Vicio nacional
La última salida de los nacionales baleares ha sido borrar las calles a unos almirantes (“por franquistas”, dijo el alcalde de Palma) de los que no habían oído hablar en su vida
Sabido es que los británicos tienen como banderín la soberbia, pecado que sólo se puede mantener si uno ha creado un imperio. También es sabido que el vicio nacional francés es la vanidad y que por ello tienen como enseña un gallo que agita cresta y espolones ante las agobiadas gallinas. Luego vienen los italianos, alemanes o rusos, pero el vicio nacional más interesante que conozco es el español: la envidia. Es ella la que ha forjado la nación tal y como la conocemos. Valga un ejemplo.
Desde pequeño me percaté de que buena parte de los nacionalistas catalanes envidiaba a los vascos. Aquella gente sí que sabía hacerse respetar, decían. Unos pegaban el tiro en la nuca y Arzalluz recogía las nueces (els calerons). Así que esa clase dirigente decidió hacerse vasca, pero con grandeza, como afirmar que Cervantes era de Banyoles. Vinieron luego los valencianos y se dijeron: “¿Y por qué no nosotros, si tenemos una lengua propia?”. Y comenzaron a disponerse un peldaño por debajo de los catalanes. Ahora el monumento a la envidia está a punto de culminarse porque los nacionalistas baleares quieren ser el peldaño siguiente de los valencianos. Es el progresismo.
Cada peldaño ha creado escenas entre Buñuel y Goya. La última salida de los nacionales baleares ha sido borrar las calles a unos almirantes (“por franquistas”, dijo el alcalde de Palma) de los que no habían oído hablar en su vida. Con tan mala fortuna que luego, para justificarse, dijo que no se refería a los almirantes, sino a los acorazados, cuando resulta que fueron de los pocos fieles a la República. Una famosa copla de zarzuela dice: “No rebuznaron en balde ni el uno ni el otro alcalde”.
Queda ahora por saber quién será el que hinche el pecho en el peldaño inferior a las Baleares.
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