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El Papa ensalza la paz en el mosaico de religiones de Líbano: “El miedo y los prejuicios no tienen la última palabra”

León XIV se reúne con líderes de todas las confesiones para reivindicar la convivencia y celebra un encuentro con 15.000 jóvenes

papa León XIV
Íñigo Domínguez

Con la llegada de León XIV a Líbano, donde aterrizó el domingo en su primer viaje y permanecerá hasta este martes, se repite una frase que dijo Juan Pablo II en su visita de 1997: “Líbano es algo más que un país, es un mensaje”. Un mensaje, dijo, de “libertad y un ejemplo de pluralismo para Oriente y Occidente”. Se refería a la convivencia de musulmanes y la mayor comunidad de cristianos de la región (un 32% de la población), a su vez divididos ambos en grupos no siempre bien avenidos, que lo convierte en un país único en Oriente Próximo. Su tolerancia se traduce, más allá de lo espiritual, en que también es capital del tecno de Oriente Próximo y del turismo LGTBIQ+ del mundo árabe.

El Papa ha querido destacar esa riqueza religiosa y cultural, pensando en todas las sociedades polarizadas en el mundo por cuestiones de raza, religión e ideología. Porque si en Líbano, con toda su complejidad, han sido capaces de convivir en paz, viene a sugerir León XIV, en cualquier lugar es posible: “En una época en la que la coexistencia puede parecer un sueño lejano, el pueblo libanés, aun abrazando diferentes religiones, se erige como un poderoso recordatorio de que el miedo, la desconfianza y los prejuicios no tienen la última palabra, y que la unidad, la reconciliación y la paz son posibles”, ha dicho este lunes en un encuentro con representantes de las religiones del país. Se ha celebrado en la plaza de los Mártires, en Beirut, cuyo nombre se debe a que allí fueron ahorcados algunos líderes de la sublevación contra los turcos en la I Guerra Mundial.

No es una imagen muy común ver juntos a clérigos de las iglesias maronita, armenia, de los chiíes, de la comunidad drusa, alauita, de los protestantes. Han sonado coros católicos, letanías ortodoxas y el canto del Corán. Se les ha escuchado estar de acuerdo en todo, defender la fe de los demás y la convivencia. Naturalmente, también se ha oído alguna frase más política e incisiva. Como el jeque Ali El-Khatib, vicepresidente del Consejo Islámico Chií Superior, que confió en que el Papa “con todas sus capacidades a nivel internacional” pueda ayudar a Líbano a “liberarse de las crisis acumuladas, la primera, la agresión israelí”. Y no dejó de decir que está convencido de la necesidad de la existencia del Estado. “Pero en su ausencia, nos hemos visto obligados a defendernos nosotros mismos, resistiendo al ocupante que ha invadido nuestra tierra, y desde luego no somos amantes de las armas, ni del sacrificio de nuestros hijos”, añadió. También el patriarca de Antioquía, jefe supremo de la Iglesia Siro-Ortodoxa, Mar Ignazio Efraim II, habló del “feroz enemigo israelí”.

50 años de la guerra civil

Líbano será un mensaje, pero a veces es muy difícil de mantener en pie, como muchos de sus ruinosos edificios y fachadas aún plagadas de impactos de proyectiles. Ahora se cumplen 50 años del fin de una guerra civil, entre 1975 y 1990, que causó 150.000 muertos, con invasiones de Israel y Siria, seguidas de años de inestabilidad y asesinatos políticos, y unos últimos años también muy duros.

Por eso si hay una palabra que repiten los libaneses cuando se les pregunta qué esperan de la visita del Papa es “esperanza”. “Es realmente una visita de esperanza. Es una visita de paz. La gente de Líbano, no solo los cristianos, supongo que toda la población, confía en esto. Estoy deseando ver el impacto que tiene”, explica Mareille Boutros, cristiana y responsable en Líbano de la asociación Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). “Vivimos con un problema sobre otro problema, estos cinco años de dificultades han dejado a la población cansada, siempre con estrés, y no quiero que se pierda la esperanza. Los jóvenes aman enormemente el país, pero muchos se van”, lamenta.

Está carísimo todo (un café, cinco dólares), la gente está cansada de políticos corruptos y de desgracias. El último torbellino social comenzó con la crisis económica de 2019, con una devaluación brutal de la moneda y la pérdida de acceso a capitales. Luego llegó la pandemia de la covid y después, la pavorosa explosión de un cargamento químico en el puerto de Beirut, la mayor no nuclear registrada nunca, que causó 200 muertos, 7.000 heridos y devastó 300.000 viviendas. Además, Hezbolá entró en guerra con Israel tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, y pese a que hace un año se pactó un alto el fuego, el ejército israelí sigue bombardeando el sur del país exigiendo el desarme de la milicia proiraní.

En alguno de esos momentos, o en todos ellos, hubo miles de familias que perdieron todo, desde la casa a los ahorros. El resultado es que este país no solo es un mosaico de religiones, también de desigualdades. Entre edificios en ruinas pasan Ferraris y doblando una calle cochambrosa aparece una tienda Bang & Olufsen. Se van miles de personas cada año. La diáspora libanesa se calcula en 15,4 millones de personas, dispersas por todo el mundo, que son muchas más de las que viven en el propio país, unos seis millones. La sensación en Beirut es que el mundo se ha olvidado de ellos hace tiempo.

Entusiasmo por la visita

Por todo ello, la llegada de León XIV ha desatado el entusiasmo, no solo por su dimensión religiosa, sino por el hecho de que alguien importante, famoso, haya venido, les haya elegido, como hubiera ocurrido si fueran los Rolling Stones. En los rostros de la gente que se agolpa en las calles a ver pasar al Papa se ve la emoción de que por fin pase algo bueno, distinto, para variar, y que al menos haya tres días de tranquilidad asegurada, hasta que se vaya este martes. La diferencia con su escala anterior en Estambul es patente: en un ambiente frío, allí era un señor de blanco ignorado por la gente, por el que inexplicablemente se cortaban las calles. Pero en Beirut la ciudad está llena de carteles del Papa y el Gobierno ha declarado dos días de fiesta.

Obviamente, los cristianos son la comunidad más eufórica, especialmente la mayoría maronita, porque hay otras nueve: armenios, caldeos, coptos, greco-melquitas, siriacos, latinos… Líbano también es un trozo de Tierra Santa, pues según cuenta San Marcos, en sus andanzas Jesús también estuvo en Tiro y Sidón, donde ya se mezclaban las culturas: curó a la hija de una mujer griega sirofenicia.

El Papa visitó por la mañana la tumba de San Charbel, monje del siglo XIX muy venerado en el país, en un monasterio de las montañas; luego acudió al santuario de Harissa, con una escultura gigante de la Virgen que domina la vista sobre el mar; y por la tarde tuvo un encuentro con 15.000 jóvenes en la sede del patriarcado maronita, en Bkerké, pequeña ciudad a 24 kilómetros de Beirut. El patriarcado es otro fragmento del mosaico espiritual libanés. Los maronitas, con un patriarca desde el siglo VII, siempre fueron fieles a Roma, y por eso han sido perseguidos hasta el siglo XX por monofisitas, bizantinos, mamelucos y otomanos, hasta llegar a la última guerra civil.

En el acto con los jóvenes se percibe que la fe, además de lo espiritual, es una identidad cultural. Hasta se exageran los rasgos distintivos, los chavales se hacen tatuajes de cruces. También hay muchos boy scouts, como Klay Salid, de 16 años, de Jezzine, un pueblo al sur de Beirut. “La visita del Papa es un momento de alegría, es muy importante para nosotros”, explica. Cuenta que todos sus tíos, seis, viven en Estados Unidos y que él, que quiere ser ingeniero informático, también espera irse allí a estudiar y trabajar. “Es duro dejar tu país, pero mi sueño está fuera, no aquí”, admite. Es un dilema que todos los jóvenes afrontan y León XIV habló precisamente en su primer discurso, nada más llegar, de la fuerza de quedarse: “Se necesita mucho valor y visión de futuro para quedarse o volver al propio país, considerando dignas de amor y dedicación incluso condiciones bastante difíciles”.

En un tramo de la ceremonia, varios jóvenes salieron al escenario a contar sus experiencias, y una de ellas era precisamente sobre la decisión de quedarse. Es algo que se suele hacer en las visitas papales, pero lo curioso es que en este caso ninguna fue una profesión de fe, sino de problemas. Una chica, Elie, contó que desde que comenzó la crisis una voz interior le decía siempre que se fuera. Toda la vida trabajando y ahorrando, pero un día “la economía colapsó y perdí hasta el último céntimo que tenía en el banco”. Se le abrieron opciones para irse, pero decidió quedarse: “Hemos elegido creer, a pesar de todo lo que ha pasado y lo que pasará. Líbano sigue siendo un país por el que merece la pena soñar”.

Dos jóvenes que trabajaron como voluntarios tras la explosión del puerto también hablaron. “Nadie preguntaba quién eras, de dónde eras, a qué comunidad pertenecías. Cada persona era simplemente un ser humano ayudando a otro, libaneses apoyándose hombro con hombro”, relató uno de ellos.

Joelle, otra joven, contó que había conocido a una chica musulmana, Asil, el pasado verano en Francia y se hicieron amigas. Luego regresó, pero siguió en contacto con ella, sobre todo en los peores momentos de la guerra con Israel, pues la familia de Asil vivía en el sur, la zona más atacada. Un día la llamó a las seis de la mañana, estaban bombardeando su pueblo, su familia estaba huyendo y no sabía dónde ir. “Respondí inmediatamente: ‘Que vengan a mi casa”, relató Joelle. Apareció su hermano, su hermana y la madre, a las que no conocía de nada. Se quedaron a vivir un tiempo. “La diferencia de religión nunca fue una barrera. (…) Nos convertimos en una sola familia viviendo en dos casas. Una destruida en el sur, y otra en las que nos refugiamos”.

El Papa trató de animarles a no rendirse, como ha hecho desde que llegó a un país necesitado de esperanza. “Quizá lamentéis haber heredado un mundo desgarrado por guerras y desfigurado por injusticias sociales. Sin embargo, en vosotros reside una esperanza, un don, que a nosotros adultos parece escapársenos. Vosotros tenéis tiempo. Tenéis más tiempo para soñar, organizar y realizar el bien”.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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