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Columna
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‘Married to the mob’

La ruptura sonada de Casado con el ala reaccionaria que se escindió para crear otro partido fue un acierto incontestable. Del mismo modo, ahora tiene por delante otra ruptura más dolorosa y más íntima

David Trueba
El presidente del PP, Pablo Casado, durante un acto central de campaña electoral en Barcelona (España), el pasado 7 de febrero.
El presidente del PP, Pablo Casado, durante un acto central de campaña electoral en Barcelona (España), el pasado 7 de febrero.Alberto Paredes (Europa Press)

El mayor fracaso de lo que dimos en llamar la nueva política no reside en la deriva personal de algunos de sus protagonistas. Es cierto que muchos de ellos acumulan discordias, divisiones y finalmente hasta la autodestrucción de sus partidos por un afán ególatra sin precedentes. No, lo peor ha sido que han trasladado a la sociedad un tremendo efecto de frustración precisamente cuando fueron elegidos para lo contrario, servir de vía de oxígeno. Entre sus defectos principales está la rabiosa servidumbre a filias y fobias personales. En la campaña catalana se percibe también ese esfuerzo por convertir la palabra pacto en sinónimo de traición a esas esencias puras y virginales que todos dicen encarnar. Las esperanzas truncadas por esos discursos hiperbólicos han conducido a los jóvenes a una frustración palpable, que les lleva a apreciar derivas fascistoides surgidas del “si nada ya sirve, mejor lo rompo todo”. El último episodio de la fuga de algunos cotizantes millonarios a Andorra ha dejado entrever la desvinculación juvenil del proyecto común. El rencor, el egoísmo y la autoadulación son rasgos mutantes de la frustración.

La labor por hacer es siempre mucho más interesante que todos los absolutos inalcanzables. Nuestra democracia requiere esfuerzos. Es ahí donde han perdido el paso quienes estaban llamados a protagonizar un ilusionante proceso de regeneración. No se trata de castigar a Pablo Casado por el escándalo de corrupción en su partido, pues se remonta a los mandatos anteriores. El contable Bárcenas ha terminado por fatigar la credibilidad de los españoles, más que nada porque maneja las medias verdades al capricho de una agenda propia. Sin embargo, en lo que Casado sí es responsable tiene que ver con el hoy. Su ruptura sonada con el ala reaccionaria que se escindió para crear otro partido fue un acierto incontestable. Del mismo modo, ahora tiene por delante otra ruptura más dolorosa y más íntima. Le juzgaremos por la capacidad de desmontar una tela de araña clientelar, sucia y voraz que arrasó durante demasiado tiempo con el dinero público para engrasar cuentas personales y gastos de partido.

Todas las reivindicaciones de pureza son profundamente deshonestas. La mayoría de los que exhiben esa virtud en política nunca han sido expuestos a la intemperie o a la presión. Hemos de ser capaces de entender que el juicio moral sobre las generaciones anteriores no es la misión de quienes les suceden. Se trata de algo mucho más sencillo, alcanzar a entender lo que funcionaba mal y repararlo para que no suceda de nuevo. Es ahí donde la prolongación de esta rama de la nueva política en la última década ha fracasado con ahínco. En demasiadas ocasiones parecen incapaces de ver más allá de su ambición personal. El país está esperando una manera más inteligente y más limpia de hacer política, un manejo de los partidos menos caudillista con una financiación transparente y acordada, para que sea evidente ese reflejo de la representación popular a través de las siglas electorales. Asistimos a un problema curioso de oftalmología, donde unos solo son capaces de ver los defectos de los otros, jamás los propios. La mafia estadounidense resume con la expresión married to the mob el vínculo de pertenecer a una organización criminal: cuando te casas con un miembro, te has casado con todos.

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