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‘Matrescencia’ o cómo el cerebro de las madres cambia hasta seis años después del parto

La maternidad, al igual que ocurre en la adolescencia, es un periodo de neuroplasticidad y vulnerabilidad mental para favorecer la adaptación a los enormes requerimientos que depara la llegada de un bebé

Matrescencia que es
Con el embarazo, el cerebro materno se torna modelable, favoreciendo la adaptación a los enormes requerimientos que depara la llegada de un bebé.Aleksandar Nakic (Getty)

Sabemos que la maternidad supone una metamorfosis enorme y no solo a nivel personal, familiar o social. Durante el embarazo, el cuerpo se adapta a distintos cambios físicos a nivel cardiovascular, respiratorio, metabólico, renal o muscular, pero también se produce una modificación enorme en el cerebro. Así lo demuestran las distintas investigaciones realizadas en los últimos años que han analizado cómo el cerebro de las madres se prepara para maternar al bebé. Cambios profundos propiciados por las hormonas, que desencadenan un aumento de la neuroplasticidad. Se trata de un proceso similar al que se produce durante la adolescencia y que recibe el nombre de matrescencia, término acuñado por la antropóloga Dana Raphael en los años setenta y que ha ido ganando peso en los últimos años.

“Al igual que la adolescencia describe la transición de un niño a la edad adulta, la matrescencia describe la transición de una mujer a la maternidad. Adolescencia y matrescencia son periodos coordinados por hormonas esteroideas, y épocas de neuroplasticidad y de vulnerabilidad mental. Además, ambas son épocas de cambio y adaptación, aunque hay una amplia variabilidad en lo que cada persona experimenta individualmente”, explica Magdalena Martínez García, neurocientífica que trabaja con los grupos de neuroimagen de Neuromaternal (Madrid) y BeMother (Barcelona), pioneros en realizar estudios longitudinales del cerebro de madres en diferentes periodos, desde antes del embarazo y pasando por la gestación hasta el posparto.

En un estudio de 2019 en el que participó Martínez demostraron que las similitudes entre adolescencia y matrescencia también tienen una base neurobiológica. “Comparamos los cambios cerebrales de un grupo de madres primerizas y los de un grupo de chicas adolescentes. Sorprendentemente, ambos grupos mostraron un perfil de cambio prácticamente idéntico, lo que sugiere que adolescencia y matrescencia conllevan procesos de neuroplasticidad parecidos, y que las hormonas esteroideas son importantes mediadoras de estos cambios”, señala.

Según Susanna Carmona Cabañete, psicóloga clínica, doctora en Neurociencia y directora del grupo de investigación Neuromaternal del Instituto de Investigación Sanitaria Gregorio Marañón, durante el primer embarazo, el cerebro de la mujer se modifica de forma drástica. “Los cambios cerebrales que caracterizan este periodo vital son tan marcados que actualmente la comunidad científica considera el embarazo la etapa de mayor plasticidad cerebral de la vida adulta”, asegura. Se trata, según la experta, de una ventana temporal en la que el cerebro es más maleable y adaptable a la experiencia. Detrás de esta maleabilidad enaltecida están las fluctuaciones hormonales y la interacción con el bebé: “Las primeras preparan al cerebro para que se torne más plástico; la segunda ejercerá presiones para moldearlo y adaptarlo a las demandas de la nueva etapa”.

Carmona utiliza el símil de la alfarería, invitándonos a imaginar el cerebro en el momento del nacimiento como una plasta de arcilla recién sacada de su envoltorio, húmeda y muy vulnerable a los eventos externos, a las presiones y extensiones que ejerzamos en ella. “Con el tiempo esa arcilla va perdiendo humedad y con ello maleabilidad, capacidad de adaptarse. El cerebro se fija, la estructura principal de la escultura ya está formada y solo pueden realizarse retoques sutiles. Hasta hace no mucho tiempo se creía que tras la adolescencia esa arcilla se horneaba y permanecía fija, sujeta únicamente al desgaste derivado del paso del tiempo. Actualmente, sabemos que ese horneado no ocurre y que la experiencia va a seguir produciendo pequeños cambios en la anatomía y función cerebral hasta el momento de la muerte”, detalla.

Con el embarazo, el cerebro materno vuelve a tornarse modelable, favoreciendo la adaptación a los enormes requerimientos que depara la llegada de un bebé. Unos requerimientos que chocan en muchas ocasiones con cómo viven muchas mujeres momentos como el embarazo, el parto y, por supuesto, el posparto. “El cerebro se adapta constantemente tanto a nuestro estado interno como a nuestro entorno. Y muchas veces lo que te pide el cuerpo choca con tu situación socioeconómica, incluyendo tu situación familiar y tus condiciones laborales. Actualmente, vivimos la maternidad con una constante ambivalencia entre el privilegio y la precariedad”, sostiene Magdalena Martínez.

Según la neurocientífica, en sus estudios han hallado que el cerebro de las madres sigue cambiando a lo largo del posparto, por lo tanto, sigue siendo vulnerable durante esta época. Y también varios años después. Un estudio liderado por la investigadora, y publicado en Brain Sciences en 2021 encontró que el cerebro de una madre difiere del de una mujer sin hijos hasta los seis años de posparto. Y otros estudios con mujeres en la edad adulta (décadas después de ser madres) sugieren que el embarazo deja una huella permanente en el cerebro de las mujeres.

Cuidar mejor a las madres

Proteger el periodo de embarazo para evitar estrés y mejorar el descanso es esencial. Magdalena Martínez piensa que tradicionalmente la sociedad ha puesto el foco en el impacto negativo del embarazo y la maternidad en la capacidad cognitiva de las madres: “Hasta el punto de normalizar el término mommy brain o momnesia para referirse a mujeres embarazadas”. Además, cree que este tipo de investigaciones recuerdan la tremenda adaptación cerebral que supone el embarazo y el posparto, relativizando las pérdidas de memoria o concentración que puedan experimentar las mujeres.

“Estos trabajos han puesto el foco en las madres, grandes olvidadas, que a menudo suelen pasar a un segundo plano respecto al bebé. Tenemos que entender que una buena red de apoyo y cuidado formada por familiares, amigos y personal sanitario es fundamental para el bienestar tanto de las madres como de sus bebés”, añade. Si, además, prosigue Martínez, se comprende cómo se adaptan las madres de forma no patológica a estos cambios, “entenderemos cómo podemos sostener a las que sufren trastornos de salud mental como la depresión posparto, por ejemplo, que afecta a un 20% de las madres”.

¿Qué impacto tienen los vientres de alquiler en esa adaptación? Martínez explica que no hay estudios sobre el cerebro de esas madres gestantes porque cree que no interesa hacerlos, aunque sí considera que sería muy interesante ver qué impacto tiene en su salud mental y cerebral a corto y largo plazo la separación premeditada del bebé tras el parto. En este sentido, Susanna Carmona recuerda que los cambios hormonales e inmunes que acontecen durante el embarazo dejan una huella duradera en el cerebro materno y dicha huella puede alterar la salud mental de la madre a corto y a largo plazo.

En otras palabras, gestar conlleva una serie de adaptaciones en el cuerpo y el cerebro que parecen persistir de por vida y que pueden incidir en la salud de la madre gestante y la del bebé. “El embarazo es un proceso natural, pero eso no significa que debamos trivializar el efecto que ejerce en la fisiología de la mujer”, señala Carmona. La psiquiatra y directora del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal, Ibone Olza, sí ha señalado en diversas ocasiones las repercusiones que puede tener en la salud mental perinatal la separación de la díada madre-bebé: “Supone encadenar una serie de pérdidas para ambos, por lo que insisto en la necesidad de seguir investigando acerca de las consecuencias de esta práctica”.

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