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Columna
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Pablo Casado: ¿Sprint o maratón? ¿Y hacia dónde?

El PP debe decidir si corre los cien metros lisos o carrera de fondo porque Vox ya lo sabe

Mariano Rajoy y Pablo Casado en su primera reunión tras la victoria de este, en julio de 2018.
Mariano Rajoy y Pablo Casado en su primera reunión tras la victoria de este, en julio de 2018.Tarek (EFE)
Berna González Harbour

En deporte, como en la vida, existen los 100 metros lisos y existe la maratón, hay sprints y hay carreras de fondo y en todas las modalidades se puede vencer o perder. Y luego existe la levedad, el espíritu de wasap, como existe la capacidad del ser humano para afrontar el corto o el largo plazo con herramientas para lo uno o para lo otro, y la inteligencia necesaria para no traicionar a ninguno de los dos. Conjugar todo a la vez no parece compatible.

Pero algunos lo hacen.

Mucho se ha escrito sobre la tensión creciente que se produce hoy en las democracias, especialmente en tiempos de redes, entre la ligereza de las decisiones que se toman para obtener resultados a corto plazo (victoria electoral) y el pulso firme que se necesita para tomar decisiones de hondura que sirvan al largo plazo (cambio climático, modelos productivos, política demográfica). En ambos casos existe una misión, pero no en todos un horizonte claro.

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Aterricemos ahora esta tensión al momento político que estamos sufriendo. Vox utiliza herramientas de corto plazo y espíritu de wasap, de pulsiones cortas y rápidas, para atraer seguidores y, a pesar de su volatilidad, todos somos capaces de ver su misión a largo plazo: reventar el estado de derecho que garantice la igualdad de la mujer, los derechos humanos, el respeto al inmigrante y los avances sociales en general. Rancios y franquistas, no engañan a nadie y son coherentes: cualquier tiempo pasado, sobre todo con un general de bigote al frente, fue mejor. Usan los cien metros lisos, pero también están de maratón.

Unidas Podemos también solía ser así: acciones propagandísticas rápidas, guerrilla agresiva en redes sociales y una construcción de liderazgo personal que parece colocar su misión política en la persona de Pablo Iglesias. En la oposición, parecían dibujar un horizonte. En el Gobierno, el horizonte empieza a ser móvil ya que en ocasiones nuestra democracia no es normal, Puigdemont es como un honorable exiliado de la República y, en otras, la Constitución es tan fantástica que recoge derechos que están deseando, con razón, desarrollar. La vivienda, por ejemplo. Lo estamos esperando.

Y luego está el Partido Popular. Ahí no sabemos si están de sprint o de maratón. Como pollo sin cabeza, Pablo Casado va cambiando estos días el discurso según el entrevistador, según el público y según los titulares de cada mañana. Donde antes estaba orgulloso de todas las etapas del PP ahora se desmarca de lo ocurrido el 1 de octubre de 2017. Donde antes refrendaba las políticas del pasado ahora se proclama escoba de esa putrefacción de corrupción que llenó las arcas del partido hasta el punto de sufragar la sede en la que él mismo trabaja. Donde antes era muy españolista hoy es un poco catalanista. Donde antes defendía las proclamas de sus barones a favor de mayores restricciones contra la Covid (Galicia, Castilla León) luego defiende la mayor libertad que quiere Díaz Ayuso. Y donde quería más Estado, más Gobierno, luego boicotea el estado de alarma que servía para ese objetivo. Donde antes no tenía noción de los recientes contactos del PP con enviados de Bárcenas para una posible negociación, más tarde alguien lo supo, pero él no.

¿La misión? ¿El horizonte? El caleidoscopio se mueve y la figura resultante depende del desayuno de cada día. Pablo Casado debe decidir en qué modalidad juega, si corre cien metros lisos o maratón, pero sobre todo hacia dónde. En su caso se le está comiendo el espíritu de wasap (esa frenética pulsión de actuar sin pensar demasiado a la que solo le faltan los emoticonos que ayuden a saber si hay que reír o llorar cada vez).

También están los independentistas. En su cierre de filas contra Illa también exhiben cerebro de watsap, herramientas de corto plazo para anular las luces largas que pudieran ayudarles a redibujar el horizonte, la misión, de forma más efectiva. Agarrándose a un papelillo infantiloide que degrada la democracia están dejándose atrapar por ellos mismos. Y la épica de su propósito parece quedar a salvo, una vez más, bajo la fanfarria y la inutilidad de sus pasos.

Por último, está el Gobierno. O está el PSOE. Demasiadas carreras de cien metros lisos como las que van librando, demasiado oportunismo en sus luchas internas con sus coaligados, pueden dejarles sin aliento para la carrera importante que nos deben: la transformación de la economía hacia la eficiencia y la igualdad.

Todos tienen deberes.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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