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Columna
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Machado es de todos

Que Puigdemont y Torra expresen sus respetos ante la tumba del poeta no es un intento indebido de apropiación, sino un reconocimiento debido su figura

Jorge M. Reverte
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, y el expresidente Carles Puigdemont en Colliure (Francia) ante la tumba del poeta Antonio Machado el pasado sábado.
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, y el expresidente Carles Puigdemont en Colliure (Francia) ante la tumba del poeta Antonio Machado el pasado sábado.Europa Press

No hay que ponerse nerviosos. Que Carles Puigdemont y Joaquim Torra expresen sus respetos ante la tumba de Antonio Machado no es un intento indebido de apropiación, sino un reconocimiento debido a un poeta enorme que escribía en una de las lenguas que son oficiales en Cataluña, según el Estatut vigente, que es el que nos vale, porque en torno a él se desarrolla toda la legalidad catalana.

Antonio Machado es de todos, porque tenía una patria, la infancia, a la que adornó con su último recuerdo, escrito en un papel miserable: “Estos días azules y este sol de la infancia”. En un bolsillo del abrigo que había malcubierto sus magras carnes hasta unos días antes de morir, cuando llegó a Collioure huyendo del ejército franquista que ocupaba ya los últimos objetivos catalanes de su victoriosa agenda.

El 22 de febrero de 1939, Antonio Machado murió en el pueblo francés de Collioure, fronterizo con España, al menos según él, aunque Puigdemont y Torra prefieren decir que es frontera con Cataluña. Buena gente estos dos políticos catalanes, que no han hablado de echar de allí, de ese lugar que es una parte de Cataluña norte, los restos del poeta. Los dos hombres, que han ocupado el sillón presidencial de la Generalitat, solo quieren que de ese solar se vayan expulsados quienes, además de ser españoles, se obstinen en hablar castellano.

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Es muy probable, casi seguro, que estos dos nacionalistas que rindieron un homenaje a Machado no recordaran el campo de concentración de Gurs, cerca de Pau, donde el poeta no habría sido admitido porque su destino lógico era el de las playas de Argelès, junto a muchos otros miles de republicanos. Allí tendría que pudrirse, y no en una cama en Collioure.

Los nacionalistas catalanes, como Puigdemont y Torra, igual que los nacionalistas vascos, no deseaban entonces que Machado y otros como él, entraran allí, cuando el campo comenzara a cumplir su tarea disgregadora.

¿Qué diablos hacían Torra y Puigdemont ante los restos de un hombre que trabajaba en castellano los azules cielos de su infancia sevillana, de su infancia universal? Quizás vieron, por un momento, como tantos poetas lo habían visto antes, que su verdadera patria era la infancia, que no tiene bandera, y si la tiene es una que represente la libertad, la igualdad y la fraternidad. Sin más, pero también sin menos.

La española republicana.

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