El cannabis legal intenta echar raíces en el Rif
Marruecos promueve que los campesinos del norte conviertan los cultivos prohibidos de droga en plantaciones reguladas para uso terapéutico y cosmético


Las hermanas Samira y Salima Sharfi se echaron a temblar cuando el vehículo oficial del caíd, el temido agente de la autoridad rural, se detuvo ante su casa, en un recodo de la carretera de Bab Berred a Chauen, que discurre entre las montañas del Rif del norte de Marruecos. Ambas campesinas, de 73 y 65 años, fueron indultadas por Mohamed VI el pasado verano junto con otros cerca de 5.000 cultivadores de cannabis condenados o encausados por delitos de drogas. “Nosotras no hicimos nada malo, solo plantamos beldiye [variedad norteafricana del cáñamo índico] para ganarnos la vida, como todo el mundo ha hecho aquí siempre”, alegaban a finales de febrero ante los funcionarios del Ministerio del Interior, que esta vez solo efectuaban una visita rutinaria. “Otra hermana nos denunció por un pleito de tierras”, explicaban sombrías para dar a entender que la justicia marroquí solo actúa en el Rif si surge una “delación” contra alguno de los 60.000 agricultores —según estimaciones de la ONU— que cultivan cannabis a plena luz del día, pese a la prohibición penal, desde tiempo inmemorial.
Marruecos busca una reconversión legal para los indultados y el resto de los campesinos del norte. Desde que, en 2020, la ONU sacó al cannabis de la lista de sustancias más perjudiciales y reconoció sus propiedades terapéuticas, el Gobierno de Rabat ha promovido mediante una reforma aprobada al año siguiente que los cultivadores transformen los campos prohibidos de droga en plantaciones reguladas para uso terapéutico y cosmético. La Agencia Nacional de Reglamentación de las Actividades sobre el Cannabis (ANRAC), el organismo que controla todo el proceso sobre la planta de la que deriva el hachís y la marihuana, tenía contabilizadas 2.169 hectáreas de cannabis legal, frente al menos 30.000 hectáreas ilegales estimadas por el Ministerio del Interior. A finales de 2024, contaba con 2.647 agricultores registrados en sus archivos. Un estudio de la ONG Global Initiative cifra en hadsta 140.000 las familias que viven directa o indirectamente del cannabis en el Rif.

La ANRAC exige que el contenido en tetrahidrocannabinol (THC, principio psicoactivo) de la producción sea inferior al 1% (frente al 0,3% admitido para uso cosmético y terapéutico en Europa). A Marruecos le queda aún mucho recorrido para alcanzar su propósito de reconversión de los cultivos, pese a que el año pasado multiplicó por 14 la cosecha legal hasta superar las 4.000 toneladas. Tras alcanzar la independencia, en 1956, Marruecos declaró formalmente proscrito el cannabis, que bajo el Protectorado español sobre el Rif estaba regulado por el llamado Monopolio de Tabacos y el Kif. A finales del siglo pasado, las autoridades intentaron erradicar la producción, pero solo lograron reducir la superficie plantada.
En Tánger se captan con nitidez las emisoras de radio españolas, que informan sobre alijos de hachís incautados en lanchas planeadoras sorprendidas río Guadalquivir arriba. En la misma capital del norte de Marruecos, la empresaria informática Hanan Buazid, de 35 años, porta una bolsa en la que reza “Premium Cannabis du Maroc” mientras sale de la tienda Cannaflex en una galería comercial del centro de la ciudad, uno de los primeros establecimientos de productos cannábicos en Marruecos.

“He comprado crema de CBD (canabidiol, principio no psicoactivo) para el dolor de las articulaciones y unas cápsulas con melatonina para conciliar el sueño”, explica esta amante de los remedios naturales, que descubrió la parafarmacia del cannabis cuando residía en Francia. “Ahora ya se pueden commprar estos tratamientos en Marruecos, y a buen precio”, asegura mientras muestra una factura por 190 dirhams (18,3 euros). En la farmacia Imam Muslim del área de Iberia, el antiguo barrio español tangerino, la inconfundible silueta de una hoja de cannabis sativa avisa de que también se puede adquirir crecepelo con CBD, píldoras para la migraña con el mismo derivado cannábico o sérum antiedad al aceite de argán.
Con todo este despliegue de cannabis legal tiene que ver el empresario Yaber el Hababi, de 64 años, socio de la cooperativa de transformación Biocannat y portavoz del grupo distribuidor Cannaflex. “El cannabis es lo que fija a los rifeños a su tierra. Si no, se irían. No hay otro cultivo que se adapte a estas montañas, el resto es mera economía de subsistencia”, resume en la sede de Biocannat en Ben Berred la tesis de los partidarios de reconvertir los cultivos. “El dinero del cannabis ilegal se lo llevan los señores de la droga”, enfatiza, “y ya es hora de que se quede aquí de forma lícita”. Sueña con poner en marcha un centro de turismo de salud y belleza con tratamientos derivados del cannabis en la casa rural que gestiona en las afueras de Chauen.
“Mientras la ley de 1974 que penaliza el cultivo no sea modificada, la situación tardará en cambiar”, advierte el antropólogo Jalid Muna, especializado en el estudio del cannabis en Marruecos, citado por el semanario Tel Quel. Este experto cuestiona también las cargas burocráticas que deben soportar los cultivadores del Rif para poder operar bajo el paraguas legal de la ANRAC. “Muchos agricultores tienen la impresión de que el proyecto [de reconversión al cannabis legal] obedece más a razones de seguridad que a la mejora de sus condiciones de vida”, argumenta.
“El indulto real ha aportado seguridad a la población ante las inquietudes que a menudo expresaban sobre el terreno”, reconoció en declaraciones a la prensa el director de la ANRAC, Mohamed el Guerruj, tras el perdón concedido por Mohamed VI a 4.831 encausados por delitos relacionados con el cannabis. En 2021, antes de que se aprobara la legalización, unas 60.000 personas estaban involucradas en investigaciones policiales y judiciales por cultivos ilegales.
Marruecos intenta generar ahora una economía con cobertura social para sacar del aislamiento a la región del Rif. Un empeño en el que apenas ha dado los primeros pasos. “Nos hemos pasado al cultivo legal para librarnos de las delaciones. Además, ahora tenemos derecho a seguridad social y ayudas del Estado”, refiere el socio de la cooperativa Karibas, afiliada a Biocannat, Ghali Bedi, de 60 años, junto a otros campesinos. “Las aceitunas, las cabras y el huerto apenas dan para comer, pero con el cannabis se puede pensar en enviar a tus hijos a estudiar al instituto a Chauen y o en que se matriculen en la Universidad de Tetuán”, aventura.
“Cultivadores invisibles”
El aislamiento secular de los riscos sembrados de cultivos ilegales ha preservado paisajes como la cascada de Akchur entre valles de pinsapos, en los lindes de parque nacional de Talassemtane. Se han abierto recientemente carreteras como la que conduce desde Chauen hasta la aldea montañosa de Igherman, sede de la cooperativa de transformación del cannabis Talambio, que agrupa a 13 socios con un total de 15 hectáreas. Su director, Mohamed Moali, de 38 años, detalla que solo cultivan la variedad beldiye para obtener CBD, que venden a siete dirhams (0,67 euros) el kilo en bruto. La variedad híbrida importada reporta entre 35 y 55 dirhams el kilo. “Cuesta cambiar la mentalidad de los campesinos”, reconoce este profesor de lengua árabe reconvertido en gestor agrario, “ya que creen que va a ganar más con el cannabis ilegal”.
“Ahora estamos en una fase de transición al cannabis legal para que los cultivadores dejan de ser invisibles y ocupen su lugar en la legalidad”, razona el director de Talambio junto a agricultores con apellidos como Al Malaqui (oriundo de Málaga), de raíces moriscas. Uno de los socios, Abderramán Seisddi, de 53 años, admite unos ingresos anuales de 60.000 dirhams (5.800 euros), algo más del doble que el salario mínimo agrario para 2025.
– Con eso y con lo que saco para comer de mis tierras no me compensa ir a buscar trabajo a Tánger–, recuenta sus haberes.
– ¿Y a Francia o España?
– Bueno... si tuviera papeles, lo pensaría– sonríe con un guiño entre las carcajadas de los socios de Talambio. Barcelona, Valencia o las Baleares son el destino de algunos de sus parientes que han abandonado el Rif en los últimos años.

La bioquímica Kauzar el Ahmadi, de 26 años, también se ha quedado en el Rif. Está trabajando en una tesis sobre partículas de aceites esenciales en el cannabis, como becaria investigadora de la Escuela Nacional de Ciencias Aplicadas de Alhucemas, en la sede de la cooperativa Biocannat. “Estudio cómo se combinan el tomillo y el romero con componentes como el THC y el CBD”, explica mientras relata las bondades del cannabis medicinal: “Abre el apetito, es antiinflamatorio, sedante...”. Junto con el químico Amir Hayum, de 28 años, también formado en la región del Rif, muestra una bandeja de extracto sólido de CDB con un 99% de pureza, listo para ser enviado a las industrias cosméticas de Marraquech o para su exportación a laboratorios en Europa.
Dos empresas marroquíes, WFaktor y Moroccan International CBD Laboratory acaban de abrir en febrero la senda de la exportación de THC para uso médico destinado a la experimentación farmacológica en Suiza. La primera está dirigida por Miguel González, de 27 años, perteneciente a una familia de empresarios españoles asentada en Marruecos desde hace tres generaciones. “El envío legal de 500 gramos de resina de THC marroquí al exterior marca un hito tras la legalización del cultivo en 2021″, resalta. Como otros emprendedores locales, cree que el país magrebí debe considerar su participación en el sector del cannabis recreativo cuando Francia y España sigan los pasos de legalización dados por Alemania, Canadá y varios Estados de EE UU, con el objetivo combatir a las mafias del narcotráfico mediante la venta autorizada y controlada. “La beldiye del Rif”, prexisa, “tiene la virtualidad de equilibrar un reducido porcentaje de THC con una alta proporción CDB, y es un producto de origen orgánico de agricultura tradicional sostenible”,.
Catedrático emérito de Farmacología y Toxicología en la Universidad de Montreal, el hispano-marroquí Mohamed Benamar, nació hace 71 años en el Tetuán del Protectorado. “Los campesinos del Rif sobreviven, pero no se hacen ricos, como los capos del crimen organizado”, subraya este experto, que asesoró al Gobierno de Canadá como consultor en matera de sustancias psicotrópicas ante la legalización del uso recreativo. “El cannabis no es un caramelo, tiene propiedades positivas para el tratamiento de formas graves de epilepsia, pero si se abusa de su consumo durante la adolescencia producir esquizofrenia”, puntualiza el autor de Uso medicinal del cannabis y los canabinoides, publicado por la editorial Edex en España.

“Es necesario un cambio”, apostilla Benamar, “para estimular la economía legal y no estigmatizar a los agricultores. No hay alternativa al cannabis, ya se intentó antes y no funcionó, para asentar a la población del Rif”. Marginado por el poder central de Rabat bajo el reinado de Hasán II, que reprimió duramente revueltas nacionalistas en el norte del país tras la independencia, el Rif registró de nuevo masivas protestas sociales del Hirak (movimiento) contra el abandono de la región entre 2016 y 2017. Fueron detenidos cientos de manifestantes. La mayoría recibieron el indulto real años más tarde, salvo media docena de dirigentes que cumplen condenas de hasa 20 años de cárcel.
“El cannabis legal va en serio”, concluye el empresario El Hababi mientras otea las aldeas que rodean Ben Berred. “Las casas con tejados rojos nuevos, de un material importado que aísla de la lluvia, son de los enriquecidos jeques de clanes familiares que se entrecruzan”, señala con el dedo hacia el valle. “Si conseguimos convencerles para que se pasen al cannabis legal y dejen de cultivar para los traficantes, el resto les seguirá”.
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