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COLUMNA
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Nevenka, tal como éramos

Solo asumiendo los errores como parte de nuestra naturaleza podremos entender la hondura del acoso que sufrió esa joven a la que el tiempo ha dado de tal manera la razón que todo un pueblo debiera pedirle disculpas

Nevenka Fernández en una de las imágenes que se ve en la serie documental de Netflix 'Nevenka'.
Elvira Lindo

Si alguna duda cabe sobre lo que es consentir una relación sexual o no consentirla, el documental sobre el caso Nevenka nos la despeja desde la perspectiva que nos conceden 20 años de distancia. Conviene verlo para observar un país sin duda distinto, pero también exige un compromiso al espectador. El caso Nevenka nos obliga a una mirada activa y reflexiva, sobre todo a los que tenemos edad para recordar qué es lo que pensábamos de aquella joven que denunció por acoso sexual al alcalde que la había nombrado concejala de Hacienda, después de haber cedido a sus deseos en varias ocasiones. Conviene verlo así, con los ojos de aquel año 2000 y no con nuestros ojos de ahora, para saber que hemos cambiado, y que este cambio, este poner en duda el trato de la justicia y del juicio social hacia las mujeres, se ha debido a un activismo machacón que ha señalado que la voluntad de las mujeres no puede doblegarse ni porque se esté borracha ni porque se elija el atajo más oscuro para regresar a casa ni porque se esté casada ni porque se haya cedido una vez. Las imágenes que ilustran la historia de Nevenka nos muestran a la España del pelotazo, de la burbuja inmobiliaria, aquel país en el que un alcalde podía manejar un municipio como un señor feudal. Si además se trataba, como es el caso, de un empresario del ocio nocturno que repartía trabajos por doquier a los vecinos, el tipo se convertía en un dictadorcillo incontestable. La capacidad de hacer prosperar a una ciudad a base de ladrillos concedió un poder extraordinario a los gobernantes. Dentro de esa noción abusiva del poder se sitúa el brutal acoso al que Ismael Álvarez sometió a la concejala. El fiscal que fue retirado del juicio por interrogar a la testigo como si fuera una acusada, con aquel célebre “usted no es la empleada del Hipercor que le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos”, ejemplificó mejor que nadie cuál ha sido tradicionalmente la concepción popular y procesal (en muchos casos) del consentimiento: si no defiendes tu virtud con uñas y dientes es porque, chica, te estás dejando.

Conviene celebrar en vísperas de este 8 de marzo de restricciones pandémicas (algunos celebran las restricciones, sí) los pasos adelante que se han dado, para que no se olviden. Quiero pensar que Nevenka, hoy, recibiría apoyos tanto de su partido como de sus adversarios, y que un acto en defensa de un acosador y en contra de una víctima no congregaría a 3.000 ciudadanos en la plaza del pueblo. Aunque todavía está muy arraigada esa idea de que la mujer ha de ser buena y parecerlo, es en nuestra mentalidad colectiva donde el país ha experimentado un avance considerable. Es posible que las Nevenkas de hoy que acceden a una concejalía tengan un mayor conocimiento de ese vocabulario que pone nombre a lo inaceptable: abuso, acoso sexual. De cualquier manera, para que no se confunda lo fundamental con lo leve, es urgente distinguir entre los actos punibles (como así eran los del alcalde de Ponferrada) y aquellos que pudieran ser solo reprochables. Convertir cualquier comportamiento de mal gusto en delito solo consigue provocar desconfianza hacia la causa feminista y da una idea de fragilidad de este sexo al que durante siglos estigmatizaron como el débil. Los encuentros sexuales son tan gustosos e imperfectos como los mismos humanos somos; rozan lo sublime, pero también intervienen en ellos torpezas, concesiones y malentendidos que la mayoría de las veces son negociados sin cobrarse víctimas entre los implicados. No todo se regula, no todo se ha de penalizar, porque solo asumiendo los errores como parte de nuestra naturaleza podremos entender la hondura del acoso que sufrió esa joven llamada Nevenka, a la que el tiempo ha dado de tal manera la razón que todo un pueblo debiera pedirle disculpas.


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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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