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Bolsonaro
Columna
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La estrategia diabólica de Bolsonaro del “divide y vencerás”

Brasil merece algo más que esa política destructiva y negacionista para recuperar su prestigio

Juan Arias
Jair Bolsonaro
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en una imagen del pasado 9 de febrero.EVARISTO SA (AFP)

La estrategia del “divide y vencerás” se remonta al imperio de Roma y la frase es atribuida al emperador Julio César. Fue también usada por el cristianismo y atribuida a Satanás, el rey de la discordia y de la división. También se adaptó a las guerras y a las guerrillas modernas y hasta a las democracias para ganar elecciones. Se trata de crear confusión para desconcertar y dividir a la sociedad mientras el déspota se va fortaleciendo.

Ha sido esa la táctica de Bolsonaro en la campaña electoral y ahora en el Gobierno. Si Satanás es visto como el rey de la mentira, Bolsonaro es el mejor exponente de las noticias falsas, de la mentira sistemática para confundir y desconcertar a la población.

Bolsonaro confundió a la sociedad y la dividió con sus ambigüedades en la gestión de la pandemia primero quitándole importancia, después aconsejando medicamentos que la ciencia y la medicina consideraban ineficaces y hasta peligrosos.

Volvió a dividir a la sociedad sobre la importancia de la vacuna creando una corriente contra ella. Retrasó así la adquisición de la vacuna politizándola. Fuimos uno de los últimos países en iniciar el proceso de vacunación, la única posibilidad para combatir la expansión de la covid-19 y sus variaciones cada vez más contagiosas. Y así dividió a la sociedad.

Mintió descaradamente echando por tierra todas las promesas que hizo durante la campaña electoral contra la vieja política y contra la corrupción que ahora sufre en su propia familia. Se convirtió así en el mayor cruzado en la guerra para acabar con la lucha a favor de la moralidad político empresarial.

Y donde quizás ha quedado más clara su estrategia de “divide y vencerás” ha sido en las elecciones de los presidentes de la Cámara y el Senado. Bolsonaro consiguió imponer a sus candidatos, pero a costa de dividir y enfrentar a los partidos que salieron maltrechos de la batalla.

Ha sido una jugada que le ha fortalecido en su poder mientras ha desbaratado la posibilidad de crear un frente amplio que pudiera derrotarlo en las presidenciales. Su táctica le ha dado resultado porque los partidos han salido maltrechos de la lucha y están como cucarachas intentando, por ahora en vano, recoger los escombros de la batalla perdida.

Pero hay más. Bolsonaro ha conseguido también crear cizaña y confusión en todas las otras instituciones que aparecen cada día más divididas y confusas.

Ha sido su táctica diabólica de ir contaminando a las instituciones y a la sociedad aprovechándose de ello para escapar de las decenas de peticiones de impeachment contra él que duermen en el Congreso. Mientras las fuerzas democráticas no entiendan la política de Bolsonaro de dividir para vencer acabarán devorándose entre ellas mientras el déspota y golpista se va robusteciendo regalando billones de dinero público para comprarlos y tenerlos a sus pies.

Habrá que ver como esa política de enfrentar unos a otros tendrá consecuencias en la recuperación económica de un país que él mismo dijo que está quebrado y donde las intrigas políticas creadas por el presidente aumentan cada vez más la pobreza y hasta la miseria.

Ello ha llevado a que la imagen de Brasil aparezca tan dañada en el mundo desde hace décadas. Lo acaba de revelar un estudio realizado por la Consultoría Curado Asociados, especializada en gestión de imagen, recogida por el diario O Globo. El estudio ha analizado las informaciones que han dado sobre Brasil los diarios más influyentes del mundo. De 1.179 textos publicados en 2020 el 92% han sido negativos y advierten de que Brasil vive una “crisis de reputación”. El estudio resalta que el Gobierno de Bolsonaro ha sido “incompetente y vulnerable”.

Lo que más ha contribuido a crear esa imagen negativa ha sido, según dicha encuesta, la forma desastrosa con la que Bolsonaro ha conducido la crisis de la pandemia, su política suicida de la destrucción de la Amazonia, la crisis económica que ha agudizado todavía más las ya graves desigualdades sociales del país y la desastrosa política exterior.

La imagen positiva de la que Brasil durante décadas gozó en el mundo no excluía sus llagas aún abiertas como el racismo, la violencia, y la pobreza. Lo que ocurría es que Brasil siempre supo proyectar lo mejor del país, sus valores más ancestrales y su parte lúdica. Y no solo el fútbol y los carnavales sino también su multicultura, su música popular con la especialidad de la samba y de la bossa nova cuyos grandes artistas conquistaron al mundo. Y junto con ello el carácter acogedor del brasileño con los extranjeros.

Aún hoy en São Paulo conviven en paz personas de más de cien nacionalidades. Recuerdo cómo en los viajes que tuve que hacer por el mundo en compañía de corresponsales de varios países los mejor recibidos eran siempre los brasileños. Me acuerdo de la expresión de simpatía con la que eran acogidos: “¡Oh, brasileños!”.

No cabe duda de que buena parte de esa imagen de simpatía que gozaba Brasil se debió a su magnífica política de asuntos exteriores. Sus ministros fueron siempre figuras de gran prestigio y preparación intelectual y mandaban por el mundo como embajadores a personas con gran empatía y capaces de vender los aspectos más positivos del país.

De hecho la diplomacia brasileña siempre fue considerada como de las mejores del mundo.

¿Y ahora? Tenemos a un ministro de Exteriores que genera problemas con los otros países y que ha estado a punto de agriar gravemente las relaciones con las grandes potencias mundiales mientras hacía de Trump su ídolo personal. Y cuando el presidente americano perdió las elecciones, Brasil fue el último país del mundo en felicitar al ganador Biden, mientras Bolsonaro seguía defendiendo la idea de que Trump había ganado las elecciones.

Todo ello junto con la desastrosa política de educación y el desprecio por la cultura, humillando a artistas e intelectuales, ha ido creando en el exterior una política de rechazo hacia Brasil que podría tener costos muy graves, como desmotivar a los empresarios extranjeros a invertir en el país.

Nada en política está separado de su prosperidad económica y de sus buenas relaciones con las otras naciones. El resultado es siempre una pérdida no solo de prestigio sino de credibilidad internacional que no podrá dejar de afectar a su política económica empobreciendo aún más al país.

Hoy en un mundo globalizado no caben ya ni las murallas chinas ni los muros entre México y Estados Unidos ni la resurrección de las fronteras europeas.

El mundo está cambiando con tal velocidad que intentar encerrarse en su cascarón como intenta hacer el Gobierno fascista de Bolsonaro es quedarse fuera de la historia.

Están cambiando en el mundo hasta los conceptos de tiempo y de espacio. Dentro de no mucho se podrá viajar de Brasil a Europa o a Estados Unidos en 20 minutos. Un empresario de São Paulo podrá desayunar en su casa, ir a dar una conferencia a Londres y volver a almorzar con la familia. Y no se trata de ciencia ficción sino de una realidad que ya se está experimentando.

Por todo esto pretender que Brasil se mantenga cerrado envenenando sus relaciones con el resto del planeta en aras de una política petrificada y empobrecida es querer volver a las cavernas.

Brasil merece algo más que esa política destructiva y negacionista para recuperar su prestigio.

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