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Niñas y maquillaje: dónde poner límites

En plena temporada de fotos y celebraciones, cada vez más menores quieren arreglarse y pintarse. Ante esta petición, hay que discernir entre si es un juego o el primer paso de una presión estética que cada vez llega antes

Niñas y maquillaje: dónde poner límites

Llega la Navidad y, de repente, a muchas niñas les entra una prisa nueva por “ponerse guapas” para las cenas, los selfis y los encuentros familiares. Les piden a sus madres que las dejen maquillarse, se apropian del neceser, como quien se cuela en la cocina a por turrón, y lo que durante el año pasa desapercibido, en estas fechas se vuelve ritual: brillo en los labios, rímel a escondidas, colorete. A veces es un juego inocente, la típica imitación de los adultos. Otras, empieza a parecer otra cosa: una necesidad, una forma de sentirse válida en el espejo y, sobre todo, en la pantalla, advierte la psicóloga infantil María Luisa Ferrerós, especializada en neuropsicología.

Porque al abrir Instagram o TikTok ese capricho se mezcla con otra imagen: una ristra de menores maquilladas para posar, con gesto ensayado y códigos de mayores, como si las fiestas fueran una alfombra roja con turrones y villancicos de fondo. ¿Dónde está la frontera entre el brillo puntual de fiesta y el maquillaje para “estar más guapa”? ¿Qué hacer cuando tu hija pequeña te pide maquillarse para una cena o una comida familiar? ¿Se deben marcar límites?

Para Ferrerós, el salto en las redes en los últimos años ha provocado que los cosméticos dejen de ser un juego puntual de imitación y pasen a funcionar como marca de identidad y de estatus: “Lo que antes era curiosidad, ahora se convierte en una exigencia ligada al cuerpo, a la ropa, al peinado y a dar buena imagen, hasta el punto de que ya no tiene nada de juego”, sostiene. Según remarca la psicóloga, las familias deben trabajar la parte interna, porque “damos demasiada importancia al físico, a lo exterior, a ofrecer una buena imagen, tener que pintarse para estar increíble”.

María José Gómez y Verdú, experta en protocolo y etiqueta y licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad Miguel Hernández de Alicante, considera que la estética adulta ha colonizado la infancia y que eso genera expectativas irreales. “Lo que antes era espontaneidad, trenzas torcidas, rodillas manchadas y sonrisas francas, hoy parece insuficiente frente a la imagen pulida que se consume en pantallas”, añade. La experta, además, observa una presión notable en las familias por presentar a las niñas impecables: “Como si cada aparición pública fuera un escaparate”. También alerta de lo que se erosiona por el camino: “Naturalidad, comodidad y la idea de que la infancia no está para ser exhibida, sino para ser vivida”. A su juicio, cuando se impone la perfección, se sustituye el foco en la educación del carácter, un desplazamiento que considera un riesgo social.

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Ferrerós cuenta que lo ve a diario en su consulta: “Chicas entre los 13 y los 20 años que llegan muy tocadas porque no se sienten guapas ni suficientes al compararse con lo que ven en TikTok, YouTube o en tutoriales". “Aunque se les explique que muchos de esos rostros están retocados y son irreales, ellas quieren parecerse a ese ideal y acaban creyendo que, si no lo alcanzan, nadie les va a hacer caso”. El resultado, asegura, es una autoestima por los suelos en una etapa en la que todavía se está formando el criterio. Por eso insiste en no banalizarlo: “La señal de alarma aparece cuando se vuelve rutina. Cuando una niña siente que no puede salir si no va maquillada, cuando necesita horas para elegir la ropa o cuando vive pendiente de cómo la van a mirar”. “La infancia no debería girar en torno a agradar por el físico”, remarca.

Eva M. Martínez, madre barcelonesa de dos hijas de 6 y 15 años, admite que se ha encontrado más de una vez a la pequeña “pintada” camino del colegio y le ha marcado el límite: al cole, no. Aun así, le ha sorprendido lo bien que se hace la raya del ojo y le quita dramatismo: “En casa, el maquillaje no es tema de guerra”, asegura. En Navidad les compra kits, la mayor se pone “un poco de labios y rímel” y a la pequeña la deja jugar porque no lo considera un problema. Para Carolina S., madre madrileña con tres hijas de 12, 14 y 15 años, el maquillaje es, sobre todo, un juego gestionado con “sentido común” y sin conflictos. Eso sí, cuando se pasan, lanza una frase contundente: “Os sacáis esa porquería o no vais a salir de casa?. Andrés G. vive en Pozuelo y es un padre divorciado de una preadolescente, una hija que, según dice, “se ha pintado siempre”. Aunque ha intentado poner el foco en mantener límites claros: “Muy maquillada no la dejo salir nunca”. Ahora, con 15 años, le permite un poco, pero pone una línea roja, literal: “Un pintalabios rojo, jamás, me parece que está fuera de lugar”.

“A menudo los adultos no calibran el impacto que puede tener todo esto en una mente todavía frágil de una menor”, incide Ferrerós. Y sitúa la frontera en un punto muy concreto: “A partir de los 12 o 13 años. Antes me parece una locura”. Aunque insiste en evitar los extremos. “No hay que tener todo prohibido, porque es igual de malo que tener todo permitido. La polarización suelen tener resultados negativos, hay que aprender a estar en medio”. Por su parte, Gómez y Verdú apuesta por ofrecer alternativas lúdicas como pegatinas, purpurina infantil o accesorios divertidos. Para ella, proteger la infancia no es prohibir, es acompañar: “Los límites deben comunicarse con calma, sin escarnio ni comparaciones con otras niñas; educar significa sostener convicciones".

La experta en protocolo recuerda que lo adecuado es todo aquello que no transforma ni disfraza la identidad y que la niña identifica como parte del juego. Habla de brillos suaves, coloretes fantasía para una función o algo de purpurina en una fiesta temática. En cambio, considera excesivo todo maquillaje cuyo propósito sea embellecer: “Por ejemplo, las técnicas dirigidas a corregir rasgos o sexualizar la imagen: bases, perfilado, resaltado de labios, pestañas postizas o contornos”. “Este tipo de recursos pertenecen al mundo adulto y son inadecuados porque alteran la presentación social infantil”, añade Gómez y Verdú. Y, por encima de todo, defiende que la imagen pública debería servir para proteger, no para exhibir: evitar poses o estilismos que empujen a las niñas a un rol adulto, publicar con sobriedad y educar la privacidad desde el hogar.

“Si las niñas ven en casa, que la estética ocupa el centro, si la madre se pasa horas maquillándose antes de salir, va siempre a la última y convierte cada novedad cosmética en una compra imprescindible, lo más probable es que la hija quiera imitar ese modelo. No por capricho, sino porque es lo que aprende como normal”, añade Ferrerós. “Cuando mostramos a una menor maquillada se envía la señal de que aspiramos a que deje de ser pequeña cuanto antes”, añade Gómez y Verdú, “esto es un error educativo grave”.

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Sobre la firma

Mayte Ametlla
Periodista y colaboradora de la sección Mamás y Papás en EL PAÍS. Se ha formado en Comunicación Audiovisual y ha desarrollado su trayectoria como directora de programas de radio y televisión en algunos de los principales medios de comunicación del país. Es autora de 'Las otras. Hablan las amantes' (Ed. Martínez Roca, 2003).
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