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Alemania refuerza el cordón sanitario a la extrema derecha al sumar a la izquierda populista

Para frenar a Alternativa para Alemania, los partidos tradicionales pactan coaliciones con apoyo más o menos directo de formaciones radicales en Sajonia, Turingia y Brandeburgo

Sahra Wagenknecht Alemania
Sahra Wagenknecht, líder del partido Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), durante la presentación de los carteles electorales de su partido para las elecciones del próximo febrero, este miércoles en Berlín.Nadja Wohlleben (REUTERS)
Marc Bassets

Los grandes partidos alemanes han sumado a la izquierda populista o radical a sus alianzas para reforzar el cordón sanitario contra la extrema derecha. En la investidura, estos últimos días, de los nuevos gobiernos de Turingia, Brandeburgo y Sajonia, participan de manera más o menos directa el nuevo partido de la autodenominada “izquierda-conservadora” Sahra Wagenkencht y la izquierda poscomunista de Die Linke. Los votos de esta formación han permitido este miércoles aupar a un Ejecutivo en minoría en Sajonia, el último de los länder que votaron en otoño en formar Gobierno.

El objetivo de estas alianzas, algunas de las cuales hace unos meses habrían parecido contra natura, es mantener alejada del poder a la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD). Si se celebrasen hoy las elecciones legislativas, previstas para febrero, este partido sería el segundo más votado en todo el país, según los sondeos.

El actual presidente de Sajonia, el democristiano Michael Kretschmer, fue investido de nuevo este miércoles en el cargo con los votos de su propio partido, la Unión Democristiana (CDU) y del Partido Socialdemócrata (SPD) del canciller Olaf Scholz. Ambos gobernarán juntos, pero en minoría. En la segunda vuelta del voto de investidura contaron con el apoyo de Die Linke. Para construir mayorías legislativas podrían ayudarle también los diputados de Wagenknecht.

Los presidentes de Turingia, el democristiano Mario Voigt, y de Brandeburgo, el socialdemócrata Dietmar Woidke, fueron investidos la semana pasada. Ambos, con coaliciones novedosas, pues incluyen a la Alianza Sahra Wagenkencht (BSW, por sus siglas alemanas), una formación de izquierdas en lo social, conservadora en materia de inmigración y acusada, como AfD, de hacerle el juego a Rusia.

Las tres elecciones celebradas en septiembre en estados federados de la antigua Alemania Oriental resultaron un éxito para AfD, un partido nacionalista y euroescéptico bajo la lupa de la Oficina de protección de la Constitución, los servicios de inteligencia interior. AfD fue el partido más votado en Turingia, con un 32,8% de votos y diez puntos de ventaja sobre segundo, la CDU. Y quedó segundo en Sajonia, por detrás de la CDU, y en Brandeburgo, por detrás del SPD.

Los alemanes están acostumbrados a construir gobiernos de coalición y a tejer cordones sanitarios. Pero la fortaleza de la extrema derecha, que dispone de un tercio o más de asientos en los tres parlamentos regionales, exige más escaños y partidos para formar gobiernos. Y la irrupción hace un año de la BSW lo ha complicado todo aún más.

Antes, a los partidos tradicionales ―los que ocupan el amplio espectro que va del centroizquierda a la derecha moderada― les bastaba con ponerse de acuerdo entre ellos para componer mayorías. Ahora ya no es tan fácil. En Turingia, Sajonia y Brandeburgo se ha evidenciado la consecuencia de la reconfiguración del paisaje político, y SPD y CDU no han tenido más remedio que ampliar el frente anti-AfD sumando a él a Die Linke o al partido de Wagenknecht.

Los grandes partidos se han visto obligados a aparcar algunos tabúes. Los democristianos establecieron en un congreso en 2018: “La CDU de Alemania rechaza las coaliciones o formas parecidas de colaboración tanto con el partido Die Linke como con Alternativa para Alemania.”

El llamado cortafuegos (así se conoce en Alemania el cordón sanitario) sigue aplicándose a AfD, y Friedrich Merz, candidato democristiano a la cancillería en las elecciones de febrero, ha prometido seguir aplicándolo. En cambio, las alianzas en el este de Alemania indican que ya no se aplica a Die Linke. Este partido, fundado por los herederos del partido del régimen comunista de la República Democrática Alemana y por disidentes de la izquierda del SPD, será decisivo para la estabilidad de los gobiernos encabezados por la CDU en Turingia y Sajonia. Y en Turingia, gobernará una coalición tripartita formada por la CDU, el SPD y la BSW, el partido de Wagenkencht, antigua dirigente de Die Linke.

La formación de estos gobiernos ha requerido semanas de negociaciones. Uno de los puntos de fricción, paradójicamente, no es competencia de los estados federados: la guerra. Wagenknecht había condicionado la participación de su partido en las coaliciones gubernamentales ―y, por tanto, la posibilidad de frenar a la extrema derecha― al reconocimiento de sus posiciones en contra de la entrega de armas a Ucrania y la instalación de misiles estadounidenses en suelo alemán, y a favor las negociaciones con Rusia.

En Brandeburgo la coalición la forman los socialdemócratas de Scholz y los de Wagenknecht. Y en el SPD hay una corriente, especialmente implantada en el Este, cercana a las posiciones de Wagenknecht. No es extraño que ahí el acuerdo fuese más sencillo y que en el contrato de coalición se lean frases que espantarían a algunos socios europeos si fuesen posiciones oficiales de Alemania, como: “La guerra no terminará mediante más entregas de armas.” O: “Los esfuerzos diplomáticos para la paz también deben tener como objetivo la normalización de las relaciones económicas [con Rusia]”.

Más complicado era el acuerdo en Turingia, pues incluye a tres partidos y el primero de ellos es la CDU, históricamente más atlantista que el SPD y partidaria de reforzar la ayuda a Ucrania más allá de lo decidido por el canciller Scholz. En el contrato de coalición, los tres firmantes admiten que “respecto a la necesidad de entregar armas a Ucrania para defender su integridad territorial y su soberanía, los puntos de vista son diferentes”. O dicen: “Reconocemos que muchas personas en Turingia son críticas o rechazan el estacionamiento previsto de misiles de medio alcance e hipersónicos.” Una fórmula alambicada para que todos queden contentos. Consenso alemán en su máxima expresión.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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