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La CDU alemana se enfrenta al dilema de gobernar con los populistas de izquierdas para mantener el veto a la ultraderecha

Los democristianos de Friedrich Merz tendrán que aliarse con partidos en sus antípodas ideológicas en los Estados orientales de Turingia y Sajonia

El líder de la CDU, Friedrich Merz, en un acto en la ciudad de Brandenburg, este miércoles.
El líder de la CDU, Friedrich Merz, en un acto en la ciudad de Brandenburg, este miércoles.Annegret Hilse (REUTERS)
Elena G. Sevillano

El terremoto que ha provocado la victoria de los ultraderechistas de Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones regionales del domingo pasado no solo desestabiliza al ya débil Gobierno de coalición del socialdemócrata Olaf Scholz. El primer puesto de AfD en Turingia y el segundo en Sajonia zarandea al otro pilar de la política alemana, los democristianos de la CDU, que tienen ahora la responsabilidad de formar gobiernos estables sin contar con los ultras. “La CDU es el último baluarte del centro democrático contra el populismo de extrema derecha en nuestro país”, sentenció su líder, Friedrich Merz, tras conocerse los resultados electorales. Evitar que se resquebraje obliga a los conservadores a superar o ignorar vetos y a trazar alianzas contra natura con la izquierda.

La CDU parecía exultante el domingo por la noche. Vencedora en Sajonia, segunda en Turingia, se veía liderando los gobiernos en ambos Estados federados. Los analistas coinciden en que lo conseguirá, pero apuntan a que en el medio plazo pagará un alto precio por los equilibrismos ideológicos. Los conservadores son conscientes de que tienen mucho que agradecer al voto útil ―la mitad de sus votantes solo les apoyaron en la creencia de que eran los mejor situados para derrotar a AfD, según una encuesta de Infratest Dimap― y ya están pensando en los comicios de Brandeburgo (el 22 de septiembre) y las elecciones federales de dentro de un año.

Pero el problema es que dos partidos de izquierdas van a tener la llave de la gobernabilidad en el este. En Turingia, donde los ultras consiguieron la primera victoria en un land desde la II Guerra Mundial, con 32 diputados de 88, se habla de una posible coalición de cuatro partidos. Incluso aunque la CDU se pusiera de acuerdo con los socialdemócratas del SPD y con el nuevo partido de la exlíder comunista Sahra Wagenkecht (BSW), falta un escaño para la mayoría de 45. Y ese voto solo puede proceder de Die Linke (La Izquierda), la formación de Bodo Ramelow, el actual primer ministro en funciones. No hay nadie más con quien hablar: verdes y liberales han quedado fuera del hemiciclo al no superar el umbral del 5% de los votos.

Ramelow se ha ofrecido a negociar con los democristianos, pero a la CDU se le plantea un dilema. En 2018 decidió vetar a los extremos del arco parlamentario. El partido aprobó no cooperar ni con Die Linke ni con AfD. Eran otros tiempos, con menor fragmentación y con más socios potenciales con los que aliarse.

En el partido cunde ahora el temor a que, si se rompe ese cordón sanitario autoimpuesto a la izquierda, algún líder regional ponga sobre la mesa abiertamente la necesidad de negociar también con AfD. Dos pesos pesados de la CDU, el ex secretario general Mario Czaja y la expresidenta de Turingia Christine Lieberknecht han pedido que se reconsidere el veto. El actual líder en Turingia, Mario Voigt, aún no se ha pronunciado.

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La influencia de Wagenknecht

El acuerdo con BSW (siglas en alemán de Alianza Sahra Wagenknecht) no es menos controvertido. Es la única manera de formar Gobierno si se excluye a AfD y por eso ningún cuadro de los democristianos lo ha criticado públicamente. Sin embargo, varios medios alemanes aseguran que, a puerta cerrada, está saliendo a relucir el pasado comunista de Wagenknecht y el hecho de que su marido, Oskar Lafontaine, fundador de Die Linke y una figura muy polémica para los conservadores, pueda estar manejando la formación en la sombra. Lo llaman “la dirección desde el Sarre”, en referencia al Estado federado donde vive la pareja.

Merz ha llegado a etiquetar a BSW, un partido nacido en enero pasado, como “en parte de derechas y en parte de extrema izquierda” y también se ha referido a él como una “caja negra” en la que no está muy claro qué se esconde. De momento, Wagenknecht está exigiendo que los gobiernos de coalición en Turingia y Sajonia se pronuncien claramente en contra de la ayuda armamentística a Ucrania y del estacionamiento de misiles estadounidenses de medio alcance en Alemania. Es decir, que la CDU contradiga sus principios básicos en política exterior y de defensa.

La coalición con BSW es posible, opina el politólogo Benjamin Höhne, especializado en la dinámica de los partidos, porque en realidad los Estados federados no tienen competencias en estos asuntos. “Hay que tener en cuenta que a nivel regional en Alemania, como en otros países, no se toman decisiones sobre la guerra y la paz, sobre la política exterior y de seguridad. Se ha convertido en un tema de campaña electoral porque es muy polémico, Wagenknecht lo sabe y ha recurrido a ello para ganar votos”, asegura.

Este miércoles, Merz experimentó un anticipo de los dolores de cabeza internos a los que podría enfrentarse. Según publicó el Tagesspiegel, un grupo de unos 40 miembros de la CDU ha pedido que se apruebe una resolución de incompatibilidad con el partido de Wagenknecht en el próximo congreso federal del partido, que se celebra en junio de 2025. Roderich Kiesewetter, diputado de la formación en el Bundestag, dijo al periódico que BSW actúa “como un brazo extendido del Kremlin”. “La CDU se dirige al abismo si nos subimos al carro de Sahra Wagenknecht”, señaló por su parte el eurodiputado Dennis Radtke.

Estos vaivenes se producen además cuando la CDU está decidiendo qué candidato presentará a las elecciones federales, que se celebran el 28 de septiembre del año que viene. Friedrich Merz parece el mejor situado, pero el líder de la CSU, la formación hermana bávara de la CDU, Markus Söder, parece dar pistas de que quiere aspirar a la Cancillería. El presidente de Renania del Norte-Westfalia, Hendrik Wüst, es otro de los contendientes, aunque recientemente haya apoyado la candidatura de Merz. Las encuestas señalan que el 34% de los alemanes cree que sería buen candidato, empatado con Söder. Merz, en cambio, puntúa con el 26%.

Entretanto, la clase política mira ya a Brandeburgo, que celebrará elecciones el 22 de septiembre y donde la ultraderecha lidera las encuestas. Merz ha pedido a los votantes que tengan en cuenta lo sucedido en Turingia y Sajonia y les ha pedido que den “claras mayorías” a los partidos “del centro del espectro político”.

La CDU de Brandeburgo, por su parte, teme que las conversaciones con BSW envenenen su propia campaña electoral, lo que hace muy improbable que se alcance un acuerdo antes de los comicios. Algunas fuentes hablan incluso de que se podría retrasar a después de Navidad.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.
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