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Colombia
Columna
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Desespero en Colombia

Los partidos o agrupaciones del centro deben llegar a consensos en torno al nombre de un candidato que vaya construyendo una ruta con vocación democrática

Diana Calderón
Congreso de Colombia
Una vista general del Congreso de Colombia.Daniel Garzón (GETTY)

No significa que del desespero no surjan claridades. Pero las acciones que lo visibilizan bien merecen un análisis. Colombia transita por un año preelectoral. En la última semana se intentó todo: cambiar el periodo presidencial, unificar las fechas de las elecciones para hacer coincidir los calendarios electorales con el argumento de que habría un ahorro en los gastos de campañas y se mejoraría la articulación de los planes de desarrollo locales y regionales con la nación.

El propósito duró 24 horas y murió. La posibilidad de que esto se llevará a cabo implicaba prorrogar los actuales periodos del presidente y las cabezas de los organismos de control. El régimen actual supone periodos tanto presidenciales como de Congreso definidos. Ese proyecto de reforma constitucional se puede ensayar para el futuro, o sea para los que no están elegidos. Hacerlo para prolongar el periodo para lo que ya han sido elegidos, el presidente y los congresistas, entre otros, es un adefesio jurídico, político y constitucional.

Los congresistas que habían firmado el proyecto fueron sigilosamente retirando sus firmas. La ciudadanía, los medios y los políticos (los de oposición e incluso algunos del partido que era del Gobierno) hicieron frente común y fue retirado.

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Pero no ha sido el único acto legislativo o del desespero. Hace curso otro. El que busca que los partidos más grandes como el Centro Democrático, el Partido de la U, Cambio Radical y el Partido Conservador y posiblemente el Partido Liberal puedan hacer alianzas que hoy solo se permiten para los partidos o movimientos minoritarios cuando su votación no supere el 15% de los votos. Lo que significaría que puedan unirse y hacer listas variopintas para las elecciones de congreso en marzo del 2022.

Las razones están claras. Quienes persiguen estos cambios están desesperados. Primero ante Gustavo Petro y su pacto histórico y ahora clientelista con la llegada de figuras de como Armando Benedetti y Roy Barreras; segundo, por la cada vez más clara distancia del Centro Democrático del Gobierno que eligieron y que los obliga a buscar alianzas con esos otros partidos que hace tres años despreciaron; tercero, por la atomización de fuerzas políticas debido al deterioro de los partidos, que se impone como una realidad electoral; y cuarto, porque el centro no ha encontrado un norte, pero puede tener un gallo tapado al que no puedan vencer.

El análisis pasa por reconocer que hay un aspecto positivo. En Colombia, la proliferación de tendencias con nombres históricos, de esperanza, de regionalismos, detrás de las cuales están los políticos de siempre y de ahora, abre un escenario de ejercicio democrático que terminará por develar posiciones, modelos de país, argumentaciones o vacíos, para escoger o desechar entre un abanico de idearios o populismos.

Las consecuencias. Muchas y graves. Terminamos asistiendo a una Colombia sin partidos, con una gobernabilidad que se sostendrá solo en la medida de las alianzas casi siempre burocráticas y sin mecanismos posibles de veeduría sobre un solo programa de gobierno. Con el riesgo en la esquina de vivir posteriormente la imposibilidad de conformar mayorías para gobernar. Un poco el caso de España y Madrid en especial cuando en busca de una gran coalición terminan sin acuerdos o en Italia y tantas otras naciones, para no ir más lejos, Perú con más de 12 organizaciones y movimiento políticos.

Sin partidos no es posible evitar populismos autoritarios, se termina por trabajar por causas y no en la construcción de políticas públicas y, por lo tanto, la posibilidad de atender las realidades desnudas y dolorosas de los territorios con violencia en Colombia, por ejemplo, serán temas de campañas para recoger los votos de los más necesitamos a los que como siempre se le deja después a merced del reclutamiento de menores sin oportunidades y de la ilegalidad como forma de sobrevivencia.

Esta vez, se evitó que los grupos de la derecha le torcieran el esqueleto a la Constitución, pero no parece que se quedarán tranquilos y el ojo vigilante se impone ante los intentos de desestabilizar el proceso electoral. Es obligatoria la pedagogía ciudadana para empoderar a los miembros de sociedades que no se siente representadas en los actuales liderazgos y obligarlos a todos a comprometerse con el pacto de reformas que ha propuesto el centro de pensamiento Fedesarrollo: tributaria, pensional y laboral en la era poscovid, si es que podemos llamarla así, y cuando se hace urgente generar al menos un millón de empleos si no queremos que Colombia retroceda décadas en sus indicadores básicos de educación y crecimiento económico.

Lo ocurrido esta semana les plantea a los partidos o agrupaciones del centro llegar a consensos tempranos en torno al nombre de un candidato que vaya construyendo una ruta que nos devuelva por la senda de una vocación verdaderamente democrática, no sea que el desespero electoral terminé por ocasionar un desbarajuste institucional sin retroceso o el incremento de la violencia.

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