No sé como decir lo que quiero decir
Que pasaría si de manera imaginaria... Solo imaginamos y desde la imaginación, pues soñamos y desde esos sueños, no solo soñamos, sino que de esos sueños, hacemos algo más que simplemente soñar
Baja California
Viajé a través de la península en el verano del 2018. Aunque no era mi primer viaje alrededor de estas singulares tierras, este viaje, a lo largo de la península me hizo reflexionar sobre el impacto que hemos generado por el ejercicio de nuestro oficio en Baja California.
Volteando hacia otros horizontes, otros sitios, es inevitable no cuestionarnos la huella que hemos dejado en nuestra estadía por estas tierras. Si bien es cierto que los años vividos en los valles de Ensenada están llenos de hermosos recuerdos y nutridas experiencias, hay, hoy, frente a nuestros ojos, heridas y cicatrices del exceso de humanidad.
Hoy estamos atrapados en un desarrollo que no sabe evolucionar. Una vez más, nuestra egocéntrica óptica se ensaña con la fragilidad de un entorno que no pudimos, que no supimos, cuidar y respetar.
Preguntémonos
¿Qué hemos hecho mal?
¿Qué fue lo que dejamos de hacer?
¿Cómo se puede compartir un quehacer, dejando de lado nuestra presencia invasiva?
¡Reflexionemos sobre los valores nómada que alguna vez delinearon la presencia humana en Baja California!
Ensenada, Baja California, primavera del 2019. La naturaleza ante nosotros
En una situación normal, basándonos en las primaveras pasadas, una vid empezaría a desplegar su frondosa vegetación y a delinear la personalidad de su fruta. Esta vez no fue así. Por alguna razón, las plantas de nuestro viñedo parecían no despertar, desconociendo la fuerza que otros años les imprimía la estación. Parece ser cada vez más evidente que los cambios climáticos en nuestros valles y la sobreexplotación del manto freático van limitando nuestro abanico ampelográfico.
Distraídos por la rutina, ignoramos por varios años el paulatino deterioro que estaba sufriendo nuestro viñedo protector, ese que ha circundado el entorno familiar, ese que plantamos el día que nació el sueños de casa de piedra, ese que de manera respetuosa, día a día, vio como se gestaba esta familia. Siempre ahí, para acompañar a mis hijos en su rural adolescencia. Fue obvio que el destino nos alcanzó, no se necesitaba ser un especialista botánico para ver la fatiga en los brotes de ese año. Esta vez, sin necesidad de un conclave formal, el grito familiar se volvió unánime —abordemos de manera responsable el desenlace de nuestra viña que después de mas de 20 años solo nos ha entregado satisfacciones—. Ninguno de nosotros podíamos soportar más y sin recurrir a discusiones retoricas, sin necesidad de pronunciar una sola argumentación, la decisión estaba tomada: no prolongar la vida, no más molestias, ni sufrimientos a esta uva que nació en 1996.
Arrancar las plantas, levantar el viñedo, fue un acto de eutanasia, difícil de explicar, imposible de digerir.
Torreón, Coahuila, otoño de 1988. Una vida en movimiento
En apenas unos meses de vida matrimonial, ya éramos toda una familia. Empezábamos a ser los que somos. Desde no se cuando, mucho tiempo, varios tropiezos, muchos intentos, pocos resultados, mi quehacer vínico simplemente no cuajaba. El intento de mi oratoria enológica en Coahuila se desvanecía, esta vez, otra vez, el entorno atentaba contra mi espíritu vínico y de la noche a la mañana mi participación laboral en la viña desaparecía por la decisión de un consorcio alcoholizado que de un plumazo decidió no más vinicultura en las tierras laguneras. Sin embargo, más aferrado que nunca, yo necesitaba a como diera lugar estar cerca del vino. Había que buscar nuevos caminos, era necesario voltear hacia otros horizontes, hacia otras tierras. El mapa geográfico de la vid mexicana era muy escaso, casi inexistente. De pronto, de la nada, eso que parecía apuntar a un invierno oscuro y lleno de frustraciones se fue disipando, la península de Baja California aparecía como el edén.
Con los vientos planetarios, llegamos a Ensenada, nuestra brújula imaginaría, de pronto estaba imantada por los olores que desprendían los aromas mediterráneos de una viticultura de frontera. Desde el lejano Torreón, sin ninguna acción dubitativa, empacamos nuestros recuerdos y apostamos a vivir del vino, a vivir en el vino. Nuestro nuevo domicilio, Ensenada, Baja California, México.
Desde nuestra llegada a Bodegas de Santo Tomás, aquel 12 de diciembre, el aire dentro y fuera de nuestras vidas, de manera mágica, refrescaba nuestra ilusión. El metabolismo que activaba nuestros cuerpos, proporcionaba una fuerza impregnada de libertad. Por primera vez en mucho tiempo, se delineaba un sendero vínico con suficiente claridad. La ruralidad empezaba a jugar el papel de gran consejera. La vida transcurría con rapidez, la fuerza de un territorio alimentado de migración nos pedía aprender distintas maneras de vivir a través de la uva.
Valle de Guadalupe, 1996. Escala humana
Habían pasado apenas un puñado de años de actividad fronteriza y ya empezábamos ha hacer nuestros todos esos sueños y experiencias que ofrenda una comunidad muy especial. En la ensenada de los 90, el carácter vínico era fácil de reconocer en las calles, con los vecinos, con los amigos. La presencia del vino se hacia cada vez mas cotidiana. El día llego, tenia que pasar tarde que temprano. A diferencia de otros ayeres, mi discurso vínico empezaba a recibir impulsos sintonizados en una misma frecuencia, llegaba el momento de amplificar las acciones vitivinícolas. Un cúmulo de inquietudes en el subconsciente, nos pedía explorar otros caminos, si bien desde la llegada a Baja California, todo nuestro alrededor olía a vino y nuestra cotidianidad se nutría al compartir las ideas con un entorno bondadoso. Un evolutivo en el ambiente susurraba vientos de cambio. No era una búsqueda de libertad, porque hasta ese día nunca nos falto. Tampoco era una incomodidad en nuestras obligaciones laborales. Simplemente, el vivir en estas tierras, de una manera espontánea, nos impulsaba a aventurarnos más, plantar nuestros propio viñedo, un sueño recurrente que empezaba a materializarse y que hoy, después de 25 años, está lleno de reflexiones y preguntas con poca claridad en las respuestas.
El vino, un ciclo de vida
Me gustan los ciclos, no solo en su morfología circular, ni en su posible predicción, sino también en la potencialidad que generan en su atemporalidad.
En todos los quehaceres, veo necesario culminar nuestras acciones, nuestras intervenciones, con un franco posicionamiento sobre lo hecho. La elaboración del vino, no puede mantenerse al margen de los cambios en el medio ambiente al que hemos orillado al planeta, ni tampoco de la relación humana que guardamos los involucrados en este todo (sin importar su posición como eslabones en la cadena - elaboración-consumo).
Hoy como agricultores, nos encontramos ante la posibilidad de cruzar el vértice que nos permitiría redireccionar el rumbo en la elaboración de nuestros vinos de sitio.
La naturaleza nos exige replantear el camino, no solo en la forma de cultivar las uvas y hacer el vino, sino también, desde una perspectiva más armónica con el espacio donde nos desenvolvemos (comunidad). Es momento de alejarse de las antiguas nociones que responden a un bagaje teórico convencional y las permanentes presiones de un mercado alimentado de dudosas tradiciones. No es el mercado el que debe mover la tierra.
Debemos hacer un esfuerzo para conectar las leyes de la naturaleza con nuestro desarrollo humano, apoyándonos en el motor de la descomposición. Es una vez más posible, perderle el miedo a los convencionalismos que poco a poco se vuelven inercia.
Difícil negociación, sobre todo si anteponemos nuestros intereses bajo una maquillada armonía.
Piedra de sol: un primer paso
Estamos ante la posibilidad de equilibrar nuestro vínculo con la naturaleza y estabilizar una nueva manera de ser “civilización”.
Han pasado casi 30 años de aquella decisión agronómica con la que apostamos a establecer un viñedo de características singulares en el Valle de Guadalupe: viñedos de alta densidad, laboreo manual en todo su ciclo, variedad altamente expresiva, elaboración vínica acorde con la fruta.
Piedra de sol, es el nombre con el que bautizamos nuestra aventura (en honor al maestro Octavio Paz, quien en 1957 publicó el poema del mismo nombre).
En la línea del tiempo nuestra simbólica parcela de chardonnay nos enseñó innumerables expresiones y fue una aguerrida cepa capaz de sortear condiciones climáticas cambiantes. Siempre, dispuesta a dejar su mejor versión.
En los campos de cultivo, donde hoy nos desenvolvemos, las señales de la naturaleza son claras y debieran ser escuchadas. No se puede insistir en una propuesta unidireccional, es fundamental restablecer el diálogo entre todos los participantes.
Hoy, para restablecer nuestro viñedo, ese viñedo, que por muchos ciclos nos permitió hablar de uva, se debe privilegiar la armonía con todos y cada uno de los elementos del sitio. Estamos frente a una climatología demandante, que con una voz radicalizada y cada vez menos velada, reclama un verdadero compromiso entre las partes.
Por eso hemos decidido darle fin al ciclo de esa chardonnay y definir Piedra de sol. No es fácil arrancar el viñedo que dió vida a un primer sueño, pero la pesadilla que se avecina si no se toman acciones, es más grave aún.
Se necesita pensar desde la tierra; entender qué es lo mejor para ella, para esta tierra en específico, para esta comunidad, para esta sociedad. La metáfora de vid y vida es demasiado fácil, pero en el Valle, la vid se tiene que repensar si queremos repensar nuestro modelo de vida.
Si en vez de elaborar, si en vez de confeccionar de una vez por todas, abandonamos la noción narcisista de transformación y aprendemos a acompañar. ¿Qué pide la tierra?
Es cierto que en éste cuestionamiento, hay una intrínseca contradicción que va más allá de la actividad económica o de las necesidad de supervivencia.
Hoy, es momento de privilegiar los pensamientos positivos, las acciones creativas, imaginativas. Lo bueno, lo bello, desde una perspectiva de carácter interior, alimentada de espiritualidad y compromiso con el entorno.
El entorno, no como un escenario o paisaje servil, sino más bien como el todo que alberga la individualidad de cada uno de los actores de la comunidad.
Los pasos que siguen
Reflexiones generales, reflexiones genéricas
La taille. La poda.
Una intervención fundamental, fundamentada. Su acción, determina una sumisión de la planta a las necesidades humanas.
¿Cómo se debe hacer?
Cultivar, hacer en la tierra las labores agrícolas necesarias para sembrar, plantar o para cuidar lo plantado y obtener frutos de ello.
¿Qué cultivamos y por qué?
Domesticar, hacer algo domestico, de la casa.
¿hay un valor de dominancia en el acto de domesticar?
Elaborar, preparar una cosa material transformando una o varias materias en sucesivas operaciones; hacer que algo se convierta en otra cosa. Fabricar, producir, confeccionar.
¿Para quién elaboramos?
Proporcionalidad, relación de correspondencia entre las partes y el todo. Unidades disfrutables que tengan una operación lógica.
¿De qué tamaño es nuestra intervención?
El quehacer, como resultado de desarrollar una actividad, como consecuencia de ejercer un oficio, las repercusiones (daños colaterales) ante un entorno son por demás complejas.
Redimensionar.
Establecer de nuevo las dimensiones exactas o el valor preciso de algo, la secuencia. Al; producir, transformar, elaborar… hasta llegar a solo acompañar. Simplemente acompañar (concepto central del quehacer contextual, utopía que comparten los ¨lectores del sitio¨).
De la retórica y otras discusiones
Bajo una discusión de carácter más pragmático, las acciones y/o productos resultantes de una actividad humana consciente deberían de ir acompañados de la misma manera por acciones y/o productos de transmisión y /o comunicación, que preferentemente incluyan en su contenido, la esencia del origen que les dio significado. Esto con el fin de “cerrar” el circuito real de un intercambio y conocimiento cultural de influencia gregaria.
Aunque, podríamos hacer un llamado a los valores de la ¨sociedad¨ en cuestión para justificar la obligación solidaria de todo ser con su comunidad, creo que es suficiente con decir que el hacer, sin trasmitir, deja inconclusa la actividad cognitiva.
Si nos acercamos a las obras teatrales, que con su convincente puesta en escena, nos enseñan la ¨manera de actuar¨ en una situación particular (escenario, simulación). Una manera de abordar situaciones (de forma consciente o inconsciente)
Una manera de como ¨agarrar el taco¨.
¿Cómo agarramos éste sin soltar la responsabilidad con el mundo?
El tiempo pasa, me pasa.
A una edad avanzada, con una mirada envejecida, bajo una óptica menos incisiva, más racional me hago cuestionamientos sobre mi mismo.
¿Dije que no a la tentación? ¡¿Pero quizás?¡, ¡dije que sí al pecado!
No sé como decir lo que quiero decir.
Es momento de admitir la culpa.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.