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El éxodo al revés: de la ciudad al campo

El miedo al virus, la situación económica y el teletrabajo impulsan la mudanza hacia zonas rurales

Un niño posa con su bici en las calles de Navalagamella.
Un niño posa con su bici en las calles de Navalagamella.Cristina Saldaña

Vanesa Lozano decidió dejar su casa en Sevilla y mudarse a Veredas, una pequeña aldea en el corazón de la Sierra de Huelva de 600 habitantes, porque buscaba salir de la ciudad, alejarse de la contaminación, intentar mitigar el estrés y frenar el precio desorbitado de los alquileres. Esta diseñadora de 42 años reconoce que la pandemia precipitó su decisión. La libertad que le otorga el teletrabajo le dio el empujón definitivo para dejar atrás el bullicio de una gran ciudad: ‘‘Necesitaba un lugar donde la vida fuera opuesta a lo que conocía hasta ahora'‘, asegura Lozano, convencida de que la tranquilidad del campo puede ser también un escudo ante los rebrotes.

La demanda para encontrar alojamiento en zonas rurales es una tendencia al alza en España desde que el 14 de marzo se decretaron las primeras medidas que condujeron al confinamiento de la población. Las búsquedas de fincas rústicas se han incrementado un 46% desde enero, según datos del portal Fotocasa. Los aumentos más pronunciados se sitúan fuera de los grandes centros urbanos, tal y como revela un estudio llevado a cabo por la inmobiliaria Servihabitat. Muchos de los ciudadanos que deciden cambiar la ciudad por el campo lo hacen por el miedo a los rebrotes. Eso le sucedía por ejemplo a Álex Sellés, de 28 años, que trabaja como asesor de comunicación y se ha mudado de Madrid a Cocentaina, un pueblo de Alicante de 11.500 habitantes. ‘'En Madrid hay más gente por metro cuadrado y mucho más riesgo de contagio. Me da miedo cruzarme con tanta gente por la calle'‘, confiesa.

Con este inusitado aumento de la demanda, los teléfonos de las inmobiliarias echan humo en los últimos meses. El interés por vivir en zonas rurales se ha disparado desde abril, según fuentes de Servihabitat: ‘‘Los clientes solicitan cada vez más un alojamiento fuera de las grandes ciudades. Madrid es un caso representativo”. En las provincias vecinas de Guadalajara y Segovia se ha registrado un incremento de hasta el 57%. Y matizan: ‘‘No es algo particular de la capital, en Cataluña observamos un aumento de demanda del 63% para ir a vivir a las afueras de las grandes urbes'‘.

Este éxodo de la ciudad al campo no es un fenómeno nuevo, pero la crisis de la covid-19 ha fortalecido la tendencia, como observa Elena García, gestora en Alma Natura, empresa enfocada a impulsar proyectos en zonas rurales. Según sus datos, las solicitudes para desarrollar planes vitales se incrementaron un 50% en junio. Muchas de las personas interesadas ya llevaban tiempo pensando en vivir en el campo, explica García, pero la pandemia les ha servido de empujón.

Cristina Ocaña, que trabaja en el departamento de Comunicación de Mediaset, reconoce que vio una oportunidad: ‘‘Desde el cierre de colegios, nos vinimos a Cebreros, en Ávila. Queríamos tener más espacio y una crianza en ambientes más familiares'‘. Ocaña es madre de dos niñas, de 5 y 8 años, y cuenta que muchos vecinos de Cebreros (3.000 habitantes) se encuentran en su misma situación: ‘‘Estamos cerca de Madrid, pero con una vida sencilla. Si el teletrabajo se implantase finalmente, podría ser algo definitivo'‘.

Más del 85 % de los españoles viven en menos del 20 % del territorio, y la población rural ha caído un 10% desde el año 2000, según datos del Instituto Nacional de Estadística. La precariedad y la falta de recursos de las zonas rurales complican su repoblación, como explica Sergio del Molino, autor de La España vacía: ‘‘Los déficits en telecomunicaciones, la precariedad de servicios educativos y sanitarios, y la falta de alicientes culturales y de ocio complican que los profesionales se trasladen'‘.

Para un buen número de habitantes de los grandes núcleos metropolitanos, la pandemia ha sido un motivo que les invitaba a huir del asfalto. Muchas familias se han visto obligadas a cumplir el confinamiento en pisos pequeños, sin una terraza para airearse, sin espacio suficiente para compaginar el teletrabajo con la telescuela y sin una zona de juego para los niños. Por eso en los últimos dos meses se ha registrado un verdadero auge en las solicitudes para adquirir una vivienda en zonas rurales. Elvira Fafian, gestora de Aldeas Abandonadas, la inmobiliaria líder en España en ofertar viviendas en pueblos, pone una cifra: se han triplicado las peticiones. Esta directiva explica que muchas de las solicitudes proceden de personas que quieren instalarse para desarrollar proyectos empresariales.

Este es el caso de Luis de Benito y Moisés de la Calle, dos amigos segovianos de 21 y 23 años respectivamente, que han decidido abandonar Madrid y volver a Santiuste (provincia de Segovia, 545 habitantes), para desarrollar Puebleo, una red social a través de la cual quieren atraer trabajadores a las zonas rurales. Son conscientes de que un freno importante es la deficiente red de comunicaciones digitales. De ahí que su proyecto incida en conectar a las personas que habitan en los pueblos. Consideran el teletrabajo como un ‘‘arma para repoblar zonas donde no hay industria’' y reivindican las posibilidades que ofrecen los territorios rurales.

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Los jóvenes son precisamente el segmento demográfico más interesado en la revitalización de las zonas rurales. El sociólogo Guillermo Fernández, investigador en la Universidad Complutense, explica que cada vez hay más ciudadanos de entre 25 y 40 años que se mudan al campo, en gran parte movidos por razones económicas. Los bajos salarios de los trabajadores con menos experiencia y ‘‘la incapacidad de desarrollar un proyecto de vida con un mínimo desahogo económico’' justifican esta tendencia.

Por ejemplo, Sergio Redondo, de 35 años, que trabaja en una gran compañía telefónica, hizo las maletas a finales de junio y cambió la capital por Mayorga, un pueblo de Valladolid de 1.500 habitantes del que es originario: ‘‘Supone un gran ahorro en alquiler y la vida es mucho más eficiente fuera de la gran ciudad'‘. Lourdes Hernández, directiva de una empresa de datos en Madrid, está de acuerdo con él: ‘‘Somos todos más flexibles y productivos, perdemos menos tiempo'‘. El joven vallisoletano lamenta que su empresa vea el trabajo a distancia como algo temporal: ‘‘Hemos demostrado que el trabajo sale igual o mejor, pero nos obligan a volver cuando la situación mejore'‘. El sociólogo Abel Ros explica que en España hay una cultura laboral muy presencialista, que choca con los valores de la deslocalización, y abunda en la idea de que el teletrabajo en zonas rurales puede llevar al aislamiento social y la pérdida del lazo emocional con la empresa.

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