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Columna
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Empatía, la palabra maldita

Quien muestra alguna preocupación social en los altos lugares del pensamiento es acusado de buscar de manera baratuna la aprobación del público

Elvira Lindo
El neurólogo y escritor Oliver Sacks.
El neurólogo y escritor Oliver Sacks.SARA KRULWICH

En este año recién terminado se habló, y con razón, de los lazos de solidaridad que se estrecharon en las comunidades para ayudar a quienes lo iban perdiendo todo. Se diría que quienes escribimos sobre lo que sacude la vida pública no consideramos política aquellas acciones que emprenden los ciudadanos para paliar la precariedad de sus vecinos. El clamor de sus necesidades concretas no llega a rozar el razonamiento teórico ni la jerga académica o politiqueril. Los desasistidos tienen su lugar asignado en las páginas de sociedad, pero dejan de estar presentes en análisis políticos siempre ricos en conceptos abstractos, que es lo que da categoría a un opinador. En los últimos tiempos, apelar a las necesidades urgentes de los humildes comienza a considerarse cursi, sentimentaloide y, aún peor, falso de toda falsedad, de tal manera que quien muestra alguna preocupación social en los altos lugares del pensamiento es acusado de buscar de manera baratuna la aprobación del público. Fruto de esta corriente de distanciamiento cínico que comienza a gozar de una preocupante popularidad son los opinadores que a cada poco abominan de la palabra ‘empatía’. A veces hay que fijarse no en la singularidad de cada prosista, sino en aquellas ideas en las que coincide con sus pares. A mí me pareció significativo leer varias piezas aquí y allá en contra de la empatía. Justo además en el momento en que ciertos colectivos, desde los sanitarios hasta ciudadanos solidarios sin más, se arriesgaban mientras otros nos quedábamos en casa. Muchos sentíamos empatía por el enfermo o el necesitado; solo unos cuantos lo traducían en acción directa.

La empatía es un término cercano a la compasión o al altruismo, pero tiene que ver más estrechamente con la manera en la que está construida nuestra personalidad. Con razón los psicólogos, y los psiquiatras, se valen de esta palabra para medir el mayor o menor grado de una sociabilidad saludable. La falta de empatía es un signo alarmante durante el desarrollo de crecimiento de un niño. Por tanto, es difícil entender por qué una serie de personas que en principio no se han puesto de acuerdo deciden escribir contra la empatía sin tener en cuenta el justo valor del término. ¿Consideran de más altura intelectual carecer de ella?

De pronto, el extraordinario documental de Ric Burns Oliver Sacks: una vida (Filmin) nos devuelve el concepto de empatía en toda su complejidad, porque ese era el don del que andaba sobrado Sacks para vislumbrar el mundo interior de sus pacientes. Con esa precisa palabra describen sus colegas neurólogos la virtud del médico y así lo comprobamos nosotros en imágenes asombrosas en las que Sacks se aproxima al enfermo, lo toma de la mano y trata de imaginar cuáles son los mecanismos de su pensamiento. En vez de situarse en el nivel superior del especialista, trata de aprender como ser humano; él mismo padecía la extrañeza de tener una personalidad indómita, inclasificable. Por supuesto que una parte de la comunidad científica, seguramente recelosa de la popularidad de Sacks, le reprochaba usar sus habilidades de acercamiento a los pacientes para la escritura de libros de divulgación. Otro ejemplo más de interpretación mezquina de la generosidad ajena: lo que hizo el escritor fue traducir a un lenguaje popular su conocimiento de ciertos trastornos solo descritos en publicaciones científicas.

Siendo Oliver Sacks un ser genial no era su capacidad de sentir empatía algo inusual. Por fortuna, somos seres colaborativos que nos crecemos en la tragedia para sobrevivir, como escribe Rebecca Solnit en su ensayo Un paraíso en el infierno. ¿Por qué acusar entonces al prójimo de fingimiento en las emociones? Suele ser la forma que tiene el tacaño de ocultar su propia roñosería. También es una opción política destinada a neutralizar el discurso social y dejarlo como cosa de pobres. Como se canta en el villancico de Plácido: “Pues dile que entre y se calentará / porque en esta tierra ya no hay caridad / ni nunca la ha habido / ni nunca la habrá”.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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