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Israel refuerza la operación militar Muro de Hierro tras expulsar de Yenín a 15.000 refugiados en un mes

Cerca de 40.000 palestinos han sido deportados desde el 21 de enero de campamentos de Cisjordania. El ejército israelí envía más batallones como respuesta a la explosión de tres bombas en autobuses vacíos en Tel Aviv

Refugiados Yenin
Uno de los accesos al campo de refugiados de Yenín, donde el ejército de Israel desarrolla una intensa operación militar desde hace casi cinco semanas, el 13 de febrero.Luis de Vega
Luis de Vega

Bajo el zumbido constante de los drones israelíes, pero sin estruendo de combates, los accesos al campo de refugiados de Yenín (norte de Cisjordania), asfaltados hasta hace poco y arrasados ahora por excavadoras militares, son un lodazal impracticable por el que apenas transita nadie. En las últimas cinco semanas, unas 40.000 personas han sido empujadas a la fuerza a dejar sus casas, según la ONU, en la campaña que las tropas israelíes mantienen en diferentes campos de Cisjordania y que comenzó en Yenín, de donde han tenido que salir 15.000. Allí, una niña de 13 años murió este viernes por disparos israelíes, según las autoridades sanitarias palestinas. Naciones Unidas remarca quee trata de la operación “más larga” en ese territorio desde la Segunda Intifada (2000-2005).

Israel ha decidido enviar este viernes tres batallones más a la zona para reforzar lo que llama operación contra el terrorismo. Lo hace después de que el jueves por la noche explotaran, sin causar víctimas, varios artefactos en tres autobuses que estaban aparcados, y vacíos, en Tel Aviv, una acción que han aplaudido milicianos de Tulkarem (norte de Cisjordania). Hasta el campo de refugiados de esa ciudad se ha desplazado el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Las tropas están accediendo a “bastiones del terrorismo” y “demoliendo calles enteras que son utilizadas por los terroristas y demoliendo sus casas”, ha afirmado.

“Pusieron encima de nuestras casas drones que nos ordenaban con altavoces que nos fuéramos”, rememora en una escuela para invidentes de Yenín convertida en centro de acogida Thaer Alaqmeh, un hombre de 36 años nacido sin piernas. Su silla eléctrica quedó atrás cuando, en el cuarto día de la conocida como operación Muro de Hierro, que comenzó el 21 de enero, no tuvo más remedio que irse junto a sus padres y otros familiares en una penosa yincana de varias horas.

En estos días de operación, al menos 15.000 personas han sido expulsadas del campo de Yenín (habitado antes de la guerra por unas 25.000 personas) y se encuentran en centros de acogida o junto a familiares, según datos del gobernador, Kamal Abu Al Rub, y de Naciones Unidas. Al Rub, de 58 años, considera la acción del ejército israelí “más agresiva” que nunca porque busca cambiar la fisonomía de un trazado de callejones en los que los soldados israelíes, pese a su superioridad, tienen a veces complicado hacer frente a los milicianos autóctonos. Por eso se suceden las voladuras de edificios y el paso de excavadoras de gran tonelaje para abrir espacios más anchos, como reconoce el propio Netanyahu. Al igual que en Yenín, el ejército israelí aplica esa estrategia en otros campos, como el de Tulkarem o el de Nur Shams.

El gobernador habla de unas pérdidas económicas diarias de unos 20 millones de séqueles (unos 5,4 millones de euros) y un desempleo del 55%. En la sala de reuniones en la que responde a las preguntas de este diario, destaca en la pared un cuadro con la imagen de su hijo Shamij, muerto a los 25 años por un ataque israelí el 25 de noviembre de 2023.

El de Yenín, paradigma de la violencia enquistada en Cisjordania, es un campamento conocido por ser uno de los bastiones de la resistencia armada a la ocupación israelí. Entre las familias movidas a la fuerza abundan las historias de prisioneros y muertos —mártires por la causa para los palestinos y, casi siempre, terroristas para las autoridades del Estado judío—. Es el caso de Saleh Shreim, de 54 años, descendiente de uno de los fallecidos durante la Segunda Intifada y que luce una chapa con el rostro de su hijo Yusef, combatiente muerto en 2023.

Saleh Shreim luce una chapa con la imagen de uno de sus hijos, muerto, en una entrevista en el centro de acogida donde vive tras ser expulsado del campo de refugiados de Yenín.
Saleh Shreim luce una chapa con la imagen de uno de sus hijos, muerto, en una entrevista en el centro de acogida donde vive tras ser expulsado del campo de refugiados de Yenín.Luis de Vega

También él habla de la amenaza lanzada desde el dron israelí y cuenta cómo al ir campamento abajo entre la destrucción y las demoliciones, se topó junto a su familia —siete miembros, incluida una nieta de un mes de vida— con un control militar. Fueron obligados a pasar por un aparato de reconocimiento facial. Ninguno de los consultados en este reportaje sabe cuándo podrá regresar al campo, pero todos aseguran que lo harán, aunque su casa esté en ruinas.

Shreim, que ha pisado la cárcel varias veces, tiene dos hijos en prisión, según relata en una de las estancias de esa escuela para invidentes donde habitan de forma provisional un centenar de refugiados de una veintena de familias. Mientras ayuda a descargar de una furgoneta las raciones de comida de la ONG World Central Kitchen, del chef español José Andrés, un grupo de niños se entretiene cantando y bailando en un taller de la ONG musical Al Kamandjâti (El Violinista).

La agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA, según sus siglas en inglés) denuncia que “las repetidas y destructivas operaciones han hecho que los campos de refugiados del norte (de Cisjordania) sean inhabitables” y, en 2024, más del 60% de los desplazamientos de población se llevaron a cabo sin ninguna orden judicial. Estas operaciones del ejército, añaden, son “algo común” en medio de ataques aéreos ―al menos 38 este año―, uso de excavadoras blindadas, detonaciones de edificios, así como el empleo de armamento sofisticado, en una forma de “efecto colateral” de la guerra en Gaza. Por otro lado, alertan también del aumento de “grupos armados” palestinos. En Cisjordania hay un total de 19 campos con un millón de refugiados registrados ―la población real es superior— a los que UNRWA da servicio, aunque la administración depende, en general, de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

La violencia también jalona el historial de la familia de Mohammad Jabarin, de 56 años, otra de las deportadas del campo de refugiados de Yenín. Afirma que el ejército ha destruido su casa. Junto a otros dos hermanos y sus familias —una treintena de personas de todas las edades—, se ha acomodado a las afueras de la ciudad en la vivienda de uno de sus hijos, pendiente de acabar una condena estos días. Otro está en un penal de la ANP. La madre, Iman Jabarin, de 55 años, lleva un colgante con el rostro sobre un medallón dorado de su hijo Adhan, un combatiente muerto a los 25 años en un ataque israelí en enero de 2023. Kasam, el cuarto de los hijos varones, perdió la vida de la misma forma el pasado agosto a los 24 años.

Mohammad Jabarin (en el centro), expulsado del campo de refugiados de Yenín, es padre de cuatro hijos y dos hijas. De los varones, dos murieron y otros dos están en la cárcel.
Mohammad Jabarin (en el centro), expulsado del campo de refugiados de Yenín, es padre de cuatro hijos y dos hijas. De los varones, dos murieron y otros dos están en la cárcel.Luis de Vega

“Estoy tremendamente orgullosa”, sentencia la madre, que ha dedicado gran parte de su vida a ser enfermera improvisada de sus hijos, heridos en diversas ocasiones. Añade que, en esta operación militar israelí, más que su casa destruida le duele la pérdida de los recuerdos. Mientras, el padre sacaa su móvil y empieza a mostrar fotos y vídeos de sus hijos. Primero, un profuso catálogo de imágenes desafiantes con ropa paramilitar y rifles. Después, ya muertos, en las despedidas con cientos de personas. Guarda incluso el vídeo de uno de ellos poco después de recibir un disparo en el pecho mientras lo atienden los sanitarios. Israel “no va a triunfar, aunque mate lo que más amamos”, responde al ser preguntado si la lucha armada es el camino.

La lluvia ha formado en el campo de refugiados una espesa pasta con la tierra y los escombros de los destrozos causados por los buldóceres israelíes en medio de un paisaje que más parece el de una tierra sacudida por un huracán. Estas máquinas llevan semanas hundiendo su aguijón trasero en el pavimento y arrasando a su paso de todo con sus palas: casas, negocios, vehículos, tendido eléctrico, canalizaciones, rotondas… Algunos habitantes van y vienen con la compra del día por el perímetro del campo de Yenín tratando de sortear los obstáculos y sobrevivir al fango. Pese a que no se escuchan disparos, se sienten observados por los francotiradores de las tropas de ocupación, apoyados desde el cielo por drones, que recuerdan su constante presencia.

“No somos terroristas. Queremos paz para todos, pero no nos dejan vivir como seres humanos normales”, afirma Mohammad Jabarin, que pisó la cárcel por vez primera a los 14 años y que acabó siendo lugarteniente de uno de los más conocidos milicianos palestinos, Zakaria Zubeidi. Este icono de la resistencia ha sido recientemente liberado por las autoridades israelíes gracias a las excarcelaciones del alto el fuego de la guerra en Gaza. “Yo quería haber estudiado, pero me humillaron en prisión y acabé de barrendero municipal”, lamenta Jabarin. “No quería esta vida para mis hijos. Los quería casados y con estudios”, agrega, al tiempo que reconoce que no desea que retomen la “resistencia” a la ocupación cuando sean excarcelados los dos hijos que le quedan con vida. “Siento una felicidad dolorosa”, afirma hastiado del conflicto y de la sangre derramada en su entorno.

“No quiero perder más hijos”

A Thaer Alaqmeh le han comentado que han visto su silla de ruedas eléctrica destrozada entre los escombros. “En mis 36 años he vivido de todo. Pueden hacernos lo que quieran, demoler nuestras casas, echarnos… pero nunca me iré del campo de refugiados, de mi infancia. Viviré en él aunque sea en una tienda de campaña”, defiende. De momento, donde vive es en una segunda planta sin ascensor del centro de acogida y depende de otros deportados para que lo bajen en volandas cada día al jardín. “No faltan manos”, sonríe.

Uno de los que le ayuda es Saleh Shreim, a la espera de que sus dos hijos salgan de prisión. Uno lo hará el mes que viene. El otro, Mahmud, participó en una de las fugas más escandalosas de la historia de Israel, cuando seis reos, entre ellos el citado Zakaria Zubeidi, cavaron un túnel durante meses con una cuchara en 2021. Mahmud se evadió solo un mes antes de concluir su condena, fue capturado poco después como los demás y, ahora, tiene previsto salir el próximo septiembre. Su padre espera que ahora lo haga por la puerta de la cárcel, que se case y no se dedique más a la lucha armada. “Que viva de forma decente. No quiero perder más hijos”, suspira, consciente de que no es fácil en un ambiente como el del polvorín del campo de refugiados de Yenín.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
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