‘Bus Stop’: la clásica excursión en autocar de tu hijo
Han vuelto las salidas al cole, y cada vez que mi peque va a una, me vienen cientos de ‘flashbacks’ porque todo sigue igual que siempre
Ahora que la incidencia vírica va bajando, ha vuelto la clásica tradición de las excursiones en autocar. Y cada vez que mi hija sea va fuera con el cole, me vienen cientos de flashbacks porque todo sigue igual que siempre.
Tenemos la clásica polémica de quién se sienta con quién. El día antes de la salida ya empiezan las negociaciones y las estrategias. Los grupos de amigos quieren ir juntos, pero después de varias salidas ya conocen quién habla mucho y no deja dormir o quién quiere la ventanilla a toda costa, y los complots para conseguir el sitio perfecto son dignos de maestros ajedrecistas.
En clase de mi hija lo han decidido rápido: te toca sentarte con quien subes de la mano. Así que más vale que te espabiles al salir del cole camino del bus.
Otro clásico eterno son los niños que se marean, o incluso los que vomitan. El colegio te curte día a día, pero los autocares son el jefe final de fase.
Tampoco podía faltar el pícnic. Algunos atareados se contentan con el del colegio, que con tanta norma sanitaria se reduce a dos bollos, una botella de agua y un zumo. Algo que los críos ya no se comen en las fiestas de cumpleaños y que después de varias horas en la mochila aún apetece menos.
Por eso, muchos preparamos el típico tupper clásico: arroz hervido con jamoncito sublime o surimi, con algo de aceite y pechuga rebozada de segundo. Esos tuppers hermanan a varias generaciones. (Aunque también se ha visto alumnos más actualizados que llevan sushi).
Otro tópico es el momento de ganar juntos a nivel paternal: quedarse delante del autobús para despedirlos hasta que se vayan. La mayoría tiene un horario laboral, así que siempre nos quedamos los autónomos y los parados. Yo saludo con entusiasmo de tertuliano de Telecinco, porque ya que toca esperarse media hora de pie (porque pueden salir en cualquier momento y sería tonto perderte la salida porque has ido a hacer un café), al menos que se note que estás.
Eso sí, con los cristales del autobús tintados no se ve nada, así que puedes estar saludando 10 minutos a niños que no son los tuyos. Entre los padres, nos vamos avisando de la presunta ubicación de nuestros hijos en cada asiento, para poder hacer eso tan carcelario de golpear los cristales.
Y el clásico cierre: nunca se sabe a qué hora volverá el bus, con lo que la horquilla de recogida puede aumentar media hora si hay tráfico y aún nos tocará esperar más de pie a la intemperie.
Al final, el resumen de la excursión será un pongo para casa (alguna manualidad relacionada con la salida), la ropa de los críos muy sucia para anuncio de detergente y un constipado para nosotros por el frío que habremos pillado esperando al bus.
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