partida en dos, con el oficialismo del MAS persiguiendo a sus rivales con la cárcel.

Sobre este panorama se recorta el viaje que iniciaron este fin de semana el responsable de América Latina del Consejo Nacional de Seguridad, Juan González, y Julie Chung, su par del Departamento de Estado, a Colombia, Argentina y Uruguay. Tres países con distinto grado de afinidad con Washington. También con distinta influencia por parte de China, que es uno de los desvelos del Gobierno de los Estados Unidos cuando observa la región. Pero con un capital inapreciable: un monto mínimo de estabilidad. González y Chung marchan hacia el sur con la satisfacción del resultado electoral ecuatoriano: en la segunda vuelta de las presidenciales este domingo se impuso el empresario Guillermo Lasso. En Buenos Aires ese dato puede ser incómodo. Lasso triunfó con el asesoramiento de Jaime Durán Barba. El principal consultor de Mauricio Macri. Macri: el demonio del Gobierno kirchnerista.

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