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Ucrania se debate entre la esperanza y la incredulidad tras el giro de Trump a favor de Zelenski

Kiev evita el triunfalismo pese al apoyo mostrado por el presidente estadounidense para que recupere todo el territorio invadido por Rusia

Zelensky
Luis de Vega

Abrazar al pie de la letra cualquier postulado o promesa que lance el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, entraña riesgos. El dirigente de la primera potencia mundial realiza constantes giros argumentales que le llevan con frecuencia a cambiar de rumbo sin una explicación aparente. Así ocurrió este martes, cuando invirtió de forma repentina su postura con respecto al conflicto en Ucrania, lo que le llevó a realizar su más firme defensa de este país desde que inició su segundo mandato en la Casa Blanca, el pasado enero. Por eso, junto a la sorpresa en el entorno del Gobierno de Kiev, víctima al comienzo de la presidencia de Trump de notables embestidas por parte del líder republicano, afloran el optimismo y la cautela, según señalan los analistas ucranios consultados por EL PAÍS. En tono realista y desde el frente, un militar ucranio ve muy lejos recuperar el territorio perdido a manos de Rusia.

El bandazo de Trump tuvo lugar este martes, en paralelo a la Asamblea General de la ONU en Nueva York, cuando el mandatario estadounidense se reunió con el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. “Creo que Ucrania, con el apoyo de la Unión Europea, está en posición de combatir y RECUPERAR todo (el suelo) de Ucrania de vuelta a su forma original”, escribió en su red social, Truth, tras el encuentro. Al mismo tiempo, lanzó críticas a la administración, las finanzas y el ejército del Kremlin, que reconoce el distanciamiento. Todo, tras alinearse repetidamente y durante meses sin remilgos con la posición del presidente ruso, Vladímir Putin, cuyas tropas controlan de facto en torno a una quinta parte de Ucrania y siguen empujando para ganar más. Trump nunca había llegado a tanto, pero igualmente, sostienen los especialistas consultados, puede volver a cambiar de signo cuando Kiev menos se lo espere. Zelenski, de momento, saborea el espaldarazo de Washington en un escaparate mundial como la Asamblea General de la ONU, pero ha evitado mostrarse exultante.

“Para el presidente Zelenski, esta es una gran victoria. Podríamos discutir lo que sea sobre la seriedad de Trump, pero este es el tuit más favorable a Ucrania y a Zelenski que ha publicado”, valora a través del teléfono Oleg Rybachuk, jefe del Centre of United Actions —una organización pública de análisis, pero independiente del Gobierno— y ex vice primer ministro de Ucrania para la Integración Europea. “La mayoría de los expertos ucranios somos escépticos o cautelosos”, pues “sabemos que a menudo hay una enorme distancia entre lo que dice [Trump] y lo que realmente sucede”, agrega Rybachuk. En todo caso, nada que ver, recuerda, con la recepción en la Casa Blanca el pasado febrero en la que Zelenski fue recibido con mucha hostilidad mientras Trump, en una humillación insólita, le aseguraba que no tenía nada que hacer frente al presidente ruso. “Si criticaba a Putin un día, al día siguiente lanzaba un montón de críticas al presidente Zelenski, incluso llamándolo dictador o lo que fuera”, recuerda refiriéndose al ambiente hasta hace unos tres meses.

“Tácticamente, es una victoria significativa para Ucrania que el presidente Trump haya pasado, por ahora, de culpar a Ucrania por la guerra con Rusia a destacar el potencial de Ucrania en la guerra”, sostiene en la misma línea a través de respuestas escritas Marianna Fakhurdinova, analista del Transatlantic Dialogue Center (TDC) y miembro del Center for European Policy Analysis (CEPA) de EE UU. Fakhurdinova coincide con Rybachuk en sus argumentos y subraya: “Trump es conocido por la inconsistencia en su mensaje y sus opiniones. Por lo tanto, esta declaración debe interpretarse con cauteloso optimismo y no debe considerarse de inmediato como un cambio estratégico en la postura estadounidense”. Así, cree que, para dar consistencia a esta nueva postura, debería ser respaldada por otros responsables estadounidenses, como el jefe de la diplomacia de Washington, Marco Rubio, y, al mismo tiempo, ir acompañada del suministro de armas a Kiev, así como de nuevas sanciones contra Moscú.

En todo caso, Oleg Rybachuk cree que hay que seguir de cerca cómo evolucionan las relaciones de Trump con China –aliado de Moscú y contrapeso de Washington–, la Unión Europea y la OTAN, teniendo en cuenta, añade, que el presidente necesita a estas dos últimas instituciones como aliadas frente al gigante asiático. Al mismo tiempo, Kiev depende de “un apoyo fuerte y fiable de EE UU” mediante alta tecnología, inteligencia, misiles y armamento moderno. Para Marianna Fakhurdinova, “la UE no debería dejarse llevar por estos mensajes positivos de Trump” y “debería empezar a tomarse en serio la necesidad de invertir en su propia defensa e integrar a Ucrania [en el club comunitario]”.

El grado de realismo del anuncio de Trump hay que medirlo en términos como “la intensificación sustancial de las sanciones económicas contra la capacidad rusa de exportación y producción de petróleo y gas, mediante esfuerzos conjuntos de Estados Unidos y Europa” y con el aumento de “la ayuda militar a Ucrania” de tal forma que se pueda “ejercer suficiente presión sobre el régimen de Putin para debilitar su posición militar en Ucrania”, defiende Taras Zhovtenko, experto en seguridad y analista de la Ilko Kucheriv Democratic Initiatives Fundation, un centro de estudios ucranio. Esa es la manera, considera en respuestas escritas, de “asestar un golpe crítico” a los “planes agresivos del Kremlin, no solo contra Ucrania, sino también contra el flanco oriental de la OTAN, que, obviamente, es el próximo objetivo de Moscú”.

Mientras tanto, más allá de ese mensaje en Truth de Trump, “su enfoque estratégico hacia Rusia y Vladímir Putin no ha cambiado” y “sigue interesado en los posibles proyectos comerciales mutuos que le prometió la parte rusa y evitará cualquier acción directa contra la economía rusa, el régimen de Putin o contra Putin a nivel personal, en la medida de lo posible”. Otro asunto, entiende Zhovtenko, son “las maniobras que pueda llevar a cabo EE UU por medio de terceros, como la venta de armas a la OTAN para que lleguen a Ucrania, o presionando para que Europa ponga sanciones a países como China o India, grandes compradores de energía rusa.

Desde que lanzó sus tropas sobre el país vecino en 2014 y e impulsó su avance con la gran invasión de 2022, Rusia controla en torno al 20% de los 600.000 kilómetros cuadrados de territorio ucranio: la península de Crimea en su totalidad, gran parte de las regiones orientales de Lugansk y Donetsk y parte de las meridionales de Zaporiyia y Jersón. Moscú organizó unos referendos ilegales en 2022, sin reconocimiento en la esfera internacional, con los que anunció que este territorio pasaba a formar parte de Rusia. Asimismo, aunque en menor medida, las tropas del Kremlin mantienen posiciones en las regiones de Járkov (noreste) y Dnipró (este).

El potencial militar ruso impide que, pese a la ayuda que recibe Kiev del exterior, el ejército local apenas logre contener el avance del invasor. El número de efectivos del Kremlin destinados a combatir en el frente, en torno a 700.000, según la inteligencia militar de Kiev, supone casi el doble de soldados locales, que tienen desplegadas en operaciones de combate en torno a la mitad de sus entre 800.000 y 900.000 integrantes.

A pie de calle, el hastío acumulado por el sangriento conflicto lleva a los ucranios a reconocer que recuperar el territorio ocupado supone casi una utopía. Ese pesimismo se refleja también en el frente. Odin, militar de la Brigada 43 desplegado en una zona de combate de Donetsk, cree, tras conocer el mensaje de Trump, que “si se hubiera querido recuperar esos territorios, lo habrían hecho hace ya mucho tiempo”, afirma en respuestas a través de mensajes escritos. “Desde el frente no veo posibilidades de que vaya a ocurrir todavía”, concluye.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
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