Mi hija ya camina, la prueba de que mi bebé se marcha para siempre
Nuestra conexión con los demás, aunque los necios individualistas contemporáneos se resistan a aceptarlo, es fundamental, y eso es porque vamos andando por ahí
Candela se ha erguido y se ha puesto a andar. Camina muy gracioso, lanzando las piernas hacia delante sin mesura, a trompicones, y nos morimos de amor. Se parte de risa cuando camina. No se da cuenta de que aún es muy torpe, así que avanza con orgullo. A sus 20 meses tampoco es consciente del hecho cósmico, de la proeza que ha realizado, una proeza que no por común es de menor magnitud.
Los seres humanos comienzan a andar pronto en sus vidas individuales, pero como especie comenzaron a hacerlo hace mucho. El relato aceptado nos habla de aquellos homínidos que hace unos seis millones de años bajaron de un árbol perdido en la sabana africana y comenzaron a andar sobre sus dos pies. Esto tuvo consecuencias enormes para el devenir del planeta, diríase que del Universo entero: al caminar erguidos aquellos animales pudieron comenzar a utilizar las manos para manejar herramientas, lo que colaboró a la mejora de la caza, de su supervivencia, de su alimentación y, en fin, al desarrollo de su cerebro. Y de su inteligencia. Ahora fabricamos smartphones. El bipedismo logró otros hitos y vanguardias, como el moonwalk de Michael Jackson o los curiosos andares de Chiquito de la Calzada.
La bipedestación también provocó un fenómeno netamente humano que a Candela, aunque tampoco lo sepa (sabe aún muy pocas cosas, y por eso es afortunada), le ha afectado desde que nació. Si bien las crías de otras especies nacen más desarrolladas y autosuficientes, las humanas no tanto, pues el canal del parto de las madres es más estrecho, y las crías nacen entonces más pequeñas, con un cerebro menor. Ese conducto para salir al mundo es más estrecho a consecuencia del hecho de que caminemos erguidos. Es decir, nacemos desvalidos porque caminamos. Pero, además, nacer desvalidos y necesitar cuidados, acabar de formarnos fuera del vientre materno, hace que nuestra especie haya desarrollado una mejor disposición al vínculo afectivo y al aprendizaje social. Nuestra conexión con los demás, aunque los necios individualistas contemporáneos se resistan a aceptarlo, es fundamental, y eso es porque vamos andando por ahí.
Candela, como digo, no tiene ni pajolera idea de todo esto. Solo quiere caminar, que la dejemos en el suelo y avanzar por su propio pie, aunque tardemos dos horas y cuarto en llegar a un lugar que está a 10 minutos. Su andar es errático, exploratorio y precario: con frecuencia se cae al suelo, frena su caída con las manos y vuelve a levantarse, como se sugiere en los libros de autoayuda a los adultos. No me gusta mucho que camine, porque es una prueba de que el bebé se marcha para siempre, uno de nuestros terrores cotidianos, y porque me hacía gracia la idea de que Candela fuese gateando a la facultad de Filosofía y Letras (si es que todavía existe dentro de 16 años) o llevarla en el carrito a su primera entrevista de trabajo a decir que su único defecto es el perfeccionismo.
Para nosotros el mundo también ha cambiado. Como ella ahora es más alta que ancha (hasta ahora venía siendo al revés) el panorama se ha llenado de nuevos peligros: esquinas afiladas por todas partes, objetos rompibles sobre las mesas, lugares remotos antes inalcanzables y ahora plenamente accesibles. Ahora llega con sus manitas a más baldas de la librería, de modo que su capacidad de generar el caos libresco, cosa que le llena de una extraña satisfacción, ha crecido notablemente. Además, si Candela era antes imperdible, ahora es muy perdible, y temo con horror que tenga que pasar por ese tremendo trago por el que hemos pasado muchos niños: extraviarse en el centro comercial y tener que ser anunciada por megafonía. Aún me duele aquella angustia.
Le queda mucho por explorar: Candela sigue viviendo en un espacio de pocos metros de diámetro, sin imaginarse la totalidad de lo que ocurre más allá de donde le alcanza la mano. Solo que ahora el centro de ese espacio se va moviendo y abarcando nuevos horizontes, como cuando un explorador avanza en la noche con un farol en la mano. También sigue viviendo Candela en un tiempo inmóvil, en una eternidad infantil, pero quizás eso cambie pronto, porque como se sabe desde Aristóteles el tiempo es una medida del movimiento y Candela ahora se mueve mucho.
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