Tú a ciencias, yo a humanidades
Las preferencias son condicionales a lo que podemos imaginar sobre nosotros mismos y la existencia de referentes femeninos puede cambiar las elecciones (profesionales) de las mujeres
Cualquiera que se dé un paseo por las aulas de una universidad constatará dos hechos. De un lado, que las mujeres son claramente mayoría y, del otro, que la distribución por género entre las carreras sigue siendo desigual. Las mujeres, como también pasa en el mercado de trabajo, suelen optar más por estudios ligados a la administración, humanidades o de cuidados. Por su parte, los hombres prefieren grados que implican conocimientos en matemáticas, ciencias y tecnología.
Tradicionalmente este reparto de roles de género solía ligarse a diferencias “biológicas” las cuales, se suponía, predisponen a determinadas tareas. Sin embargo, la presencia femenina en las diferentes ocupaciones ha cambiado con el tiempo; véase como en 1990 en España había solo un 4% de ingenieras o 6,5% de arquitectas y hoy alcanzan en ambos casos el 21%. Si la biología no cambia, pero su presencia sí, la tesis “naturalista” está descartada y solo quedan dos grandes argumentos.
Una explicación plantea que estas diferencias son una cuestión de preferencias personales. Si muchas mujeres anticipan una carrera laboral discontinua (por ejemplo, por la maternidad), prefieren empleos más flexibles, incluso cuando eso les pueda penalizar en salario o perspectivas profesionales. La explicación alternativa pone énfasis en los estereotipos de género. Como durante la infancia se adquiere una serie de pautas de conducta ligadas a ser hombre o mujer, cada cual selecciona ocupaciones y estudios acordes. Las mujeres son socializadas con más frecuencia en el trabajo doméstico y de cuidados, luego suelen desarrollar aspiraciones en ese sentido frente a los hombres, para los que se enfatiza el desarrollo profesional y obtener mejores ocupaciones.
En esta línea el papel de modelos que rompan con los clichés de género es clave. Un experimento reciente de Porter y Serra demostró que la exposición de estudiantes femeninas a otras mujeres que se graduaron con éxito en economía en la misma universidad aumentó en ocho puntos su propensión a estudiar en ese campo. Dicho de otro modo, que las preferencias son condicionales a lo que podemos imaginar sobre nosotros mismos y que la existencia de referentes femeninos puede cambiar las elecciones (profesionales) de las mujeres.
Uno podría pensar que los campos de estudios y ocupación son algo anecdótico, pero no lo es en absoluto; según entran las mujeres en un determinado sector productivo la remuneración promedio de este tiende a reducirse. Por lo tanto, las causas de la segregación son más sutiles. Las mujeres están insertas en el mundo laboral, tienen más formación… y, sin embargo, no basta. Ya no es estudiar, es qué estudias. Ya no es el título, es qué habilidades te trasmite tu entorno para poder prosperar. Por eso en políticas de igualdad importa tanto la construcción de referentes: solo si hombres y mujeres son capaces de imaginarse libres podrán serlo de manera efectiva.
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