¿Es Colombia un país de derecha? Quizás lo está dejando de ser
Cuando nuevos políticos alrededor del mundo se afanan en anunciar el fin de la división izquierda-derecha, parece que Colombia puede subirse al carro ideológico
Es paradójico. Justo cuando nuevos políticos alrededor del mundo entero se afanan en anunciar el fin de la clásica división izquierda-derecha, parece que Colombia se sube al carro ideológico. El monopolio liberal-conservador se resquebrajaba la década pasada tras casi dos siglos de reinado. Ese fue el inicio de un camino accidentado que desemboca en las próximas elecciones presidenciales, en las que parece que por primera vez en mucho tiempo se abre un espacio de oportunidad real para la izquierda. Y no se trata de “la izquierda del Partido Liberal”, como sucedía antaño, sino de una candidatura fuera de las estructuras partidistas tradicionales. Gustavo Petro ha conseguido dominar buena parte del debate pre-electoral. Muchos, sin embargo, argumentan (con alivio o tristeza, según las preferencias de cada quien) que un candidato como él no puede ganar en un país que es “de derecha”, como Colombia. Pero, ¿lo es realmente? ¿Es Colombia un país de derecha?
El primer argumento de quienes defienden tal tesis viene por los resultados electorales: ni la Casa de Nariño ni el Congreso han conocido un dominio de la izquierda. A esto, otros responden que tal es el resultado de disponer de una oferta electoral restringida en Colombia. La hipótesis no es descabellada, teniendo en cuenta la larga historia de oligopolio partidista liberal-conservador, la elección de una parte significativa de la izquierda de irse por fuera del sistema, y la preponderancia del voto clientelista y de maquinaria, el cual no tiene por qué conocer color político, pero que en Colombia ha conocido siempre el de los partidos dominantes, que nunca han sido de izquierda pura.
Todo ello hace particularmente necesario prestar atención al lado de la demanda, a la manera en que se definen los ciudadanos. Así, el último dato del Barómetro de Las Américas (realizado por LAPOP en 2016, con datos brindados por el Observatorio de la Democracia de la Universidad de Los Andes) les pregunta a los colombianos dónde se sitúan entre 1 (extrema izquierda) y 10 (extrema derecha). La distribución resultante quizá sorprenda a algunos.
Más o menos, el país está dividido en tres porciones ideológicas similares. De ellos, el centro es ligeramente más numeroso, pero izquierda y derecha son enormemente parejas. Hasta el punto de que 2016, el año del último dato, fue el primero en que la primera superó (así sea ligeramente y dentro del margen de error de la muestra) a la segunda. La evolución deja poco espacio a la imaginación. Mientras en 2006 un 42.7% de los colombianos se declaraba de derecha, una década después era menos de un 30%. Con la auto-ubicación en la izquierda sucedió lo contrario: de 19.7% a 30.7% en una tendencia ascendente.
Esta es la primera pista de que tal vez la ciudadanía colombiana no es tan “de derecha”, al menos no tanto como lo era antes. Es cierto que 2016 fue un año en el que declararse de derechas era particularmente difícil (al menos antes de que se hiciese público el resultado negativo del plebiscito por la paz), pero también lo es que el gráfico muestra una tendencia, no un dato aislado. Es cierto también que el Barómetro no es una fuente única; otras, como la Encuesta de Cultura Política del DANE, muestran un panorama distinto (con menos encuestados a la izquierda y a la derecha). Sin embargo, el Barómetro tiene la ventaja de permitir un análisis de tendencia de toda una década. Así, siempre con cautela, podríamos estar asistiendo a un creciente desfase potencial entre oferta (de partidos) y demanda (de políticas).
Cabe admitir que “izquierda”, “centro” y “derecha” son categorías estrechamente ligadas a las preferencias partidistas. Quizá lo que pasa es que Colombia sea un país de derecha en sus preferencias específicas. Por ejemplo, en cuestiones de orden material. Al fin y al cabo, la senda económica del país ha transcurrido durante las últimas décadas lejos de grandes esfuerzos redistributivos, así como de políticas de protección de las industrias locales, normalmente asociadas con la izquierda. Esto, sin embargo, no corresponde del todo con las preferencias de los ciudadanos.
Más de un 40% de los colombianos favorecerían una nacionalización selectiva de empresas clave. Y hasta un 70% piensa que el Estado debería hacer más contra la desigualdad. Resulta interesante subrayar que muchas veces estas opiniones se sostienen independientemente de la identificación con la etiqueta "izquierda". Es cierto también que sólo poco más de un tercio de la población estaría dispuesta a pagar más impuestos a cambio de un mayor gasto educativo, por ejemplo. Sin embargo, es probable que esta poca predisposición individual tenga que ver con una alta percepción de corrupción y cierta deslegitimación del sistema: según el mismo Barómetro, un 51% piensa que los derechos básicos del ciudadano no están protegidos, un 77.4 % no se siente cercano a ningún partido, una cantidad similar muestra desconfianza hacia el Congreso, sólo un 37% se siente orgulloso del sistema patrio en alguna medida, y todo ello con una abrumadora mayoría (82%) que no justifica bajo ningún concepto el pago de sobornos o similares. En definitiva, es posible que el colombiano piense que el Estado debe intervenir más, pero no está dispuesto a poner de su parte hasta que el sistema no mejore.
Se dice también que Colombia es de derecha porque es un país “godo”, conservador o incluso reaccionario en el ámbito social. El mismo Barómetro nos permite contrastar esta percepción, ampliamente extendida, escogiendo algunos items clave de la encuesta. En este caso, la sabiduría popular parece que no se mira en un espejo distorsionado.
Las visiones conservadoras dominan en la mayoría de cuestiones sociales, salvo en el divorcio (e incluso aquí el porcentaje de desaprobación es llamativo, tratándose de una institución establecida legal y socialmente desde hace tiempo).
Repasemos los rasgos del retrato pintado con los datos del Barómetro: los colombianos no se declaran más de derecha que de izquierda al ser preguntados directamente, tienen cierto sesgo ‘rojo’ ante las cuestiones de orden material que no se traduce en disposición de gasto probablemente por la percepción de ineficiencia del Estado, y el sesgo contrario en los asuntos sociales y culturales. Es decir: mientras por el lado de la oferta de partidos la izquierda ha tenido hasta ahora una presencia escasa, la demanda potencial tiene un aspecto más mixto.
Surge, pues, una pregunta. Y es si queda espacio político en el futuro para un tipo de izquierda particular. Una que se corresponde bien con la que ha triunfado en otros países del entorno latinoamericano: esquivando etiquetas ideológicas firmes, combinando visión proteccionista y redistributiva con un discurso outsider de crítica al conjunto del sistema, y escasa apertura hacia libertades sociales.
El siguiente cuadro es un pequeño ejercicio para explorar dicho espacio. En él, se cruza la dimensión estrictamente ideológica con la preferencia por una política de libertad social y cultural emblemática en el mundo de hoy: el matrimonio igualitario para personas del mismo sexo.
Efectivamente, hay más personas autodenominadas de izquierda o de centro que están contra o tienen opiniones tibias respecto a este tipo de igualación, que personas decididamente a favor.
Ahí, junto a la indignación, es donde podría encontrarse la puerta de entrada de la izquierda, un cabo del que estirar para que demanda y oferta se encuentren.
Este hipotético proyecto político necesitaría de más datos para definir mejor sus contornos. Aún más importante: todavía le faltaría una pieza fundamental en el puzzle: las maquinarias y redes clientelares territoriales, que tantos votos han movido históricamente en Colombia. En otros países, ciertos proyectos de izquierda que han sido capaces de construir dichas redes. Lo hizo Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, y lo está haciendo Andrés Manuel López Obrador en México. Ellos y otros supieron combinar un discurso de outsiders con una estrategia clientelar clásica. El futuro dirá si algo así es siquiera posible dentro de las fronteras colombianas.
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