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Por qué es importante potenciar las habilidades sociales en los niños

Para poder relacionarnos de un modo eficaz, hay que desarrollar conductas que permitan una interacción satisfactoria con los demás, y los primeros años de vida son esenciales para conseguirlo

Dos niñas se ríen en la cama.
Dos niñas se ríen en la cama.PEXELS

Son las cuatro de la tarde. Los padres agolpados en la puerta de la escuela esperan pacientemente a que los más pequeños del centro, aquellos que cursan alguna etapa de Educación Infantil, salgan. Pasados unos minutos, la puerta de cristal de una de las aulas del colegio se abre y el maestro anima a un grupo de cuatro años a que, agarrados de la mano y sin soltarse del compañero, se dirijan a la salida del recinto. Algunos de ellos, juguetones, se resisten a obedecer las órdenes del profesor. Quieren salir corriendo, saltando entre los setos del jardín, hacia donde se encuentra sus padres. Su “profe” insiste en que deben ir sujetos de la mano. Aun así, se revuelven y, con un “no” nítido, ponen en jaque la autoridad de su tutor. Esta situación hace que la salida del grupo se demore, hasta que no comprendan que las normas son las mismas para todos; nadie puede esquivarlas. Algunos, más conscientes, pese a su corta edad, y para mitigar la situación intentan sujetar con la mano a sus compañeros para hacerles comprender que deben respetar y obedecer. El docente, con su actitud, trabaja para que desarrollen una serie de conductas sociales que les ayude a relacionarse adecuadamente con el resto de sus compañeros; es decir, que incorporen habilidades sociales.

El desarrollo de habilidades sociales durante la época infantil y juvenil es esencial para que la persona modele su conducta mediante la educación y las experiencias diarias. Pedro Javier Rodríguez Hernández, miembro de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría (SPI-AEP), considera que “las habilidades sociales son un grupo de estrategias y capacidades donde interviene la conducta y la modulación emocional que ayuda a desenvolverse y resolver situaciones sociales”. Este miembro de la SPI-AEP apunta que “el ser humano, como animal social, se desenvuelve en un contexto social necesario para su desarrollo y, más concretamente, para su éxito social, uno de los factores más importantes para alcanzar la felicidad”. De hecho, este experto afirma que “el mayor estudio que se ha hecho hasta el momento para identificar cuáles son los factores de felicidad en el ser humano coloca el éxito en la sociabilización en la primera posición, por delante incluso de la salud”.

Para poder relacionarnos de un modo eficaz, satisfactorio y competente con las personas que nos rodean hay que desarrollar conductas que nos permitan esa relación satisfactoria con los demás, y los primeros años de vida son esenciales para conseguirlo. Mar Faya Barrios, jefa de la Sección de Psiquiatría del madrileño Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, considera que, durante la infancia, “padres, familiares y educadores les ayudarán a interiorizar y tener conciencia de sus actos y saber que éstos tienen consecuencias. Comenzarán a ponerse en el lugar del otro y no pensarán sólo en ellos mismos. Aprenderán a tolerar los primeros NO, porque éstos les ayudarán a crecer con límites y a tolerar poco a poco las frustraciones”.

La adquisición de las habilidades sociales se inicia prácticamente desde que somos bebés y se van fortaleciendo a medida que vamos creciendo. El miembro de SPI-AEP dice que “con la adquisición de este tipo de habilidades comprendemos, modulamos y expresamos todo tipo de sentimientos en los momentos adecuados. Los niños los tienen desde muy pequeñitos, pero, a medida que van creciendo, están condicionados por el propio temperamento o personalidad del niño y, también, por el entorno”.

En los primeros años de una persona, el doctor José Luis Pedreira Masa, psiquiatra del Hospital La Luz de Madrid, sostiene que una de las primeras conductas que se deben aprender es “saber en cada momento cuál es la manera de responder ante los avisos que le hacen las personas: como no hagas eso, ven, etcétera. Estas respuestas están relacionadas en parte con la obediencia, pero también con la capacidad de interaccionar de manera positiva con los pares, con los que son iguales, pero también con la capacidad de respeto. Es decir, por una parte, se tiene el respeto y, por otra, se desarrolla la capacidad de comunicación y la capacidad de interacción positiva que refuerza el que se hagan las cosas bien”.

La adquisición de habilidades sociales se puede evaluar. Según la jefa de la Sección de Psiquiatría del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, “a través de la observación conductual de las familias (sus competencias en las interacciones y el reconocimiento de claves sociales); y también mediante los informes que reporten profesores, amigos y compañeros y los profesionales a través de la entrevista clínica estructurada, test psicométricos y la evaluación conductual (EC). En caso de no haberlas implementado adecuadamente, la disciplina positiva y la educación emocional nos pueden proporcionar herramientas para potenciar los recursos personales facilitándoles las destrezas sociales para modificar su conducta y desarrollar competencias emocionales, entre las que se incluirán aspectos como regulación emocional, autogestión, inteligencia emocional (intrapersonal e interpersonal) y habilidades para la consecución de mayor bienestar”. Y para lograrlo, la familia y la escuela adquieren un papel fundamental. Porque, según asegura Mar Faya Barreiros, “ningún ser humano cambia si no es a través de otro y, en esta época en que la tecnología invade las relaciones sociales y las cambia, los valores que transmiten los padres competentes a través de un vínculo seguro permanecen”. Por eso, continúa esta psiquiatra, “es fundamental sensibilizar a maestros y profesores de la importancia del desarrollo social en la escuela, facilitar las relaciones sociales en el contexto del aula y el recreo, evitar el acoso y estimular la educación emocional”.

Porque, como dice el representante de la SPI-AEP, si un niño no implementa habilidades sociales puede suceder, entre otras cosas, que desarrolle comportamientos agresivos o violentos, “favorecidos por la baja autoestima, la insensibilidad a los resultados de sus acciones y la escasa tolerancia a la frustración”. Este tipo de niños poseen dificultad para empatizar, ponerse en el lugar del otro, “pues presentan dificultades en las capacidades de escucha, porque cuando escuchas puedes interiorizar los pensamientos de los demás; problemas para comunicar sentimientos y emociones; modular su expresión emocional según el entorno, algo fundamente, porque hay entornos en los que puedes expresar emociones de una determinada manera y otros en los que tienes que aprender no a reprimir pero sí a utilizar de manera inteligente la expresión emocional para que no sea negativo para la propia persona”, agrega Pedro Javier Rodríguez Hernández. La capacidad de disculpa es importante también, asegura este experto en psiquiatría “para poder reflexionar sobre lo que ha pasado y responder de manera alternativa para establecer la disculpa”.

Implementar habilidades sociales permite a niños y adolescentes a relacionarse con los demás de una manera positiva y les ayuda a evitar la agresividad y las conductas violentas. Porque, como explican los expertos, cada conducta tiene una función y finalidad específica y las conductas agresivas también son una forma de comunicar. Esto se debe, en ocasiones, según Mar Fayas Barrios, “a que los niños y adolescentes no han aprendido formas de comunicar sus necesidades y la forma de hacerlo es a través de conductas problemáticas y no adaptativas. Aquí interviene la vulnerabilidad genética, la neurobiología, el vínculo establecido con sus cuidadores de referencia y la relación de éste con la regulación emocional, todo ello asociado al ambiente y en interacción con éste. Cuando un niño o adolescente presenta esta conducta (aquí no nos referimos a los Trastornos de Conducta) puede ser bien por dificultades perceptivas en el reconocimiento de emociones o bien porque no ha adquirido o ha perdido las habilidades sociocognitivas, tanto las simples como las complejas -empatía, inteligencia emocional, asertividad...-, necesarias para tener una actividad social competente”.Son las cuatro de la tarde. Los padres agolpados en la puerta de la escuela esperan pacientemente a que los más pequeños del centro, aquellos que cursan alguna etapa de Educación Infantil, salgan. Pasados unos minutos, la puerta de cristal de una de las aulas del colegio se abre y el maestro anima a un grupo de cuatro años a que, agarrados de la mano y sin soltarse del compañero, se dirijan a la salida del recinto. Algunos de ellos, juguetones, se resisten a obedecer las órdenes del profesor. Quieren salir corriendo, saltando entre los setos del jardín, hacia donde se encuentra sus padres. Su “profe” insiste en que deben ir sujetos de la mano. Aun así, se revuelven y, con un “no” nítido, ponen en jaque la autoridad de su tutor. Esta situación hace que la salida del grupo se demore, hasta que no comprendan que las normas son las mismas para todos; nadie puede esquivarlas. Algunos, más conscientes, pese a su corta edad, y para mitigar la situación intentan sujetar con la mano a sus compañeros para hacerles comprender que deben respetar y obedecer. El docente, con su actitud, trabaja para que desarrollen una serie de conductas sociales que les ayude a relacionarse adecuadamente con el resto de sus compañeros; es decir, que incorporen habilidades sociales.

El desarrollo de habilidades sociales durante la época infantil y juvenil es esencial para que la persona modele su conducta mediante la educación y las experiencias diarias. Pedro Javier Rodríguez Hernández, miembro de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría (SPI-AEP), considera que “las habilidades sociales son un grupo de estrategias y capacidades donde interviene la conducta y la modulación emocional que ayuda a desenvolverse y resolver situaciones sociales”. Este miembro de la SPI-AEP apunta que “el ser humano, como animal social, se desenvuelve en un contexto social necesario para su desarrollo y, más concretamente, para su éxito social, uno de los factores más importantes para alcanzar la felicidad”. De hecho, este experto afirma que “el mayor estudio que se ha hecho hasta el momento para identificar cuáles son los factores de felicidad en el ser humano coloca el éxito en la sociabilización en la primera posición, por delante incluso de la salud”.

Para poder relacionarnos de un modo eficaz, satisfactorio y competente con las personas que nos rodean hay que desarrollar conductas que nos permitan esa relación satisfactoria con los demás, y los primeros años de vida son esenciales para conseguirlo. Mar Faya Barrios, jefa de la Sección de Psiquiatría del madrileño Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, considera que, durante la infancia, “padres, familiares y educadores les ayudarán a interiorizar y tener conciencia de sus actos y saber que éstos tienen consecuencias. Comenzarán a ponerse en el lugar del otro y no pensarán sólo en ellos mismos. Aprenderán a tolerar los primeros NO, porque éstos les ayudarán a crecer con límites y a tolerar poco a poco las frustraciones”.

La adquisición de las habilidades sociales se inicia prácticamente desde que somos bebés y se van fortaleciendo a medida que vamos creciendo. El miembro de SPI-AEP dice que “con la adquisición de este tipo de habilidades comprendemos, modulamos y expresamos todo tipo de sentimientos en los momentos adecuados. Los niños los tienen desde muy pequeñitos, pero, a medida que van creciendo, están condicionados por el propio temperamento o personalidad del niño y, también, por el entorno”.

En los primeros años de una persona, el doctor José Luis Pedreira Masa, psiquiatra del Hospital La Luz de Madrid, sostiene que una de las primeras conductas que se deben aprender es “saber en cada momento cuál es la manera de responder ante los avisos que le hacen las personas: como no hagas eso, ven, etcétera. Estas respuestas están relacionadas en parte con la obediencia, pero también con la capacidad de interaccionar de manera positiva con los pares, con los que son iguales, pero también con la capacidad de respeto. Es decir, por una parte, se tiene el respeto y, por otra, se desarrolla la capacidad de comunicación y la capacidad de interacción positiva que refuerza el que se hagan las cosas bien”.

La adquisición de habilidades sociales se puede evaluar. Según la jefa de la Sección de Psiquiatría del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, “a través de la observación conductual de las familias (sus competencias en las interacciones y el reconocimiento de claves sociales); y también mediante los informes que reporten profesores, amigos y compañeros y los profesionales a través de la entrevista clínica estructurada, test psicométricos y la evaluación conductual (EC). En caso de no haberlas implementado adecuadamente, la disciplina positiva y la educación emocional nos pueden proporcionar herramientas para potenciar los recursos personales facilitándoles las destrezas sociales para modificar su conducta y desarrollar competencias emocionales, entre las que se incluirán aspectos como regulación emocional, autogestión, inteligencia emocional (intrapersonal e interpersonal) y habilidades para la consecución de mayor bienestar”. Y para lograrlo, la familia y la escuela adquieren un papel fundamental. Porque, según asegura Mar Faya Barreiros, “ningún ser humano cambia si no es a través de otro y, en esta época en que la tecnología invade las relaciones sociales y las cambia, los valores que transmiten los padres competentes a través de un vínculo seguro permanecen”. Por eso, continúa esta psiquiatra, “es fundamental sensibilizar a maestros y profesores de la importancia del desarrollo social en la escuela, facilitar las relaciones sociales en el contexto del aula y el recreo, evitar el acoso y estimular la educación emocional”.

Porque, como dice el representante de la SPI-AEP, si un niño no implementa habilidades sociales puede suceder, entre otras cosas, que desarrolle comportamientos agresivos o violentos, “favorecidos por la baja autoestima, la insensibilidad a los resultados de sus acciones y la escasa tolerancia a la frustración”. Este tipo de niños poseen dificultad para empatizar, ponerse en el lugar del otro, “pues presentan dificultades en las capacidades de escucha, porque cuando escuchas puedes interiorizar los pensamientos de los demás; problemas para comunicar sentimientos y emociones; modular su expresión emocional según el entorno, algo fundamente, porque hay entornos en los que puedes expresar emociones de una determinada manera y otros en los que tienes que aprender no a reprimir pero sí a utilizar de manera inteligente la expresión emocional para que no sea negativo para la propia persona”, agrega Pedro Javier Rodríguez Hernández. La capacidad de disculpa es importante también, asegura este experto en psiquiatría “para poder reflexionar sobre lo que ha pasado y responder de manera alternativa para establecer la disculpa”.

Implementar habilidades sociales permite a niños y adolescentes a relacionarse con los demás de una manera positiva y les ayuda a evitar la agresividad y las conductas violentas. Porque, como explican los expertos, cada conducta tiene una función y finalidad específica y las conductas agresivas también son una forma de comunicar. Esto se debe, en ocasiones, según Mar Fayas Barrios, “a que los niños y adolescentes no han aprendido formas de comunicar sus necesidades y la forma de hacerlo es a través de conductas problemáticas y no adaptativas. Aquí interviene la vulnerabilidad genética, la neurobiología, el vínculo establecido con sus cuidadores de referencia y la relación de éste con la regulación emocional, todo ello asociado al ambiente y en interacción con éste. Cuando un niño o adolescente presenta esta conducta (aquí no nos referimos a los Trastornos de Conducta) puede ser bien por dificultades perceptivas en el reconocimiento de emociones o bien porque no ha adquirido o ha perdido las habilidades sociocognitivas, tanto las simples como las complejas -empatía, inteligencia emocional, asertividad...-, necesarias para tener una actividad social competente”.

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