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Columna
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La hipocresía de hacer del ministro Pazuello un chivo expiatorio para salvar a Bolsonaro

La pregunta que se impone es: ¿los militares no se sentirán humillados viendo a un general ser investigado por crímenes contra la humanidad?

Juan Arias
El ministro de Salud brasileño, Eduardo Pazuello, junto al presidente, Jair Bolsonaro.
El ministro de Salud brasileño, Eduardo Pazuello, junto al presidente, Jair Bolsonaro.Joédson Alves (EFE)

El hecho de que el Supremo Tribunal Federal de Brasil haya aceptado la petición presentada por el fiscal general, Augusto Aras, contra el ministro de Sanidad, Eduardo Pazuello, por sus posibles crímenes en la lucha contra la pandemia en Manaos, mientras ha salvado al presidente Bolsonaro, supone una gran hipocresía. Es convertir a Pazuello en el chivo expiatorio para salvar a su jefe.

No se trata de que el ministro sea inocente y que no merezca ser incriminado. Lo que es un escándalo para la sociedad es que no sean procesados ambos. Todos los fallos en el Ministerio de Sanidad que han llevado a tantos muertos y a desacreditar la vacuna han sido perpetrados por el presidente y el ministro juntos. Pero empezó cuando Pazuello aún no era ministro.

Pesa sobre la responsabilidad del presidente el que fuera quien expulsó del ministerio a médicos competentes para colocar a un militar sin ninguna garantía científica y hacer de él una simple marioneta.

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Al general Pazuello es de recriminar el haber aceptado con la cabeza baja todas las imposiciones de Bolsonaro sin haberse rebelado. Más aún, hizo alarde de que como militar tenía que obedecer a su jefe, un simple capitán expulsado del Ejército.

La jugada de Aras de pedir investigar a Pazuello salvando a Bolsonaro ha sido tan burda que es imposible esconderla a la opinión pública. Todo Brasil sabe que la tragedia de la pandemia fue potenciada por Bolsonaro.

El hecho de que Bolsonaro intente ahora ganarse al Congreso y al Senado imponiendo para la presidencia dos defensores suyos revela su miedo a que pueda acabar depuesto por incapacidad para gobernar a un país de la importancia de Brasil. Bolsonaro, que se las daba de Napoleón, empieza a ver que su reino se va desmoronando. Por eso se refugia ahora en el Congreso ofreciéndole lo que este le pide y más.

Que el reino de Bolsonaro empieza a derrumbarse lo demuestra el hecho que sus seguidores más fanáticos e ideológicos empiezan a estar en silencio o desilusionados con él. ¿Dónde está la furia del ideólogo del bolsonarismo fanático y autoritario, el pseudo filosofo, Olavo de Carvalho? Hay silencios que son más elocuentes que el griterío.

Al final tendremos la paradoja de que Bolsonaro vea cortada su omnipotencia como el bíblico Sansón y, como él, acabe en la cárcel y olvidado. En política son frecuentes las noches de largos cuchillos donde se traman las grandes traiciones. Lo vimos con Dilma Rousseff y podremos verlo con Bolsonaro.

Quien vino a acabar con la política, pensando que no necesitaba de las otras instituciones para gobernar, parece que va a ser la vieja política quien le obligue a bajar la cresta de gallo para convertirse en simple gallina.

El caso del ministro Pazuello podría ser paradojalmente el fin de las arrogancias de Bolsonaro, las cuales están colocando a Brasil al borde una crisis económica que acabará cayendo sobre sus espaldas.

Los primeros en detectarlo empiezan a serlo los grandes empresarios que un día le dieron su confianza creyendo que el presidente apoyaría al ministro de Economía, Paulo Guedes, en su política económica de cuño liberal y hoy empiezan a estar preocupados y a apartarse de él. Juntas la desilusión del poder económico y la presión popular que empieza a crecer podrán acabar con el mito y su pesadilla que ha colocado a Brasil entre los parias del mundo.

Por primera vez, hasta la Iglesia empieza a darle la espalda al mito. Así lo revela el hecho que una petición de impeachment esté siendo firmada por religiosos críticos al Gobierno. Según el diario O Estado de S. Paulo en la petición participan católicos, luteranos metodistas y hasta pastores evangélicos.

Bolsonaro tiene solos dos opciones: ser presidente de un grupo menor siguiendo con sus bravatas y sueños golpistas o injertarse del todo en el modelo clásico de la política brasileña.

Será una prueba interesante para saber si esas bravatas del presidente son fruto, como piensan algunos psicoanalistas, de disturbios psíquicos o si se trataba de puro cálculo político.

En el caso que las locuras de Bolsonaro sean fruto de perturbaciones psíquicas que lo llevan a desafiar a la ciencia y a la democracia le será imposible renunciar a su estrategia para mantener vivo su grupo de extremistas y fanáticos, unas fieras que necesitan que les arrojen más carne cada día.

Y en el caso que se trate solo de estrategia política y que esté convirtiéndose a la normalidad democrática para no perder el poder no es difícil que con un apoyo cada vez menor de la opinión pública, un político sin la fuerza de un partido propio importante acabe relegado y devorado por los políticos expertos en mantener el poder.

Una vez que Bolsonaro acabe convertido a la política clásica y vaya dejando sus desatinos antidemocráticos y convirtiéndose a la ortodoxia podría ser muy bien que en las presidenciales acabe de vuelta al calderón del bajo clero del Congreso que es donde vegetó durante casi 30 años. Si los grupos parlamentarios vieran que han sido capaces de domesticar al viejo caballo desbocado, Bolsonaro perderá todas las oportunidades de reelegirse. La vieja política está, en efecto, a la espera de retomar el poder.

Habrá que ver si el Congreso al que ha adoptado Bolsonaro le permitirá en adelante que continúe, por ejemplo, con su persecución a los medios de comunicación y con los insultos a los periodistas que son ya hasta investigados policialmente como si no existiera la libertad de prensa y estuviésemos ya en una dictadura.

El último ejemplo de sus groserías ha sido días atrás cuando se ha cuestionado los gastos del Gobierno con leche condensada. Bolsonaro interrogado sobre el tema respondió con desfachatez que la leche condensada era “para meterla en el trasero de los periodistas”.

Bolsonaro mientras tanto sigue en pie con su negacionismo de la pandemia y acaba de poner en duda los datos sobre el número de víctimas y contagiados presentados por su propio ministerio.

Una pregunta que se impone en toda esta historia de querer convertir a Pazuello en el chivo expiatorio de Bolsonaro lleva a pensar si los militares no se sentirán humillados viendo a un general ser investigado por crímenes contra la humanidad.

¿Hasta cuándo los militares seguirán apoyando al Gobierno a Bolsonaro? Es una pregunta que se hace cada día más perentoria y alarmante. Su perseverancia en participar de un Gobierno que ha perdido el prestigio nacional e internacional podrá acabar manchando a toda la institución del Ejército que gozó siempre de un gran apoyo popular.

Quienes tienen a Bolsonaro como un simple payaso deberían estudiar la historia. Muchos otros gobernantes en el pasado considerados también otros tantos payasos inocuos acabaron produciendo ríos de sangre, empobreciendo y despojan a la gente de sus libertades.

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