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La extrema derecha alemana exhibe su fuerza en el nuevo Bundestag, pero topa con el cordón sanitario

Democristianos, socialdemócratas, ecologistas y poscomunistas rechazan la candidatura de AfD, segunda fuerza parlamentaria, para una de las vicepresidencias de la Cámara

Alemania
Marc Bassets

La visión del hemiciclo, desde la tribuna de prensa del Bundestag, lo decía todo. Quienes antes se sentaban en un rincón, ahora ocupan un cuarto de los escaños. Quienes estaban relegados a los confines ideológicos y geográficos de la sala, hoy tiñen de un metafórico azul, su color, buena parte de la derecha. Ya no son minoritarios.

El partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) ha exhibido este martes su extraordinaria fortaleza en la sesión constituyente del nuevo Bundestag. Con 152 escaños, casi el doble que en la legislatura anterior. Como segundo grupo en el hemiciclo. Al frente de la oposición. Y todo esto, sin haber moderado su mensaje, como sí han intentado hacer partidos de la misma órbita como el de Marine Le Pen en Francia.

El desembarco de decenas de nuevos diputados de AfD tras el éxito en las elecciones del 23 de febrero abre una nueva etapa en la República Federal. Nunca, desde el final de la II Guerra Mundial, un partido de este ámbito ideológico había tenido tanto apoyo popular. Nunca habían sido tantos en el hemiciclo. Y, sin embargo, en la sesión constitutiva del Parlamento, la extrema derecha ha tardado pocos minutos en descubrir los límites de su nuevo poder.

AfD intentó de entrada que su veterano dirigente, Alexander Gauland, pronunciase el primer discurso en calidad de presidente de edad. Sin éxito. La norma establece que este honor recae, no en el más anciano, sino en quien lleva más tiempo como diputado. En este caso, el poscomunista Gregor Gysi. Después, AfD presentó a un candidato para una de las cinco vicepresidencias de la Cámara: el diputado Gerold Otten. Sin éxito, también.

“Es antidemocrático”, se quejaba, en los pasillos del viejo edificio del Reichstag, Sascha Lensing, uno de los nuevos diputados de AfD, elegido en un bastión histórico de la socialdemocracia en la cuenca industrial del Ruhr. “La cosa no cambiará hasta que tengamos 316 diputados”, añadió, en alusión a los escaños que les darían mayoría del Bundestag, un meta que aspiran a conquistar en las elecciones de 2029.

La dificultad de tocar poder

Por ahora les está resultando complicado tocar poder. En Alemania sigue en pie el llamado cortafuegos, el cordón sanitario que lleva al resto de partidos a negarse a pactos con la extrema derecha. Este martes el resto de partidos, desde la izquierda poscomunista a la democracia cristiana, demostraron que el cortafuegos seguía operativo.

Cuando un diputado de AfD denunció la supuesta existencia de un “cartel de partidos” destinado a negarles los cargos que, según él, corresponden a esta formación, la nueva presidenta del Bundestag, la democristiana Julia Klöckner, replicó: “Las mayorías, que se han obtenido democráticamente, no son ningún cartel”.

Y así, entre los rituales consabidos y el forcejeo de AfD para hacer valer su éxito electoral, discurrió la primera sesión del 21º Bundestag. Es otro hemiciclo, insólito en muchos aspectos. Se ha encogido tras la nueva ley electoral y ha pasado de 733 escaños a 630. El número de grupos parlamentarios, después de que los liberales del FDP no superasen en las elecciones la barrera del 5%, pasa de seis a cinco.

Es insólita, también, la fuerza de AfD, que pasa de 83 a 152 diputados, y de los poscomunistas de La Izquierda, que tienen 64 diputados. Juntos, y aunque ideológicamente están en extremos opuestos, suman una minoría de bloqueo. Por eso, el líder democristiano Friedrich Merz, vencedor en las elecciones y casi seguro futuro canciller, se apresuró a adoptar, antes de la jornada del martes, el plan de endeudamiento multimillonario en el antiguo Bundestag, donde no existía esta minoría de bloqueo.

El primer grupo es la CDU/CSU de Merz, con 208 diputados. Los socialdemócratas del canciller saliente, Olaf Scholz, son la tercera fuerza con 120 escaños, 86 menos que en la anterior legislatura. Ambos están embarcados en negociaciones para formar una coalición de gobierno. Los Verdes, que pasarán a la oposición después de gobernar durante la última legislatura, son la cuarta fuerza, con 85 diputados.

Klöckner fue elegida presidenta de la Cámara con 382 votos a favor y 204 en contra. La incógnita estaba en las vicepresidencias. Fueron elegidos candidatos democristianos, socialdemócratas, verdes e izquierdistas.

Otten, de AfD, obtuvo una treintena de votos más que los 152 de su partido, supuestamente de la CDU/CSU, lo que indica que existen fisuras en el cordón sanitario contra la ultraderecha. Pero el cortafuegos, como se conoce en Alemania, al final funcionó. En ninguna de las tres votaciones el candidato se acercó a la mayoría. La extrema derecha, como ha sucedido en legislaturas anteriores, quedó así fuera de la presidencia.

“Los partidos establecidos temen que un vicepresidente de nuestro partido haga un buen trabajo, sin escándalos”, lamentó después el diputado Lensing, uno de los novatos de AfD. Cree que, si les dejan gobernar, los alemanes les perderán el miedo. Y denuncia que, en su opinión, el cordón sanitario excluye a sus votantes: “Cuanto más actúen así, más votos tendremos”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en Berlín y antes lo fue en París y Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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