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Culto al líder en Milwaukee: el Partido Republicano es ya el partido de Trump

El candidato ofrecerá este jueves el discurso estrella de la convención, en la que acaba un viaje que comenzó con el repudio de los suyos tras el asalto al Capitolio

Donald Trump llega a la convención republicana Milwaukee (Wisconsin), el 16 de julio.
Donald Trump llega a la convención republicana Milwaukee (Wisconsin), el 16 de julio.Robert Gauthier (Getty Images)
Iker Seisdedos

El 13 de febrero de 2021 la historia de Estados Unidos estuvo a punto de cambiar. Como en uno de esos cómics de la serie de Marvel What If? (¿Y si?), que aventuraban líneas temporales alternativas para sus superhéroes, es tentador imaginar qué país sería hoy este si aquel día tan solo 10 senadores republicanos más hubieran votado a favor en el segundo juicio político (impeachment) contra Donald Trump. Muchos habían criticado abiertamente al aún presidente por su papel en el asalto al Capitolio del 6 de enero anterior, pero aquel día no se atrevieron a firmar lo que habría sido una sentencia de muerte política.

También es tentador pensar cómo sería hoy del Partido Republicano si hace tres años y medio hubieran pasado la página de Trump. Estos días, la formación se reúne en Milwaukee en su convención nacional con un doble objetivo: cerrar la papeleta para las elecciones de noviembre, que completa el candidato a vicepresidente, J.D. Vance, y rendir culto al líder, convertido en un mártir y en un personaje mítico, casi inmortal, tras sobrevivir el sábado pasado a un intento de atentado en directo en un mitin en Pensilvania.

Aclamado como aspirante a la Casa Blanca por unanimidad el lunes por los cerca de 2.500 delegados presentes en Milwaukee, Trump ofrecerá este jueves por la noche su gran discurso, del que poco se sabe más allá de la sospecha de que tratará de dar una cierta imagen de moderación. Después de todo, ya no se trata de convencer a los suyos, sino al resto de los que podrían votarle. Esa intervención será el punto culminante de una reunión triunfal de cuatro días que están transcurriendo sin el disenso con el que, como recién llegado, fue recibido en la convención de 2016, ni la ansiedad de la pandemia que ensombreció la de 2020.

Por lo demás, todo está pensado esta vez para rendir pleitesía al gran líder en el estadio de baloncesto en el que se celebra la convención. Hay fotos de él por todas partes a tamaño (sobre)natural, y las tiendas y puestos callejeros rebosan con un merchandising que lo glorifica hasta en su condición de delincuente convicto. Están el Vestíbulo Trump y el Salón 47, que hace referencia al número que le corresponderá como presidente de Estados Unidos si gana en noviembre.

Los delegados solo tienen cosas buenas que decir de él, y las alabanzas corren sin freno sobre la tribuna de los oradores. En el estrado no se espera, como sería lógico en una reunión así, a ninguna de las figuras tutelares del pasado del partido, como, por ejemplo, el expresidente George W. Bush. Las voces discordantes solo se admiten si, como la de Nikki Haley, su más seria contrincante en las primarias, traen un discurso de arrepentimiento por haberse enfrentado en el pasado a Trump.

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Delegadas republicanas hablan con el candidato Trump, el 16 de julio.JUSTIN LANE (EFE)
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Basta echar un vistazo al palco en el que se sienta el candidato ―con una venda en la oreja que, aunque cueste creerlo, se ha convertido en un accesorio para algunos de los asistentes― para ver hasta qué punto Trump ha moldeado en estos años el partido a su capricho. Allí se ha visto al locutor de Fox News Tucker Carlson y a algunos de los congresistas más extremos del Capitolio, como Matt Gaetz y Marjorie Taylor Greene, ambos al final de su viaje de los márgenes al centro del poder, así como al presidente de la Cámara de Representantes, el ultracatólico Mike Johnson. Es la tercera autoridad del país y el martes pintó en su intervención un futuro para Estados Unidos peligrosamente parecido al de una teocracia.

Kevin McCarthy ―republicano de la vieja guardia que precedió a Johnson en el puesto de speaker hasta que una rebelión liderada por Gaetz se cobró su cabeza― se asombró el martes en un encuentro con periodistas extranjeros del camino recorrido por Trump desde el asalto al Capitolio (tras el que McCarthy también lo criticó sin reservas), así como de la fortaleza con la que llega este momento, cuando faltan menos de cuatro meses para la cita con las urnas; casi todas las encuestas lo dan como vencedor en las elecciones que lo enfrentarán en noviembre a la peor versión posible de Joe Biden, cuyas aptitudes físicas y mentales están en entredicho desde su desastroso desempeño en el debate que enfrentó a ambos en Atlanta. “Me sorprende incluso lo mucho que ha cambiado su talante desde el intento de asesinato; [el expresidente] es otra persona”, añadió McCarthy.

El atentado, en cuya investigación aún quedan muchos cabos sueltos, es el anteúltimo capítulo de la asombrosa historia de la caída y el ascenso de Trump, que comienza con su protagonista en sus horas más bajas: surcando el 20 de enero, día de la toma de posesión de Biden, casi a hurtadillas, los cielos de Washington a bordo del helicóptero presidencial rumbo a un exilio dorado: Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida).

La mansión ha sido el escenario de los peores momentos de Trump. Entre ellos, el registro del FBI en busca de los papeles confidenciales que se llevó sin permiso de la Casa Blanca y que están en el origen de uno de los cuatro juicios que este lunes, justo a tiempo para la fiesta de Milwaukee, desestimó la jueza, nombrada por el expresidente. Por Palm Beach también han ido pasando casi todos los que en algún momento le dieron la espalda a “besar el anillo”, expresión usada por Haley cuando dijo que no pasaría por eso... hasta que acabó haciéndolo.

Mar-a-Lago fue el lugar en el que el magnate lanzó su candidatura a la Casa Blanca en noviembre de 2022. Lo hizo tan pronto para tapar los malos resultados republicanos en las elecciones de medio mandato. En aquel momento, aparentemente aislado y reducido a su imagen más airada y resentida, el magnate parecía condenado a la irrelevancia, y que una nueva cara, la del gobernador de Florida Ron DeSantis (otro que el martes se tragó el sapo de hablar en la convención de su rival) sería capaz de desalojarlo. Solo fue un espejismo.

El anuncio en marzo de 2023 de que un gran jurado de Nueva York iba a juzgar a Trump por un viejo asunto ―el pago a la actriz porno Stormy Daniels para que callara sobre una relación sexual entre ambos― inició el viacrucis de cuentas penales pendientes del expresidente: después llegaron las imputaciones en Florida, por los papeles de Mar-a-Lago; Washington, por sus intentos de revertir los resultados legítimos de las elecciones de 2020; y Atlanta, por sus amagos de pucherazo en aquellos meses en el Estado de Georgia.

De esta última investigación salió la foto de su ficha policial, la primera de un presidente en la historia de Estados Unidos. Rápidamente, se convirtió en un icono. En el juicio de Nueva York acabó condenado por 34 delitos graves. Su sentencia tendría que haberse conocido el viernes pasado, pero un salvavidas lanzado por el Tribunal Supremo (tres de cuyos nueve jueces designó Trump) la retrasó. Seis magistrados votaron a favor de ampliar la inmunidad de sus actos como presidente, y eso también alejó la posibilidad de la celebración del resto de los juicios antes de las elecciones, a las que los estadounidenses acudirán sin saber si uno de los candidatos será o no condenado a prisión.

“La desestimación del caso de los papeles de Mar-a-Lago prueba de nuevo que todo se debe a una caza de brujas”, explicó este miércoles en Milwaukee Kevin Cabrera, que trabajó como jefe de la campaña de Trump en Florida en 2020. “Ninguno de los juicios se refieren a asuntos políticos, que tuvieran que ver con su desempeño como presidente, y forman parte de la estrategia que trata de derribarlo desde el mismo día en el que bajó por la escalera mecánica”.

Cabrera se refiere al teatral anuncio de su primera candidatura presidencial en 2015, cuando la estrella de la telerrealidad descendió ante las cámaras sobre el fondo dorado de la Trump Tower, en Manhattan, para anunciar su intención de ser el próximo presidente. Nadie se lo tomó entonces demasiado en serio.

Sobre esas escaleras comenzó una de las historias políticas más asombrosas de nuestro tiempo, una historia llena de momentos en los que sus rivales dieron por acabado a su protagonista demasiadas veces y demasiado pronto. El de este jueves será su primer discurso como candidato y como superviviente de un atentado. Y quién sabe si también será el arranque del capítulo de su historia que llevará de regreso a Trump a la Casa Blanca.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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