La silla de pensar, la técnica ideada para adultos que no funciona como castigo para los niños
El rincón para reflexionar se popularizó en 1960 con el fin de evitar que los padres fueran violentos con sus hijos y buscasen un momento para salir de la situación y respirar. Pero los mayores le dieron la vuelta y lo aplicaron con los menores como castigo, pero no funciona porque estos no tienen la capacidad ni la madurez para entender lo que han hecho


La silla de pensar o el llamado “rincón de pensar” es un recurso que se ha empleado durante décadas por familias y educadores. Su uso ha disminuido notablemente en los últimos años, pero todavía es una herramienta que se emplea en algunos entornos a modo de correctivo y esto continúa generando debate y controversia en el ámbito de la crianza, la educación y el acompañamiento a la infancia.
El psicólogo estadounidense Arthur W. Staats fue quien popularizó en la década de 1960 el concepto de la silla de pensar. Staats, que dedicó toda su vida y estudio a la psicología conductista, fue profesor emérito de la Universidad de Hawái e introdujo el término de “tiempo fuera positivo” o de reforzamiento, más conocido como el recurso del rincón de pensar. Contrario a todo lo que se cree, el especialista ideó este método para ser utilizado por los propios adultos que tenían menores a su cargo, ya fueran educadores o padres, y no como una herramienta para corregir el comportamiento de los niños y las niñas, como finalmente se empleó.
Los datos de maltrato infantil en esa época habían aumentado tanto que resultaban preocupantes para este psicólogo, ya que la violencia física y verbal era un recurso habitual para educar a los menores. Staats creó una técnica basada en el tiempo fuera positivo en situaciones en las que el adulto sintiera que no podía controlar su enfado, su rabia o su ira. De este modo, en el momento en el que sintiera estas emociones, se sentaría en una silla o sillón durante unos minutos, pensando en otro modo de actuar en lugar de hacerlo a través del impulso y la violencia, como había estado haciendo. Y además, ese tiempo de reflexión le serviría para recapacitar, tomar conciencia de la situación y calmar su enfado, pudiendo rebajar su ira y su rabia antes de actuar.
Lo que Staats no sabía es que los adultos le darían la vuelta al planteamiento. Así, la puesta en práctica más extendida de este recurso ha terminado con los menores siendo quienes tienen que sentarse en la silla a recapacitar sobre sus actos y regular su enfado, en lugar de los adultos que acompañan su educación.

El error de querer aplicar este recurso con menores es creer que estos tienen la capacidad de reaccionar como lo hace un adulto: reflexionando, recapacitando y obteniendo un beneficio al emplear esta herramienta. Esto no es así, ya que el niño no tiene la madurez cerebral para actuar como lo hace el adulto, tal y como había planteado la silla de pensar Staats. Por tanto, pedir a los menores que se pongan en el rincón a pensar cuando no siguen las normas establecidas o cuando no pueden contener su rabia o su enfado, no dará los resultados ni beneficios que Staats había demostrado con el estudio de este recurso. Era una herramienta pensada y enfocada en las capacidades de un adulto con un cerebro ya desarrollado y maduro.
De hecho, exigir a un menor que se siente en una silla por no cumplir con las normas o los límites establecidos puede ser un recurso que este integre como un correctivo negativo o un castigo, ya que nada tiene que ver con una consecuencia natural a la acción llevada a cabo por el menor. El niño, además, no es capaz de reflexionar sobre lo que ha hecho de manera independiente, porque no tiene la madurez cerebral ni la capacidad para ello, necesitando del adulto para poder llevar a cabo dicha reflexión.
La silla de pensar puede generar en los menores diferentes dificultades:
- Puede provocar baja autoestima, ya que los recursos empleados como un castigo o correctivo hacen al menor sentir que no es suficiente para su entorno más cercano. Es necesario acabar con la idea de que el niño necesita sentirse mal para cambiar su comportamiento y aprender a hacerlo bien.
- El vínculo de apego entre adulto y niño puede verse resentido ante comportamientos y patrones que hacen que el menor se sienta poco amado y expuesto, es decir, necesita saber que sus adultos de referencia le quieren de manera incondicional en toda situación. Esto no significa que no sean necesarios los límites, sino que estos se pueden poner con firmeza, pero también con amabilidad y respeto.
- También los menores pueden integrar que el acto de pensar es un hecho negativo, ya que se les invita a ello como correctivo. Lejos de esta idea, reflexionar implica el enriquecimiento de uno mismo en todos los niveles y es necesario que incorporen este mensaje desde la infancia.
- Pueden sentir miedo a la soledad porque esta herramienta les invita a pensar solos, sin el acompañamiento de nadie, entendiendo que la soledad puede ser algo negativo, en lugar de enseñándoles a ver la soledad escogida como un regalo para la vida.
Como alternativa a todo ello, sí podría ser útil sentarse con el menor y preguntarle sobre lo que ha sucedido, ayudándole a sacar conclusiones con el apoyo y el acompañamiento del adulto. Pero no a modo de correctivo o sanción, sino como una herramienta de reflexión y aprendizaje, donde se sienta acompañado por sus figuras de referencia, estableciendo de este modo un vínculo de apego seguro y sano con sus padres y educadores.
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